Por cierto, hace poco se han mudado al piso de abajo unos muchachos que al parecer son músicos. El otro día los vi por primera vez ensayando en el patio.
Había dos chicas muy jóvenes que se contoneaban y canturreaban, al ritmo del cajón, que tocaba un muchacho con barba. En el patio también hay una batería pero yo nunca he visto a nadie tocarla. Mi madre si lo ha visto, un día en el que incluso, se les unieron uno que tocaba la guitarra y ¡un trompetista!
Pero lo más habitual es que el joven percusionista ensaye en el interior del piso donde sus golpes repercuten en la estructura del edificio, dándome una tabarra insoportable mientras trabajo. Esto no es nuevo para mí. Uno de los recuerdos más vívidos de mi niñez, era el acompañamiento de mis juegos y deberes por los ensayos de un vecino que era percusionista de la Orquesta Sinfónica de Barcelona.
Sus ensayos, aunque audibles, no eran molestos porque vivía bastantes pisos por encima del mío, pero me impresionaba como aquel hombre pasaba horas y horas, incansable, repitiendo escalas y acordes, para luego poder tocar sin errores en los conciertos. Cientos de horas de tediosa repetición, para cumplir en las pocas que dura la actuación.
Por eso no le auguro un gran futuro como tamborilero al muchacho de abajo, pues su tabarra aunque intensa, no dura mucho. Creo que ensaya poco. Puede que lo haga también en otro sitio habitualmente, pero con el confinamiento no sale de casa y como digo, no lo oigo aporrear el cajón mucho.
¡Mal jovencito! Con esa actitud no llegarás ni a hippi de los que tocan el el Parc de La Ciutadella, pues aunque allí, los hay verdaderamente buenos, por lo general dejan tocar a cualquiera.