Durante la audiencia, la jueza, disciplinada funcionaria de una administración que todavía tiene la impronta soviética, sometió a esa mujer y ese hombre a un férreo interrogatorio que ambos superaron no sin dificultad. Una de las preguntas debió estar relacionada con cómo sería la adaptación del niño al idioma de los futuros padres. El gran hombre de Barcelona se alzó y le contestó lo siguiente:
Creo que no tendremos dificultades con la lengua. Durante los encuentros con el niño no hubo problemas. Jugamos, cantamos y bailamos. Realmente lo queremos y deseamos profundamente que sea feliz.
No dejaría de ser la esperada respuesta sensiblera para agradar a la autoridad sino fuera por ese gran hombre de Barcelona la dijo en ruso. En un ruso tan inteligible que al parecer dejó con la boca abierta a todos los presentes. No sé si ese hombre sabía de antemano que le harían esa pregunta o lo intuyó, el caso es que al contestar en la lengua de Dostoyevski, dejó bien claro que la transición al castellano y al catalán de la criatura será cómoda y sin traumas ya que tendrá el puente del ruso que ambos futuros padres han aprendido para ello.
Sé además, aunque yo no estaba presente, que ese hombre pronunció su pequeño discurso sin altanería ni arrogancia, sospecho incluso que lo hizo con humildad y cierta picardía. Y lo sé porque lo conozco hace 42 años pues ese gran hombre, es mi hermano menor Oscar, la gran mujer es mi cuñada Núria y el niño es mi, ya sobrino, Kirill. Ahora que soy tío, sin embargo, no voy hablar de este último, su historia está por escribir, sino que quiero aprovechar la oportunidad para hablar de mi hermano.
Mi hermano es el hombre más brillante que conozco. Su voluntad y determinación le han llevado a superar cualquier obstáculo fácilmente. Fue un niño obeso que acabó convertido atleta capaz de correr carreras urbanas, es el primer titulado universitario superior de toda mi familia, habla varios idiomas aparte del ruso que ha aprendido en pocos meses, y encuentra tiempo para un sin fin de actividades desde practicar kárate, pasear a su preciosa golden retriever o seguir formándose leyendo y asistiendo a cursos. Es por eso que la opinión de mi hermano es la única que me interesa y no dudo en consultarle cuando mi vida zozobra que es más a menudo de lo que debería ser. Además es el principal corrector de este blog, avisándome de faltas de ortografía o de temas mal planteados, a veces en plan troll, pero siempre con certeza.
Él hace años me sacó del agujero de la depresión y me llevó a París, sin ese impulso nunca hubiese podido hacer los viajes que después emprendí y que me dotaron de la autoestima necesaria para acometer mi única y tumultuosa vida en pareja. También en una segunda vez en que había tirado la toalla, me sacó del pozo con otro viaje, esta vez a Nueva York. En esta ocasión, la autoestima recuperada me ha servido para encontrar en nuevo empleo.
Oscar me ha dado muchas cosas incluyendo a la mejor de las cuñadas que se pueda desear. Una mujer brillante y generosa que, sin duda, será la mejor de las madres. Nadie como ella para asumir el colosal reto de criar en Barcelona a un niño que ha pasado toda su existencia en un orfanato siberiano. Un niño que es el último regalo de mi hermano, convirtiéndolo en mi sobrino y dándome un nuevo impulso para cuidarme y trabajar para poder ofrecer a Kirill todo lo que en mi calidad de tío me corresponda darle.
Mi hermano es un hombre grande, fuerte, pero sensible, tanto que le he visto llorar por mí al verme entubado en una cama de hospital donde mi asma se empeña en llevarme de vez en vez. Una muestra de lo mucho que me quiere, pese a lo cual yo no siempre me porté bien con él. Bueno yo no siempre me he portado bien con la gente, ni siquiera con mis padres, pero junto con ellos, es mi hermano por el único que siento tales remordimientos que se me han convertido en llaga que sangra, supura y nunca cicatriza. Sé que el me perdonó porque conoce cuantas taras físicas y psicológicas padezco, pero yo las conozco mejor y jamás me servirán de excusa para perdonarme a mí mismo.
Quizás las cosas deberían haber sido al revés: el hermano mayor debería haber guiado y protegido al menor pero no fue así. y me veo a veces como un Fredo Corleone cualquiera. Aunque en ocasiones me puede el orgullo y pienso que mi hermano lo tuvo fácil para llegar donde está: sólo tuvo que hacer lo contrario que hice yo. Pero sinceramente, a mi hermano no le ha hecho falta seguir los pasos de nadie, todo lo a conseguido el solo y ahora, con el apoyo mutuo de Núria, será un padre maravilloso.
Os quiero Núria, Kirill.
Te quiero Oscar.