Ubicada a tan sólo 17 kilómetros del mar, la ciudad de Kruja es también conocida como el balcón del Adriático desde donde puede uno asomarse a la ciudad italiana de Bari y a la montenegrina Ulcini, los días despejados.
Esta bella ciudad albanesa ya en la Edad Media fue mencionada por viajantes y mercaderes como un trozo de Estambul en el mar Adriático en virtud a su aire oriental que se destaca con mayor nitidez en su bazar.
El bazar de Kruja no sólo es uno de los íconos culturales de Albania sino también un destino turístico de gran interés que ha visto incrementar el número de visitantes año tras año, así lo ha expresado Lulzim Guni, alcalde de esa ciudad de 16.000 habitantes quien afirmó que en 2010 visitaron la ciudad unos 360.000 turistas, frente a los 200.000 que acudieron en 2006.
El bazar tiene todas las reminiscencias de cualquier bazar oriental, su mezquita con minarete blanco, callejuelas empedradas y diminutas y multicolores tiendas de madera donde es posible adquirir mercancías de lo más diversas: desde los tradicionales vestidos, baúles y cunas, hasta modernas tazas de té con el retrato del primer ministro, Sali Berisha.
Pero uno de los recuerdos más apreciados son los kilim (alfombras) de lana con motivos y colores nacionales que las mujeres realizan en los talleres colocados en las tiendas. Otros artesanos fabrican los típicos gorros de lana (geleshe) en tanto que otras tiendas ofrecen los chalecos de shajak (tela de lana batida) con tradicionales motivos rojinegros para caballeros y de terciopelo bordados con “gjymyshk” dorado (una especie de seda) para mujeres.
El tamaño del bazar de Derexhik, como lo llaman los locales, se ha ido reduciendo con el tiempo y ahora quedan sólo 60 tiendas como recuerdo de su espléndido pasado. En los primeros años de democracia se convirtió en el principal centro de venta de reliquias y antigüedades conservadas por la población de diferentes provincias del norte y centro del país y, si bien, las imitaciones chinas que están penetrando podrían dañar la imagen del bazar, los viejos artesanos otomanos no permiten que se pierda el verdadero espíritu de las tradiciones.
Foto: rpp