New York, New York (I)

Hacía mucho que quería visitar la ciudad de los rascacielos, ver de qué pasta estaba hecha, que magnetismo tenía y ver si era cierto todo lo que se decía de ella.

Así que hicimos las maletas y nos presentamos allí, sin avisar.


Las primeras imágenes te dan van diciendo que todo es tal y como lo ves en las películas.



Pero empecemos desde el principio. Y lo primero es el hotel. Nos hospedamos en el que entonces se llamaba Milford y hoy es el Row NYC.
Soy de gustos cambiantes, lo reconozco. Igual en un viaje me apetece alojarme en un hotel moderno y diferente y al siguiente se me mete en la cabeza que quiero empaparme en la historia de la ciudad más que nunca. Y eso es lo que es el Hotel Milford de Nueva York, Historia con mayúsculas.




Con sus 27 pisos y nada menos que 1.331 habitaciones, el actual Row fue en su inauguración el mayor establecimiento hotelero de la ciudad. Y hablamos de 1928, cuando se llamaba Hotel Lincoln en honor del presidente de Estados Unidos que había nacido el mismo día que el hotel pero con 113 años de diferencia.
Ya desde esa época, empezaba a criarse el gusanillo de la competición por ver quién hacía el edificio más alto de la ciudad, el más grande e impresionante. Así que los constructores del Milford le añadieron un extra que consistía en un mástil donde se podía leer "Lincoln Hotel" desde una distancia más que considerable.






Con el paso de los años, surgieron otros establecimientos que le robaron los récords que hasta entonces ostentaba, pero a cambio el Milford fue adquiriendo experiencia e historia. Después de varios cambios de dueño, de nombre y de estado ( ya que estuvo completamente cerrado y tapiado durante una década) volvió a su actividad de manera intermitente y más bien como un hotel sin mucha gracia.






Pero los cambios llegaron en la actual década, cuando tras un nuevo cambio de dueño y una renovación completa y radical, adaptada a las tendencias actuales, el Milford renació como el Row NYC.
El pasado febrero tuve la suerte de disfrutar de este cambio y vivir durante unos días el magnífico ambiente, juvenil y renovado del hotel.




Ya desde el vestíbulo, lleno siempre de jóvenes en un continuo trajín que le da vida y dinamismo, se percibe ese nuevo aire que envuelve todo el establecimiento. Tras un check in rápido, y un paseo por el bar y las gradas que acaban de completar la tarjeta de visita del hotel, nos dirigimos a las habitaciones, que guardan las formas del primitivo Milford pero que ahora lucen nuevas y diferentes tras el completo lavado de cara a las que fueron sometidas.
Colores brillantes y luminosos, una cama realmente cómoda y sobre todo amplitud y claridad, se combinan con unas vistas donde las ventanas a los rascacielos nos muestran las más puras y típicas postales de la Ciudad de los Rascacielos.
El hotel cuenta también con una completa tienda de regalos, una pizzería, un bar cafetería que por la noche se convierte en un lounge donde escuchar buena música con un diseño a la última que rompe esquemas de manera radical.
Para los aficionados al deporte cuenta con un gimnasio muy completo y para los internautas un hall con multitud de ordenadores disponibles.
La situación del hotel es realmente magnífica, a dos pasos de Times Square y casi encima, por tanto de la mítica Broadway.
No dudaría en alojarme de nuevo en el mismo sitio y en la misma habitación la próxima vez que visite la Gran Manzana. Y por supuesto, si alguien me pregunta si lo recomendaría, la respuesta sería un SI como el Empire State de grande.


Quienes hemos tenido la suerte de sobrevolar Manhattan, hemos visto cómo la ciudad parece volcarse sobre un manto verde ( blanco en invierno), que parece una herida abierta a la que rodean los más espectaculares e históricos edificios de la Gran Manzana.






Alegre y colorido durante el verano, misterioso y sorprendente durante el invierno, pero siempre bullicioso y lleno de vida, Central Park se ha convertido con el paso de los años en una caja que se abre a cada paso para regalarnos las más variadas e increíbles sorpresas.






Quizá la mejor de ellas, la que más se disfruta, sea el sosiego y la paz que se puede respirar al dejar atrás la trepidante marcha que parece invadir las grandes avenidas de la ciudad. El tráfico, las prisas, los ruidos de la urbe que nunca duerme, se apagan al traspasar los límites que entran a este pulmón único en el mundo, que ya ha cumplido nada menos que 157 años con unas cifras que demuestran su importancia vital para la ciudad de Nueva York.










Cuatro kilómetros de largo por 800 metros de ancho donde conviven 26.000 árboles de gran tamaño, 275 especies de pájaros, miles de divertidas y nada asustadizas ardillas, 9.000 bancos, 93 kilómetros de calles y senderos, 30 puentes, siete lagos, varios restaurantes, fuentes, esculturas y por supuesto el Metropolitan, uno de los mejores museos del mundo.






Todos esos datos, más los 25 millones de visitantes que anualmente traspasan sus lindes, su consideración como cuna del footing mundial ( sobre todo en la zona de The Reservoir, el gran lago que se excavó para suministrar de agua dulce a la ciudad), el maravilloso castillo de Belvedere o el Jardín Botánico, la escultura de Alicia, el pequeño zoo para niños o la espectacular y cinéfila Bethesda Terrace, hacen de Central Park un lugar único que bien merece una jornada completa para empaparse de toda la esencia de la ciudad de Nueva York.















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