Si hay un edificio que simbolice la ciudad de Moscú, y casi Rusia entera, ése sin duda es la Catedral de San Basilio, como punto clave de la famosa Plaza Roja y el Kremlin. Su colorida fachada y sus cúpulas en forma de bulbo han hecho de este edificio religioso uno de los más famosos internacionalmente.
Construida a medidados del siglo XVI, se erigió en el año 1555 bajo el mandato del zar Iván el Terrible tras conseguir conquistar la zona tártara del Konato de Kazán. A pesar de la complejidad de la fachada, el templo se construyó en apenas 6 años, dándose por terminada en el año 1561, aunque sufrió varias ampliaciones años más tarde.
La catedral fue bautizada como Catedral de la Intercesión de la Virgen del Montículo, pero es popularmente conocida como San Basilio, ya que supuestamente se ubica sobre la tumba de este santo. Se ideó como un grupo de capillas dedicadas a diversos santos relacionados con los días en los que Iván el Terrible había ganado diferentes batallas, pero quedaron finalmente unificadas por una torre central que las comunicaba todas, haciendo de este templo una única catedral.
Existen varias leyendas en cuanto al nombre del arquitecto que ideó esta peculiar iglesia. Oficialmente el constructor fue el ruso Yákovlev Póstnik, apodado como Barma, pero hay historias que cuentan que fueron unos arquitectos italianos contratados por el zar.
Asimismo, la belleza de la catedral llevó a que se extendiera el rumor de que el mandatario ruso mandó cegar a Barma para evitar que hiciera algo similar, un acto improbable pues años más tarde este arquitecto fue el encargado de hacer los primeros bocetos de la construcción del kremlin de Kazán.
Sean ciertas o no las leyendas, lo que sí está contrastado es que este templo ha sido un gran superviviente a varias catástrofes y guerras: un incendio en el siglo XVIII la redujo a sus cimientos, pero se pudo volver a construir; Napoleón quiso llevársela a París, pero al tener que retirarse tras perder la guerra en Rusia se tuvo que abstener de ello, dada su frustración, mandó volarla, pero los explosivos se mojaron y se volvieron a trastocar sus envidiosos planes; por último, en los años de Stalin, cuando tras la Segunda Guerra Mundial se reconstruyó buena parte de Moscú, se mandó destruirla, pero finalmente fue reconsiderada su demolición.
Tras la caída del comunismo en 1991, la catedral volvió a ser un templo religioso para acoger a los fieles ortodoxos y a los miles de turistas que visitan la capital rusa año tras año.
Lo cierto es que tanto su fachada multicolor como su interior son de interés cultural internacional:
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