CONFINAMIENTO. DÍA 14.

Siempre quise saber lo que era tener un año sabático. Lo logré, ya que tuve no uno, sino tres cuando me quedé sin trabajo allá por el 2011. Es verdad, que tuve trabajos esporádicos e incluso llegué a escribir un libro por encargo de una editorial de enseñanza a distancia. Pero mi falta de esperanza por encontrar un nuevo empleo me hizo ver aquellos años como largas vacaciones.

Ahora experimento el teletrabajo y no me gusta.

Ya no compruebo la noche anterior si tengo todo lo necesario en la cartera:

MI calculadora, CASIO FX-570SPX, que puedes introducir los cálculos en formato algebraico normal, como en un libro de texto. Además es el modelo “Iberia”, puedes ponerla, castellano, catalán y portugués. (En la web de CASIO, me enteré que el catalán es por Andorra. ¡Qué cosas!)

Bolígrafos BIC del modelo “Soft” uno de cada color. Sobre todo que no me falte el verde, soy muy de usar el verde.

Pañuelo, toallitas limpiagafas, y toallitas refrescantes, de esas que vienen en sobres individuales y que se compran en Mercadona.

Mi impermeable del Decathlon, que de tantas lluvias torrenciales me ha salvado y que ocupa poco sitio, pues se pliega y esconde, en uno de sus bolsillos.

Monedas de veinte y cincuenta céntimos y de euro, para la máquina de café de la oficina. Aunque en el frontal de la misma pone que admite monedas de dos euros, casi nunca las acepta. Estoy sorprendido lo habituales que son estas monedas. Hay veces, que creo que no tengo de otro valor.

Auriculares de emergencia, por si se estropean los que uso. Mi teléfono móvil se ha convertido en mi bálsamo contra las sorpresas en forma de retrasos y cambios inesperados de tren, que nos ofrece la siempre confiable red de cercanías de RENFE.

Ibuprofeno y mi inhalador.

Ya no madrugo para coger un tren de cercanías. Habitualmente tengo que levantarme no más tarde de las 6:00 pues sólo tengo tres que me vayan bien. Pero ahora me despierto treinta minutos antes de conectarme a la oficina, malhumorado, legañoso y con la sensación de no haber dormido lo suficiente. ¡Sí, ya sé, tendría que ir en coche para practicar, pero de momento me da miedito!

Los viernes ya no son ese día de media jornada, de comida con mis padres y siesta. Ahora todos los días son viernes, viernes de desconectar el Teamviewer y ir a comer con el noticiero puesto, dando noticias catastróficas e imprecisas. Como echo de menos mi alegre caminar desde la fábrica a la estación de Montmeló regresando a casa.

Trabajar en bata y pantuflas (yo uso bata) no es trabajar. La bata y las pantuflas frente al ordenador es para estar mirando vídeos y en mis años mozos, estar conectado a páginas de chat y ligoteo. Me podría vestir mejor, pero para qué, no voy a salir de casa.

La presión del trabajo la tengo igual o peor. No quiero que un error sea interpretado por no tomarme las cosas en serio por estar en casa sin supervisión. Que la bata y las pantuflas no menguan mi capacidad de concentración.

Además me da la impresión de que estoy trabajando más, pues me aburro y me pongo a hacer cosas que deberían ser para el día siguiente. Incluso repito alguna que otra tarea por encontrar chorradas que ni a mi jefe ni a los clientes les importa un comino, pero así me distraigo.

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