LO QUE NO VEMOS.- (cuento de Navidad incluido en CUENTOS DE ESCARCHA Y MAZAPÁN)


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Nuestro cuento ha podido transcurrir en una noche de Navidad, y de hecho aunque no lo creáis, ocurre, como veréis más adelante, aunque la mayoría de nosotros no nos percatemos de ello.
Era un día frío y claro en el que el reflejo del sol se proyectaba a plomo en la nieve casi helada.
En todas las casas se hacían los preparativos para la celebración de estos días de fiesta. Las calles parecían más animadas con el ir y venir de la gente, llenas de luces y brillantes adornos que pendían de delgados cables sobre las personas y los coches que transitaban incansablemente.
Uno de estos hogares, en el que vivía una feliz familia compuesta por un matrimonio con tres niños, va a ser el escenario elegido para este relato.
Aquella tarde entre los tres niños pusieron el Nacimiento en un rinconcito del salón, marcando muy bien con serrín el camino por donde habrían de pasar los Reyes Magos hasta llegar al Portal de Belén. Los patos nadaban en un río de papel de plata, flanqueados en cada orilla por rebaños de blancas ovejas de barro. Cuando terminaron de colocarlo, desembalaron el árbol de Navidad al que ubicaron al lado de la ventana. Le colgaron pajaritos de algodón de colores, bolas de cristal y un enorme montón de figuras que quedaron columpiándose entre las ramas del abeto artificial, suspendidas de hilos dorados. Aunque pusieron mucho cuidado en coger los adornos, no pudieron evitar que algunos escaparan de sus manos y se rompieran.
Anocheció y después de cenar se acostaron agotados con el trajín de la decoración navideña.
A partir de media noche el salón se transformó súbitamente: El Nacimiento cobró vida: los pastores bajaban de las montañas, por senderos de serrín y musgo, con sus rebaños de albas ovejas de barro y esmalte, para adorar al Niño del pesebre; el panadero cocía su pan en el horno de arcilla para llevar su ofrenda al establo; el carpintero serraba unos troncos con los que fabricaba una cuna destinada al bebé que acababa de nacer en el establo de corcho y madera.
El árbol de Navidad se iluminó repentinamente. Los pájaros azules, rosas y verdes se pusieron a cantar; las bolas de cristal a parlotear con los ratones, los osos de algodón con los botijos plateados…Una bola se desperezó:
─¡Ohaaaaa! ─Y saludando a todos se puso a conversar con una guitarra de metal que hacía sonar sus cuerdas quedamente con una dulce melodía.
─Un año más aquí ¡Hay que ver qué rápido pasa el tiempo! ¿Has visto cómo han crecido los niños? ─ A lo que la guitarra contestó:
─¡Ya lo creo, están mucho más grandes! Ya son más cuidadosos porque el año pasado, ¿recuerdas?, rompieron más de diez adornos ─ Con un suspiro la bola dijo:
─¡No me lo menciones! Cuando me tomaron en sus manos, el terror me invadió, y mi color dorado se transformó en escarlata. Y… Hablando de otra cosa ¿Qué tal sitio te tocó en la caja donde nos guardan? ─ Siguió preguntando la bola cotilla.
─¡Muy bueno! Ya sé que a ti te colocaron abajo con el espumillón. Yo estuve en la parte de arriba y me entretuve mucho escuchando lo que se decía.
─¿Y qué se decía? Cuéntame, me tienes en ascuas.
─Verás, en primer lugar la mamá de los niños se quejaba mucho a su marido de la subida del colegio, de la ropa, de la comida…En fin ¡De todo! Parecía muy disgustada. Además dijo algo extraño como que “Los Reyes este año iban a venir flojos” ¿Qué habrá querido decir?
─¡Muy fácil! –Contestó la guitarra– Que los Reyes son ya muy viejos y que están muy débiles. ¡Imagínate las caminatas que se tienen que dar todos los años desde las tierras lejanas donde viven ¡Pobrecillos! No me extraña que estén “flojos”.
─También he oído al vecino de al lado, desde hace una temporada, cantar en francés a cada momento; dicen que es el idioma del amor, así que …Debe estar locamente enamorado; además “esto del amor”, según se rumoreaba en la caja, es algo que se lleva mucho, debe ser una nueva moda o algo por el estilo.
Un ratón de hocico azul comenzó a hablar de futbol con un pingüino. Una ardilla conversaba con una chocolatera que le rascaba la espalda con cada vaivén de su hilo. Todo eran risas y comentarios entre los pequeños habitantes del árbol.
Entre el murmullo se oyó una voz chillona que gritó: ─¡Silencioooo! –Todos asombrados levantaron la cabeza hacia las ramas más altas del árbol. El autor del grito resultó ser un gallo que poseía una hermosa cola de plumas de colores. Mirándolos uno por uno comenzó a hablar con voz enfadada y llena de rencor:
─No sé cómo os atrevéis a opinar sobre cualquier tema, vosotros, que os situáis en las ramas más bajas, y menos sobre uno tan importantes como es el amor, que nunca lo habéis experimentado en vuestras miserables vidas, ni lo haréis jamás; los únicos destinados a sentirlo son los hombres y los animales, y no vosotros, ¡atajo de ignorantes e inútiles desechos de adornos! ─ Siguió gritándolos desde las alturas mientras se pavoneaba desde la cima del árbol de Navidad.
─¿Quién os va a informar mejor que yo de las últimas noticias? Nadie de aquí por supuesto. ¡Vosotras bolas de la nueva ola sois tan ridículas como imprudentes! Con vuestro cuerpo de plástico os creéis tan modernas y resultáis tan ridículas. Las bolas de cristal que se rompieron eran mucho más respetuosas conmigo, se daban cuenta de mi gran inteligencia. ¡Y respecto a vosotros animales de escarcha, rebozados en brillos de oro y plata que os vuelven insulsos y sin gracia! ¡Resultáis feos y patéticos! ¡Dan ganas de tiraros directamente a la basura!
Los gritos se habían convertido en alaridos y el animal se desgañitaba en horribles cacareos y reproches contra todos los adornos de Navidad. Tanto chilló y alborotó que un pastor del Nacimiento, descolgándose por las patas del mueble, llegó hasta el árbol y dirigiéndose al gallo exclamó:
─¡Por favor! ¿No podrías dejar eso para otro momento? El Niño acaba de dormirse.
El pastor volvió a su lugar, dejando al gallo refunfuñando y de mal humor. Apagaron las luces del árbol y del Belén para no molestar al Recién Nacido. Todos se fueron quedando dormidos, menos el gallo, que pensaba en lo ridículo que había quedado ante los que quería haber impresionado con su sabia experiencia.
Repentinamente una corriente de aire abrió la ventana y sopló con fuerza durante unos instantes. En la oscuridad se oyó un grito y unos gemidos; después todo quedó en silencio.
A la mañana siguiente los niños encontraron al gallo de la rama más alta en el suelo. Su vistosa cola de plumas de colores aparecía totalmente destrozada. En un primer momento pensaron en tirarlo a la basura, pero la figura era de las más antiguas que conservaban y decidieron no deshacerse de ella. Los niños después de deliberar, dispusieron al gallo en la última rama del árbol, escondiendo su deterioro detrás de una tira de espumillón. Colocaron en su lugar, en lo más alto del abeto, junto a la estrella, a un pajarito de suave algodón, mofletudo y sonriente.
El gallo, aquella noche, aprendió una dura lección para su orgullo: En el árbol de Navidad, nadie le consideraba especial, solo era un adorno roto, escondido entre el ramaje.
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María Teresa Echeverría Sánchez
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