Berlín, la ciudad reinventada (IV)

El Museo de Historia Natural, de dinosaurios y otras rarezas



Siempre que visitamos una gran ciudad nos acercamos a visitar el Museo de Historia Natural. Nos encanta movernos entre esqueletos, fósiles, animales extintos y disecados y sobre todo admirar la arquitectura del edificio que lo alberga, que por lo general suele ser del siglo XIX, imponente y gigantesco.

El de Berlín no iba a ser menos, con sus tres secciones permanentes entre las que destaca la de paleontología, que es sencillamente espectacular, con ocho esqueletos completos de dinosaurios terrestres que escoltan a la estrella de la muestra, un braquiosauio Brancai del Jura, para que se hagan una idea vendría a ser el príncipe de los dinosaurios en cuanto a tamaño y altura.






Las otras dos secciones están dedicadas a animales disecados y a dioramas sobre la evolución de las especies y sobre el medio ambiente, y una de las mayores colecciones de minerales y piedras preciosas y semipreciosas que podemos encontrar en un museo.



Pero quizá lo que más impresiona del museo es la llamada Wet Collection, o Colección Húmeda, de inmenso valor científico y cultural.

El ala de este del histórico edificio, destruido al final de la Segunda Guerra mundial, fue reconstruido a conciencia y ahora alberga la extensísima colección, que comprende alrededor de un millón de especímenes zoológicos, desde arañas, peces y crustáceos a anfibios y mamíferos en 276.000 probetas y tubos llenos de 81.880 litros de etanol.






Les puedo asegurar que impresiona ver el enorme cubo de cristal que alberga la pequeña parte que puede ver el público de la enorme colección de estas "criaturas en conserva".
Tan sólo por disfrutar de este espacio, ya vale la pena entrar al museo.


Neues Museum, el museo nuevo de las artes antiguas







Imaginemos, Berlín tras la Segunda Guerra Mundial. Uno de los museos más hermosos del mundo ha quedado totalmente en ruinas tras los intensos bombardeos que sufrió la ciudad en manos de las fuerzas aliadas. El edificio, una joya que era pura armonía y belleza había estado en pie tan sólo cien años y en ese periodo ya se había hecho un hueco importante entre los museos más importantes de Europa.





Cuando comenzó la reconstrucción, sin embargo, todos parecieron olvidarse de él, y fue el último en ser rescatado. Mientras las obras de arte que pudieron ser salvadas, todas ellas de valor incalculable se hallaban escondidas en los sótanos de otros museos del mundo o incluso en palacios y castillos de la propia Alemania. Tras la contienda, fue abandonado, puesto que entre sus ruinas quedaban aún muchas bombas sin explotar.

No fue hasta el año 2003, cuando la fiebre de construcción y reconstrucción se adueñó de Berlín, que se pusieron en marcha de una vez por todas los trabajos de restauración. La fachada del edificio y los interiores fueron cuidadosamente rehabilitadas siguiendo los planos originales que se conservaban, y tras 6 años de intenso y duro trabajo de investigación y construcción, el museo reabrió sus puertas al público.




Hoy en día podemos disfrutar más y mejor que nunca de su extraordinarias colecciones, como la de arte egipcio, o las que nos permiten rastrear el desarrollo de las culturas prehistóricas y protohistóricas, que abarcan desde el Oriente al Atlántico, del norte de África a Escandinavia.
Así, vemos cómo era la vida en el Antiguo Egipto, conocemos sus dioses, sus costumbres y su arte, hasta llegar a la Reina de las Reinas. El busto de Nefertiti ocupa una sala redonda en exclusiva. Situado en el centro de la misma puede ser admirado hasta la saciedad. La belleza de la reina no tiene parangón en el mundo, y es tan hipnotizadora que no es extraño mirar el reloj y ver que hemos estado idolatrándola durante una eternidad. Fascinante.




En otras plantas, la sala Odin, urnas y arte saqueado recibe a los visitantes con sus frescos originales del siglo XIX que representan escenas mitológicas nórdicas. A ella le siguen las salas dedicadas a la colección de Schliemann y sus excavaciones en Troya, los descubrimientos en las excavaciones datadas de época romana y finaliza con otro de los tesoros del museo, el Sombrero de Oro de Berlín, grabado con ciclos lunares, estacionales y solares que indicaban los mejores momentos para la siembra, la recogida e incluso para la guerra.


Como podemos ver, valió la pena el esfuerzo y la espera. Disfrutar de estos tesoros de valor incalculable ahora está al alcance de todos los visitantes.


Alte Nationalgalerie, la belleza del arte puro





Desde el año 1876, la Galería Nacional ha deleitado a sus visitantes con las más hermosas colecciones que puede albergar su pequeño pero hermoso edificio de aires corintios. Alberga las colecciones que permanecieron en Berlín Este después de la construcción del Muro. Su media naranja artística, la que permaneció en el lado occidental, se encuentra en la Nueva Galería Nacional.







Aquí podemos regocijarnos con la belleza de los mármoles de Cánova, los óleos de von Menzel y su realismo industrial, las rompedoras obras del impresionismo alemán y francés, el colorido expresionismo con el punto culminante de las pinturas de Kokoschka y las interminables salas en las que descubrimos obras de arte realmente sorprendentes como la exquisita escultura " Bailarina" de Kolbe.




Un lujo para cualquier amante del arte de los siglos XVIII al XX.


Museo de Pérgamo, Todo un mundo por visitar.

(Aunque recomiendo esperar un año hasta que finalicen las obras)









El museo más célebre de Berlín está situado justo detrás de unas pantallas que ocultan andamios, obras y más obras. Aún así, y que parte de las colecciones están cerradas al público por mantenimiento y la construcción de nuevas alas del museo, vale la pena entrar para descubrir las gigantescas reconstrucciones de monumentos antiguos, como el Altar de Pérgamo, descubierto en miles de fragmentos y pacientemente reconstruido para que volviera a honrar a Zeus, la Puerta del Mercado de Mileto, la impresionante Puerta de Ishtar, la vía de las procesiones de Babilonia o la fachada del palacio omeya de Mchatta.

Museo Bode, un museo donde perderse










El señor Bode, gran artífice de los museos de Berlín, se sentiría muy honrado si supiera que uno de los museos más completos de Europa lleva su nombre.

El museo agrupa colecciones de naturaleza muy diversa, como la egipcia como su fabulosa recopilación de papiros que suman más de 25.000 ejemplares, la bizantina cuyo máximo tesoro es el ábside de la Iglesia de San Miguel de Rávena o su maravillosa y exquisita colección de esculturas de estilo gótico flamígero, barroco y rococó que encuentran su expresión culminante en el llamado Altar de Amberes.








El edificio, al que es inevitable comparar con la proa del barco que es la Isla de los Museos, es una joya neobarroca, es en sí mismo un tesoro berlinés. Enormes escaleras, patios interiores y techos con frescos, le dan la grandiosidad de un palacio dedicado pura y exclusivamente al arte, custodiado en la altísima entrada por una estatua ecuestre de Federico Guillermo.





Sin menospreciar al resto de museos de la Isla, personalmente recomiendo dedicar más tiempo a esta esta maravilla que bien merece cuatro o cinco horas de nuestro tiempo.


Palacio de Las Lágrimas, el museo que se perdía y se perdía






Hasta tres veces intentamos localizar este museo durante nuestra estancia en Berlín. No se si por el cansancio acumulado o las jugarretas del destino, cuando ya casi íbamos a abandonar la búsqueda apareció entre nosotros. Y eso que está justo al lado de la estación de Friedrichstrasse, y es inconfundible por sus grandes ventanales que van del suelo al techo y que dejan ver perfectamente que lo que alberga es una exposición. En fin...




Otra cuestión es que el nombre "Palacio de las Lágrimas" que hace referencia a que este edificio, erigido en 1962 como frontera para los alemanes que entraban y salían de ambas repúblicas, no es conocido por todos los berlineses, ya que la mayoría lo conoce como " El Pabellón" en un intento quizá de olvidar un lugar de triste recuerdo, donde los miembros de las familias separadas por el Muro debían decirse adiós, entre lágrimas, tras las pocas ocasiones que tenían para verse.



Hoy, aquel lugar sórdido y fuente de tanto dolor y temor es sede de una exposición permanente dedicada a rememorar la vida cotidiana de la Alemania dividida, en un intento de que el visitante se sienta por unos momentos actor y parte de una época que en Alemania casi nadie quiere recordar.


Documentos, testimonios y entrevistas en vídeo, contrabando de alimentos, revistas y artículos de primera necesidad, una reconstrucción de las cabinas aterradoras por las que debían pasar los que cruzaban las fronteras y una ambientación muy cuidada y realmente angustiosa, hacen de este lugar un punto de obligada visita para saber lo duro que fue estar sometido a una dictadura desconfiada y temerosa de perder su poder comunista y caer en las garras de un capitalismo que avanzada a toda máquina.


Reichstag, la columna vertebral de Alemania



En la zona del Tiergarten y en pleno corazón de la ciudad de Berlín, se encuentra el Reichstag o Parlamento alemán, escenario de alguno de los acontecimientos más trascendentes de la historia de este país y un auténtico superviviente al haber sufrido incendios guerras y demoliciones.




Se construyó en estilo renacentista durante el Segundo Reich ( siglo XIX), con una planta casi cuadrada con torres en cada una de sus esquinas. En el año 1915 se le añadió la famosa frase que desde entonces campea en su pórtico: " Al pueblo alemán", en una valiente afrenta al poder del Kaiser, que estaba en contra de cualquier institución democrática que mermara su poder.






1933 fue un año crucial para el edificio, ya que un devastador incendio acabó con gran parte del mismo, y culpados aquellos ciudadanos que eran conocidos por sus ideas izquierdistas. Éste fue el pié que necesitó Hitler para prohibir los partidos políticos existentes y comenzar con el exterminio sistemático de sus opositores. Por su parte el Reichstag dejó de ser el centro político de la caótica Alemania del momento, para pasar a ser un bunker perfecto donde refugiarse en caso de ataque enemigo y convertirse en el objetivo de los bombardeos aliados. Uno de los recuerdos que dejaron los rusos en sus paredes son los graffiti que escribieron sus tropas y que aún hoy pueden verse en los pasillos de la parte más antigua del edificio.




Fue sólo a finales de los 50 del siglo XX cuando se planteó la posibilidad de su reconstrucción y tras la caída del Muro pasó a llamarse Bundestag. Fue en ese momento en el que como un ave fénix el edificio renació de sus cenizas. Se le añadió una impresionante cúpula diseñada por Foster como colofón.

A través de ella y gracias a un curioso sistema de espejos, se consigue dotar de luz a cada rincón del edificio. De día entra la luz, pero de noche es el edificio el que proyecta su luz interior iluminando la ciudad.




No debemos escatimar tiempo en reservar por adelantado la visita del edificio ( obligatorio on line) para conocer sus secretos y visitar la cúpula para presenciar las mejores vistas de la ciudad y el gran salón de plenos.


Restaurante Berlincher, el paraíso del codillo


Bueno, pues una de las cosas que te recomiendan probar cuando vas a Berlín, aparte del famoso currywurst, la cerveza y el apfelstrudel es el codillo al estilo berlinés. Sinceramente me esperaba otra cosa, pero bueno.




Ante tanta expectativa decidimos preguntar en el hotel cual sería el mejor restaurante para probar tan deliciosa vianda, y casualmente teníamos uno casi a la vuelta de la esquina.
El Berlincher es un local pequeño, de apenas 10 mesas decorado al estilo de principios de siglo XX, regentado por un dueño que es su único camarero, así que dedujimos que la pequeña empresa sólo tenía dos empleados, él y el/la cociner@.




Tal y como se nos había aconsejado pedimos dos codillos y para acompañar unas cervezas, una roja y exquisita y otra rubia que se podía beber.

Y llegó el codillo. Bueno, el plato era de tamaño considerable, no estaba mal, pero la carne era un poco insípida, con gran cantidad de grasa.

Indagando más tarde, descubrimos que el codillo es como nuestras costillas en salazón, y se guisa con cebolla, guindilla, pimienta, laurel, azúcar ( para darle su característico tono rosado) y comino. Normalmente los guisos con tan pocos ingredientes intentan no camuflar el sabor de la carne, sino ensalzarla, y claro en el caso del codillo con tanta grasa no es fácil.


Por eso, y para contrastar y complementar sabores, el plato se sirve acompañado de puré o guisantes enteros, choucroute y papas guisadas...


Como experiencia no estuvo mal, pero repito, esperaba otra cosa. Tampoco ayudó mucho que l local estuviera lleno y tuviéramos que esperar la comida durante casi una hora, y encima la cuenta fue casi tan salada como el codillo. En fin, por probar que no quede, pero repetir...eso nunca!


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