Como te contamos recién, Turkmenistán ha tenido tan solo dos presidentes desde su independencia en el año 1991. El actual mandatario, GurbangulíBerdimuhamédov, mantiene un control férreo sobre la población, al igual que su antecesor, SaparmyratNiyázov.
El primer dato curioso que te acercaremos es el de que, en Asjabad, su capital viven aproximadamente un millón de personas. Pero, así y todo, en determinados barrios de esta ciudad, la población apenas se deja ver y parece una verdadera ciudad fantasma. ¿La razón? Según Berdimuhamédov, su líder, la presencia de la población “estropea” la perfección construida de la ciudad. Es por ello que también es conocida por los disidentes al régimen como la “ciudad de los muertos”.
Al igual que su predecesor Niyázov, Berdimuhamédov llegó al poder de Turkmenistán para quedarse (ya está desde 2007) y también en consonancia con Niyázov, tiene un alto gusto por promover el culto por sí mismo. A su llegada, hizo construir un nuevo palacio presidencial, y para llevarlo a cabo destruyó decenas de viviendas y hasta acaparó una avenida entera para su uso personal.
Incluso, a lo largo de su bulevar, está prohibido abrir las ventanas ni instalar aires acondicionados o antenas parabólicas. La imagen impoluta del palacio y fundamentalmente del país en su conjunto, es una obsesión que Berdimuhamédov persigue a toda costa, y con los sacrificios que sean necesarios realizar.
Otra curiosidad que encierra a Turkmenistán es que muchos de sus edificios no tienen una función específica ni tampoco son adecuados para las necesidades del país. Por ejemplo, su aeropuerto, está diseñado para atender a 1600 pasajeros por hora, pero debido a lo complejo que es conseguir el visado necesario para visitar Turkmenistán (hasta incluso tan complicado como poder ir Corea del Norte), este aeropuerto no opera habitualmente ni con el 10% de sus capacidades.
Si de excentricidades hablamos, para construir esta monstruosidad aeroportuaria, se tuvo que derribar por completo el pueblo de Choganly y a pesar de ser denunciado por la Amnistía Internacional el traslado forzoso de casi 50 mil personas, la obra arquitectónica fue llevada a cabo. ¿El motivo? Al presidente no le gustaba que los pocos extranjeros que visitaran Turkmenistán viesen a través de sus ventanillas del avión un pueblo normal y corriente. Una locura.
Unas muy pocas familias controlan esta riqueza natural del país y el desempleo, según los disidentes al régimen, alcanza al 60% de la población. Aunque eso sí, su líder, quien se hace llamar a sí mismo “Estimado Presidente”, tiene una generosa actitud para con sus conciudadanos y les subvenciona el gas y la electricidad. Como si eso alcanzara para que los turkmenos fuesen un poco menos pobres y pudiesen vivir mejor.
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