“Vámonos a cenar”, ha pensado mi alma de gordita a pesar de no tener hambre. Pero es que hoy contigo yo estoy celebrando una fiesta y todo me parece maravilloso. Es la cosa más importante que tenía que hacer hoy.
Desde que me he subido en tu coche, a oscuras y con las luces de la carretera, me siento más en casa que en ninguno de los sitios donde haya podido estar estos días. Hay un corazón relleno de algodón colgando de tu retrovisor y lo miro mucho mientras me vas explicando cómo te estás sintiendo y qué te está pasando.
Me encantaría poder darte un abrazo, pero lo dejo para cuando lleguemos o cuando acabemos con lo que me parece la celebración de hoy. A pesar de los pesares, nos encontramos de casualidad durante un tiempo tan corto que suele ser insuficiente y ahora estamos fugándonos de la rutina para cuidarnos un poco. Yo a ti y tú a mí.
Y no me hace mucha gracia que me hayas dicho tropecientas veces, a pesar de no ser un número matemáticamente muy exacto, que gracias por acompañarte. Gracias a ti, pienso yo.
No hay tantas personas en el mundo con quien sentirse a salvo. Y no hay nada más bonito que encontrar a alguien a quien acompañar y cuidar aunque al principio de la historia te mirase raro.