LA NUEVA VIDA DE ZERU .- (Primer capítulo).-

 LA NUEVA VIDA DE ZERU.- Zeru, es una investigadora privada que, a través de sus sueños, recibe visiones del pasado sobre los asuntos que investiga. Un nuevo caso la conducirá hasta la reserva de los indios lakota, en Dakota del Sur, y al encuentro de un nuevo amor. Novela de amor, humor y aventuras en un entorno lleno de historia y denuncia social.

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La nueva vida de zeru
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“Un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final” (Harry Mulisch)

UN FIN Y UN COMIENZO

Zeru se despertó bruscamente. Percibió en el paladar el desagradable aroma del hierro fundido. Notó su corazón latir desbocado lo mismo que una locomotora a punto de colisionar. Fue consciente de la humedad que la rodeaba; sus ropas y el lecho estaban empapados de sudor. Se sentía desorientada y, hasta pasados unos minutos de pura angustia, no supo donde se encontraba. Cuando logró tranquilizarse, tuvo conciencia de que estaba en casa, en su propia cama. Tanteando en la negrura que la envolvía fue capaz de encender la lámpara de la mesilla. Recorrió con la vista todo el cuarto, cada rincón, palmo a palmo, intentando librarse del regusto de pánico que le había producido la pesadilla. Ya más tranquila, cerró los ojos y evocó las escenas de sus sueños:

Una niña de unos ocho años, paralizada por el terror, sostenía entre sus brazos a un bebé de pocos meses. La pequeña intentaba que no despertara meciéndolo sin parar; cualquier ruido los delataría y estarían perdidos. Se encontraban escondidos en un sitio oscuro y asfixiante, algo parecido a un sótano. La niña oyó unos alaridos inhumanos que inmovilizaron su respiración. Los oídos se llenaron del latido alocado de su propio corazón. Sus ojos, demudados por el pánico, no se apartaban de los tablones que le servían de techo. Algo goteaba entre ellos salpicando sus ropas. Supo que era sangre. Ahogo el gemido que pugnaba por salir de su garganta. La chiquilla sabía que debía estar muy quieta y mantener al bebé en silencio para no morir.

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Un escalofrío recorrió la espalda de Zeru al revivir la terrible escena. No encontró explicación para el extraño sueño. Parecía sacado de alguna vieja película, o de algún libro de los muchos que adornaban su extensa biblioteca, pero no logró ubicarla en su memoria. La protagonista, esa niña pequeña y asustada, no le era en absoluto familiar. Intentó apartar las secuencias de su mente. Su mirada se paró en el reloj de la mesilla que marcaba las cinco de la mañana. Sabía que no volvería a dormirse, la adrenalina liberada mantenía sus párpados exageradamente abiertos y su mente navegaba a todo gas. El intestino, haciendo gala de afán de protagonismo, rugió bruscamente lleno de gas. Puso una mano en el vientre para acallar el desasosiego. Se levantó y dio un paseo por la casa. Fue encendiendo las luces a su paso. Todavía no se encontraba lo suficientemente fuerte como para luchar contra los monstruos de la oscuridad, esos que se quedan impresos en las pupilas después de una pesadilla. Se sentó en su butacón preferido, forrado de tela azul y de recuerdos dulces de canela. Así acurrucada estuvo leyendo hasta que fue hora de acudir al trabajo.

-¡Despedida!- Esta palabra todavía resonaba en sus oídos mientras volvía a casa. Después de veinte años en Iriswater le habían dado la patada igual que hicieran con otros tantos compañeros anteriormente. La directora de recursos humanos trató de justificar el despido, siguiendo el mismo patrón que utilizaba para echar a los empleados inservibles, esgrimiendo una crisis ficticia del sector como causante de esa regulación, aunque Zeru creía adivinar el motivo principal: acababa de cumplir 50 años y este pequeño matiz la descalificaba para seguir en la multinacional. Esperaba el odioso momento desde hacía dos meses, después de haber sido testigo en multitud de ceses como el suyo. En las estanterías de su estudio, los numerosos huecos señalaban la ausencia de objetos personales, esos que con su sola presencia caldeaban el ambiente, imprimiendo una pincelada intimista a tantas horas de duro trabajo: fotos, libros, plantas… entre muchas otras cosas que ya se ubicaban en el nuevo hogar.

Zeru paseó la vista por el despacho de la ejecutiva hasta posarse en la hermosa cacatúa que había junto a la ventana. El ave se peinaba las plumas ajena al trajín de la oficina. Un efluvio ácido, desagradable, igual que el ardor de estómago, le llegó flotando hasta su sitio procedente de la Directora. Era una experta en olores. Su nariz siempre fue una aliada no solo en su trabajo, sino a lo largo de su vida. A su juicio el aroma de las personas bastaba para juzgarlas en: estimulantes, aburridas, o maléficas. Éste último epíteto era el apropiado para definir lo que desprendía la mujer que se sentaba enfrente:

—“Como comprenderás no es nada personal”— Casi cantó la odiosa mujer con ensayada melodía.

—“Personal, personal”— Repitió el pájaro muy ufano de su cantinela.



—“Muy al contrario— Continuó la mujer —Tu labor en el departamento de Inspección de Siniestros ha sido legendaria. Eres un ejemplo a seguir por los nuevos técnicos de laboratorio. Pero ya conoces la cantidad de rescisiones de contratos que hemos sufrido en los últimos seis meses. Estamos haciendo unos cuantos recortes de presupuesto y tu departamento es el más perjudicado. Tienes un año entero para encontrar otro empleo, el subsidio de paro te cubrirá este periodo. ¡Alegra la cara mujer! ¡Seguro que pronto encuentras un nuevo trabajo!”

—“Trabajo, trabajo”— Cantó la cacatúa.

Zeru no quiso alegrarse y arrugó la nariz. Abofetear a la mujer, la misma que la estaba despidiendo con una sonrisa de oreja a oreja, hubiera sido su mejor opción para reír. La observó. Todo en ella era afectada sofisticación en cantidades concentradas: el reloj de brillantes Cartier que lucía en la muñeca; la pluma Montblanc que utilizaba como una prolongación de su dedo índice; el bolso Armani que combinaba a juego con los zapatos neoyorkinos; el perfume Chanel en el que se bañaba después de la ducha y, por supuesto, la cacatúa, blanca, impoluta y cotilla. Cada prenda que lucía esa mujer debía de costar… Carísima. La jovencita desde que había llegado hacía un año, contratada especialmente para deshacerse de las “antiguallas “o “dinosaurios” , se había granjeado la animadversión de todos los trabajadores. Su imagen de muñequita educada de mirada gélida, desprovista de sentimientos, se asemejaba a un cucurucho de helado italiano. Zeru haciendo un gran esfuerzo dominó las ganas de espachurrar a la mujer pastelito. Sentía que era la ocasión propicia para dejar salir toda la tristeza y la rabia que encerraban sus últimas noches de pesadillas. Se puso en pie, sabiendo perfectamente lo que venía a continuación y, con cara de circunstancias, espero la puntilla como una res a punto de ser ejecutada y despellejada:

—¡No te levantes por favor!— Dijo la ejecutiva con voz autoritaria. La cacatúa voló al hombro de su dueña. Zeru contempló a ambas. Tenían los mismos ojos raposos.

—No hace falta que vayas a tu despacho a buscar la chaqueta y el bolso. Voy a ordenar que te los traigan ahora mismo— La mujer se dirigió hacia la puerta para hablar con un guardia jurado que esperaba ya en el vestíbulo. Zeru advirtió que el traje de chaqueta blanco de la directiva llevaba una inmensa cagada en la espalda. Dominó el impulso de advertirla y esperó su vuelta. A los pocos instantes regresó con el pájaro y su manchón de caca.

—Tienes que abandonar la empresa sin despedirte de tus compañeros y sin llevarte nada.

 La mirada de Zeru se quedó fija en la taza de café que bebía la directiva. Clavo sus ojos en los de ella y con rápido movimiento empujó la taza de la mujer hasta ponerla debajo de la cacatúa que se columpiaba en la mano de su dueña. Siguió aguantando la mirada hasta que oyó un leve goteo en el café. El pajarraco tenía buena puntería y la directora no se percató de la maniobra, ocupada como estaba en desafiar la mirada de Zeru.

—Abajo, los chicos de seguridad te registrarán antes de salir a la calle. Normas de la dirección, ya sabes, se hace con toda persona que es despedida. Hay que asegurarse de que no saques de aquí ninguna información de la compañía. No es nada personal— Canturreó nuevamente la directora con mueca teatral

—¡Personal! ¡Personal!— Repitió con entusiasmo la sosias emplumada. Se veía que las dos disfrutaban con este momento de poder absoluto. (¡Bruja, ya te darán tu merecido cualquier día! ¡Tú también cumplirás cincuenta!) Pensó Zeru saliendo del despacho. Cuando esperaba el ascensor oyó los gritos de asco de la directiva, la bruja había descubierto la cagada y seguro que se bebería el café con sorpresa. Un aroma de anises inundó el rellano. Siempre que se alegraba, desprendía su tufillo de bebedizo agradable. Reprimió las carcajadas y bajó.

Lo que “ellos” no advirtieron fue que hacía unos cuantos días, la información confidencial de los casos en los que Zeru había tenido un éxito indescriptible, viajó en cds, escondidos en el forro de sus botas de ante, hasta su casa donde se encontraban a buen recaudo. Evitó reírse delante de los chicos de seguridad, entre otras cosas porque también sentía unas horribles ganas de llorar, y si comenzaba con carcajadas sabía que terminaría bañada en llanto.

Después del humillante registro, se encontró por fin en la calle, aturdida y rabiosa, y decidió encaminarse directamente a su hogar. No hizo ninguna llamada, todavía no era capaz de hablar de ello sin alterarse. Cuando traspasó el umbral de su casa se sentó en su sillón favorito. El mimbre crujió bajo su peso; se acomodó los almohadones en la espalda y suspiró hondamente. Miró la sala iluminada por el sol y se sintió reconfortada. Le encantaba su casa, llena de luz, de mullidas alfombras, y de plantas. Olía a hogar, a cueva protectora. El salón se abría a una pequeña terraza con aspecto de jungla salvaje. La verdura ensartada muy junta en las jardineras, crecía estrecha y alta cubriendo cada costado de la balconada, a modo de pared viva, aislándola de cualquier mirada. De vez en cuando una flor asomaba la cabeza tímidamente entre la húmeda sombra. Los muebles de médula, recogían la luz en su espejo de barniz blanco.

—Y ahora ¿qué voy a hacer?— Se preguntó en voz alta.

Le hacía falta tomar algo caliente que la vivificara, decidió que un té le sentaría de maravilla. Con la taza en la mano se dirigió hacia las estanterías del salón. Cogió la botella de anís, la única que tenía, la que usaba para hacer magdalenas y rosquillas, y echó una generosa cantidad en el té. Se sentó abrazando uno de los cojines mientras se bebía la infusión. Intentaba no pensar en nada, pero la mente volaba a su aire y sus ojos se posaron sin proponérselo en la foto de Miren. Y sonrió.

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Cuando conoció a Pedro jamás imaginó que sería el padre de su hija. Desde el primer encuentro en el que éste inundó todo con su aroma de pino, quedó patente que algo extraordinariamente fuerte los había ligado para siempre; y aunque el aglutinante fue el amor, no era de la clase que toda chica joven espera encontrar. El dulce Pedro con aroma de picea, comprensivo, fiable, detallista, sensible hasta las lágrimas, tierno, divertido y guapo a rabiar, resultó ser homosexual. A lo largo de los años los dos tuvieron varias parejas, pero con ninguna de ellas alcanzaron tanto bienestar y confianza como cuando estaban juntos: compartían risas con café a las tres de la mañana, vacaciones con lágrimas de amores rotos, abrazos de consuelo y dicha, noches de insomnio y desesperanza. Todas estas vivencias habían fraguado una inquebrantable amistad bañada del cariño más profundo. Hacía 27 años que el reloj biológico había sonado al unísono en la pareja impulsándolos a tomar una gran decisión: tener un hijo.

Zeru se sometió a una inseminación artificial que a los nueve meses dio su fruto: Miren, uno de los seres más dulces en cualquier aspecto que uno pudiera imaginar. Lo que nunca sospecharon fue que el nacimiento de la niña, un ser tierno con perfume de manzanas asadas, tan querida y deseada por ellos, se convirtiera en el detonante para una ruptura familiar en toda regla.

Los padres de Pedro renegaron de su hijo homosexual portador, para ellos, de una tara insalvable y hereditaria, y de su retoño al que no quisieron conocer. Zeru, ya huérfana desde hacía una década, se encontró despreciada por su única hermana, una persona que llevaba algo roto en su interior desde la muerte de su padre y que veía el mundo de color tenebroso, tanto o más que el atuendo negro que solía vestir siempre, y quien evaluó el nuevo núcleo familiar como “experimento depravado de seres descalificados para la paternidad”. Recordó con todo lujo de detalles el instante en el que ella había pronunciado esa frase seguida, sin tomar aire, que sonó igual que una sentencia. La imagen amoratada de esa cara de torta de chicharrones deformada por la rabia y el odio, le arrancó unas sonoras carcajadas:

—¡Menuda bruja! ¡De la que me he librado!— Exclamó a voz en grito.

Durante los primeros años de la vida de la pequeña, los tres formaron una familia convencional. Más tarde, Pedro conoció a Mikel del que se enamoró perdidamente y decidió compartir su vida con él. Llegado este momento, Pedro y ella estuvieron de acuerdo en que la niña siguiera en un hogar fijo y se quedó con la madre. Pedro se mudó con su pareja a un piso de la vecindad. Los cumpleaños, las Navidades o cualquier evento que se evaluara como “especial” siempre lo celebraban todos juntos en casa de Zeru. Con Mikel no hubo nunca el menor problema. Se adaptó a la situación nada convencional, logrando integrarse en la extraña familia.

Zeru dibujó en la memoria el rostro de su hija. Se había convertido en una atractiva joven, además tenía un corazón tierno y enorme. Tanto Pedro como ella habían hecho un buen trabajo como padres. Los dos estaban muy orgullosos de Miren, la pintora. Desde pequeña quedó patente su vocación en los cientos de papeles que emborronaba con lápices de cera y sobre todo en las paredes de su habitación, a las que tuvieron que repintar bastante a menudo. Nació con la suerte escrita en la frente y creció tranquilamente sin dar el menor problema. Ahora trabajaba en lo que le gustaba, coloreando sus propias ilustraciones para una revista. “Su niña” hacía unos meses que se había casado ¡Parecía tan feliz!

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Reconfortada por estas imágenes y por el lingotazo de licor, se puso en pie y se encaminó hacia el espejo de su dormitorio. Contempló sus 50 años a fondo en la imagen reflejada de sí misma, tratando de ser imparcial. Aparentaba algunos años menos. Alta y esbelta, todavía se “conservaba” en buena forma. Esta palabra “conservar”, que olía a sardinas en lata, la oía últimamente con bastante frecuencia, sinónimo de que había rebasado el medio siglo e iba en caída libre hacia la vejez. Aunque no dejó de apreciar su incipiente barriga que crecía a ojos vistas con los ataques de gases que sufría periódicamente, sobre todo cuando era presa del nerviosismo; a esto le añadió las ojeras violáceas instaladas desde hacía una buena temporada debajo de los ojos, así como las arruguitas de expresión y las varicillas que se apreciaban en los muslos. Una mueca de disgusto se dibujó en el rostro. Era muy coqueta, siempre lo había sido. Desde pequeña le encantaba mirar su reflejo en los espejos. Pero ahora, incluso eso, le pareció deprimente. Oyó el teléfono repicar en la lejanía:

—Hola mamá, he llamado a tu oficina y muy diplomáticamente me han comunicado que te habías ido de la empresa ¡Menuda gente! ¿Cómo estas, quieres que vaya a verte? Porque puedo llegar en diez minutos.

Zeru contestó con voz pastosa. El alcohol le enredaba la lengua y le hacía arrastrar las palabras:

—No cielo no hace falta que vengas, estoy bien; ya sabes asumiénnnndolo ¡qué remedio me queda! Te dije que me echarían ¡et voilá! Además tengo que decidir qué voy a hacer con mi vida a partir de ahora y necesito estar sola. ¿Lo entiendes, nennna?

—Sí madre, lo entiendo, se nota que has bebido una copa, hablas raro. Mañana te llamo y me cuentas lo que hayas pensado. No le diré nada a papá, porque en cuanto se entere, le vas a tener allí atornillado a tu vera para darte mimitos— Miren rió al imaginarlo.

—Mantén el secreto unas horas por favor, tengo que rehacerme yo solita. No soporrrrtaría que nadie me tuviera lástima y menos Pedro que es muy meloddddramático. Gracias por llamarme. Adiós cariño.

De buena gana se hubiera refugiado en los acogedores brazos de Pedro o Miren dando rienda suelta al lagrimeo que pugnaba por salir. Optó por desahogarse en soledad. Después de un buen sofocón y unos cuantos sorbos más de infusión, tareas que la hicieron sentir mucho mejor, empezó a valorar sus opciones. Desde que comenzaron a despedir a la gente en la empresa, llevaba días evaluando la posibilidad de retomar su antigua profesión. El timbre de la puerta la sacó de su ensimismamiento.

—¿Qué tal Casilda, cómo estás?— El embotamiento del alcohol se evaporó de golpe-

—Bien gracias, niña. Te he visto antes cuando compraba el pan y he venido a ver qué pasaba. Me ha parecido extraño que estuvieras en el barrio a estas horas. ¿Estas enferma?

—¡Me acaban de despedir!— Zeru contestó con voz acongojada.

—¡Dios mío! ¡Qué mal rato estarás pasando! Si quieres vuelvo en otro momento, no tengo prisa.

—No, no te preocupes. Hablando contigo seguro que voy a estar más entretenida.

Casilda era su vecina de arriba, y en cada visita inundaba su piso de aroma festivo de domingo, algo que la llenaba de nostalgia pues ese olor lo tenía asociado con su niñez feliz y despreocupada. La buena mujer pasaba ya de los ochenta años y hacía unos meses que se había quedado viuda. El matrimonio no había tenido hijos y nada más llegar al barrio, hacía más de un cuarto de siglo, los tres: Miren, Zeru y Pedro, fueron adoptados por la pareja. Desde entonces entraron a formar parte de su vida y a compartir los problemas de uno y otro lado.

—Me comentaste la semana pasada que tu empresa estaba reduciendo plantilla y probablemente te despedirían. Estuve pensando, si esto llegaba a ocurrir, cómo podría servirte de ayuda— Zeru entre divertida y agradecida preguntó:

—¿Acaso conoces a alguien que me pueda “enchufar” en otra empresa?

—No, no es eso. Es que creo que debes dedicarte a la investigación por tu cuenta, tu antigua profesión, y si al fin decides hacerlo, ya tengo un trabajo para ti. Se trata de un antiguo caso sin resolver.

—¿Qué me has buscado qué?…Pero si yo todavía no sé…Además en tantos años las cosas han cambiado para un detective privado. Tendría que hacer un curso para ponerme al día y todavía no he tomado una decisión sobre mi futuro.

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Casilda envuelta en aroma de menta la miró con ojos suplicantes, y comenzó a decir algo pero luego calló. Hizo ademán de levantarse del sofá, pero Zeru, sintiéndose culpable, intentó evitarlo.

—Espera, no te vayas todavía, dame detalles del asunto, a ver si logras que me interese y me sienta mejor-

La anciana, feliz de poder explayarse, comenzó a exponerle los hechos con voz susurrante de narradora de radio:

—Se trata de un asesinato que se cometió hace unos años. ¿Te hablé de mi cuñado, el que se dedicaba a exportar antigüedades?

Una luz se encendió en la memoria de Zeru, iluminando los detalles del trágico suceso; recordaba el disgusto que había sufrido la pareja de ancianos como consecuencia de estos terribles acontecimientos. Los dos habían sufrido infecciones víricas de herpes y estuvieron enfermos del aparato digestivo durante una buena temporada. Rememoró aquellos trágicos días en los que tuvo que hacer de niñera y cocinera para que el abatimiento no acabara con ellos. Tanto Pedro como ella estuvieron muy pendientes de los ancianos hasta que remontaron sus problemas de salud y salieron de la honda depresión.

—Sí, lo recuerdo, cogieron al asesino y está cumpliendo condena en prisión. ¿Qué problema hay?

—Es verdad que atraparon a su asesino o por lo menos a la persona que estaba en el lugar del crimen cuando llegó la policía— Dijo la vecina bajando todavía más el tono de voz —Pero la investigación no encontró un móvil creíble para acusarle de asesinato. No faltaba nada en la casa. Aunque el cadáver presentaba un golpe en la cabeza, la autopsia reveló que la muerte le sobrevino por un infarto. El delincuente sólo cumple sentencia de homicidio involuntario. Dentro de unos meses estará en la calle y tanto mi hermana como mi sobrina están aterradas. La casa ha sido allanada en varias ocasiones después de la muerte de mi cuñado. Nunca echaron de menos nada. Creo que lo que buscaba el asesino y su gente todavía sigue allí, en algún sitio y volverán a buscarlo tarde o temprano.

Su voz se redujo a un susurro apenas audible para Zeru.

—Entre la relación de cuentas bancarias que poseía mi cuñado, hay una en particular, concretamente en un banco suizo, dónde tenía alquilada una caja de seguridad. El abogado de la familia no conocía la existencia de dicha cuenta e intentó que le permitieran ver su contenido, sin éxito al parecer. Se necesitaba la llave del titular, y ésta no se ha encontrado en todo este tiempo por sitio o hueco alguno. Mi sobrina está convencida de que ése es el móvil que causó la muerte de su padre y las visitas posteriores de los ladrones— Exclamó Casilda, llenándose los pulmones de aire, para continuar señalando a Zeru con el índice:

—Y es ahí donde tú puedes intervenir. La policía hace mucho que dejó de buscar nuevas pistas. Cerró el caso. Ahora es labor de un investigador privado, o sea, tú misma. Hay que encontrar el objeto perdido antes que esa “gentuza”. Debe ser algo muy importante para que mi cuñado lo mantuviera tan en secreto.

Zeru se despidió de Casilda con la promesa de que lo pensaría y, en breve, le daría una contestación. Comenzó a dar vueltas al asunto. Lo cierto es que la historia le atraía lo mismo que una vela a una polilla. ¿En qué lugar de la casa estaría la llave que nadie, ni siquiera la policía, había sido capaz de localizar? ¿Qué escondería esa cuenta suiza y su caja de seguridad? (Fin del capítulo 1).


ZERU Y LA MAGIA DE LOS INUIT.- Próximamente en Amazon.- Segundo libro de Zeru, la detective “soñadora de espíritus”.

PortadaDefinitiva


María Teresa Echeverría Sánchez.



Fuente: este post proviene de Blog de Gorila-58, donde puedes consultar el contenido original.
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