Artistas de las vías.

Viernes tarde.

Regreso a mi casa desde Montmeló. La música de mis auriculares, aunque no suelo llevar el volumen alto, me ayuda a aislarme del ruido de la monotonía. Pero hoy no. Algo llama mi intención: una melodía, una voz. No suelo reaccionar ante los músicos pedigüeños del tren que aturden con sus bastas interpretaciones de canciones que ya no interesan a nadie, pero esta vez es diferente. La voz cristalina de una chica no muy alta y algo pasada de peso se proyecta en todo el vagón. No tengo conocimientos técnicos de música, ni siquiera oído musical pero sé distinguir un artista de un pelmazo que destroza el “Caballo Viejo” con su acordeón.

The winner takes it all” la única canción de ABBA que soporto es magníficamente interpretada por la muchacha que debe rozar los cuarenta. No es fea, pero su rostro está avejentado y no se corresponde con la juventud y frescura de su voz. Viste completamente de negro, tal vez, para disimular sin éxito su flácido abdomen y sus pechos derrotados por su propio peso. Si tuviera la apariencia de Malú o de Mónica Naranjo quizás no tendría que estar cantando en un tren. Sé por conocidos que se dedican a la música que hay muchos coros, grupos y orquestas de todo tipo y estilo donde una voz así encajaría… bueno, quién sabe por qué una cantante con ese talento está pidiendo en un tren.

Sea como sea, su interpretación es tan conmovedora que logra obtener monedas de casi todo el pasaje, incluyéndome a mí, tan escaso de aprecio por los mendigos tocadores de instrumentos sin talento, como de monedas sueltas. El tren se detiene. Es mi parada. Justo al poner un pie en el andén la chica ataca con su prodigiosa voz: “Chiquitita”. Caminando por el andén tarareo torpemente el “The winner takes it all”, el ganador se lo lleva todo, mientras pienso quién o qué venció a esa chica y no le dejó más que su talento, su amplificador y su vasito para las monedas.

Domingo por la mañana.

Es muy temprano. Tengo que tomar el metro que me llevará a la Estación del Norte, donde subiré a un autobús rumbo a Tossa de Mar. Domingo y temprano, no es raro que los rótulos de lucecitas anuncien que el próximo tren tardará siete minutos. Mientras deambulo por el andén me fijo en un muchacho que duerme en una extraña postura sobre uno de los bancos pétreos de la estación de La Sagrera. De repente se incorpora, arquea su espalda y manteniéndose en un incomprensible equilibrio sobre el borde del asiento, comienza a vomitar en el suelo. Le ha sentado mal el sábado noche – pienso – mientras observo como de su boca sale una pota líquida y abundante que por momentos pareciera que está orinando por la boca. El producto de su mala digestión de desparrama y esparce por el pavimento del andén. Miro a mi alrededor para comprobar la reacción del resto de viajeros pero parece soy el único que mira tan repugnante escena.

Cuando vuelvo los ojos sobre el chaval este ya ha dejado de vomitar. No parece que se haya aliviado, al contrario, la manera con que se desploma sobre el banco de granito demuestra que sigue mal. Su cuerpo se contorsiona sobre el respaldo quedando medio sentado y una de sus piernas cae a plomo pisando con una de sus caras deportivas Adidas lo que había sido el contenido de su estómago.

El tren que va en dirección contraria al que debo tomar yo llega. Ahora mi interés estriba en saber si la gente que baja del mismo se darán cuenta de la pota derramada por doquier y la esquivarán o tendré que alertarles. No hace falta, en la zona del vómito derramado sólo se bajan dos muchachos veinteañeros vestidos ambos con camisas blancas y pantalones oscuros. Para mi sorpresa uno de ellos comienza a bailar – para estos el sábado noche no ha acabado – vuelvo a pensar. El improvisado bailarín hace la que es a mi juicio la más torpe y más ridícula imitación del “moonwalk” del difunto Michael Jackson. Su compañero también se da cuenta de lo mal que lo está haciendo su achispado amigo y le va propinando patadas en los tobillos como queriéndole dar instrucciones de cómo debe mover los pies para emular a Jacko pero sus intentos coreográficos fracasan y comienza a bailar también dando ridículos saltitos con las manos en alto. Sigo con la vista a ambos Nijinsky apostando a que acabarán danzando sobre la pota del muchacho que dormita en el banco. ¡Bingo! Los dos jovenzuelos de camisa planchada de manera impecable, chapotean despreocupadamente sobre el charco de alcohol y ácidos gástricos.

Mi tren llega. Los domingos por la mañana temprano es lo que tienen, hay que esperar mucho pero encuentras asientos libres. No obstante, me hubiera gustado que el metro hubiese tardado más. Quien sabe qué pueden hacer tres borrachos sobre un andén lleno de vómito. A veces me cuesta tanto encontrar de que escribir.

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