El punto de partida es que tanto los humanos como los animales son capaces de aprender a asociar un determinado tono acústico o señal luminosa con una ráfaga de aire que llega al ojo. Entonces el aire impulsa al sujeto a parpadear, y finalmente parpadeará en el momento en que vuelva a escuchar el tono o ver la señal luminosa.
Pero lo más extraño es que si el tono acústico o la señal de luz se presentan a la vez que la ráfaga de aire, la asociación se vuelve confusa y no somos capaces de hacer la relación entre estímulos.
Según el neurocientífico y profesor Germund Hesslow, coautor de la investigación, “dos estímulos producen peores resultados que uno solo”. Esto parece contrario al sentido común, pero lo que indica es que el cerebro trata de ahorrar energía.
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