© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Pocas cosas debe de haber que diviertan más a un pato que tratar de aterrizar en una pista de hielo salpimentada de juncos y matas de carrizo que amortigüen el derrape. Algo así como una fiesta de aterriza como puedas es lo que tenían montado hace unas semanas los ánsares y ánades varios que acostumbran a huir cada invierno de los mortales fríos escandinavos para acogerse a los insoportables fríos terracampinos que calientan por estas fechas la estepa castellana. Por eso ahora es tiempo de patos. Es el momento ideal para recorrer humedales allá donde la pertinaz sequía no haya echado a perder los charcos y, prismático en rostro, disfrutar con las acrobacias laguneras de unos y otros.
La de La Nava, el encharcamiento que media entre las localidades de Fuentes de Nava y Mazariegos, es un oasis singular. A la literatura ha pasado como el Mar de Campos por la proverbial superficie que abarcó en tiempos, hasta que el empeño irracional puesto por quienes no soportaban ni un milímetro de terruño sin trigal transformó, desecándolo, todo este entorno en un yermo barrizal salado sin utilidad para patos ni humanos.
En esa época no tan remota, el Mar de Campos tenía unos ocho kilómetros de largo por entre tres y cinco kilómetros de ancho, y se extendía por los términos municipales de Becerril, Villaumbrales, Grijota, Villamartín y Mazariegos. Un charco en medio de la llanura visto desde abajo como un incordio mayúsculo que obligaba a dar grandes rodeos para ir de un pueblo a otro, un nido insalubre de mosquitos y paludismo, y un desperdicio de tierras nada aprovechadas que desde arriba, a vista de pájaro, se sentía como un impresionante oasis lleno de vida, de alimento a espuertas –batracios, mosquitos, pequeños mamíferos…-, un lugar confortable donde esperar a que el invierno nórdico se suavizara. Algo así como el Miami Beach de la gansada. Era, en ese tiempo, uno de los humedales más importantes de la Península situado en un lugar estratégico en medio de la meseta, al que acudían cada invierno multitud de especies de aves migratorias, zancudas y palmípedas especialmente. En 1912 ocupaba, aproximadamente 3.550 hectáreas.
La historia de su desecación es tan larga como que se remonta al tiempo de los Reyes Católicos. De hecho, durante siglos no fue considerado otra cosa que un enorme enemigo a batir en aras a conseguir más y más tierras para cultivar, además de ver en ellas un molesto foco de enfermedades. Entre esas enfermedades estuvo durante mucho tiempo la malaria, que se encargaban de transmitir los mosquitos, y cuya proliferación en estos entornos se achacaba a las especiales condiciones de humedad y vegetación.
El caso es que, como digo, los intentos de desecar esta enorme extensión de agua, que en tiempo de lluvias llegaba a abarcar casi 5.000 hectáreas se sucedieron durante siglos hasta que, por fin, se secó intencionadamente en el año 1968.
El problema es que después de tanto empeño y empeño por quitarse de encima aquella extensión de agua que la mayoría de los vecinos veían como un inmenso estorbo que no servía para nada, se acabó descubriendo que los humedales como mejor están es así: húmedos. Y eso porque la naturaleza es como es y aunque se habían vaciado de agua, se demostró enseguida que los suelos salinos que estaban en la base de todo, además de tender a inundarse a nada que cayeran cuatro gotas, no eran nada buenos para cultivar.
Y es así cómo después de poner tanto empeño por vaciarlas comenzó a tomarse conciencia de que era mucho mejor tratar de recuperarlas de nuevo.
Y eso sucedió, también con mucho esfuerzo y empeño por parte de la Fundación Global Nature y de diversas administraciones, en el año 1990. Es entonces cuando se traza un plan para que, mediante una serie de canales, el agua, sobre todo procedente del Canal de Castilla, volviera a inundar de nuevo al menos una pequeña parte de lo que ocupó en su momento. En la actualidad, unas 400 hectáreas, que presentan una profundidad media de unos 35 cm, y que ha sido suficiente para recuperar una buena parte de la pujanza faunística que tuvo en otros tiempos.
Hoy en día está considerada como una destacadísima laguna de carácter estepario que forma parte del espacio natural protegido de La Nava y Campos de Palencia, y unidad con los cercanos encharcamientos de Boada, de vital importancia para una serie de aves y un importante lugar de parada para muchas especies que la utilizan en sus tránsitos hacia el norte de Europa en primavera y hacia África en otoño. Hay que mencionar que en este espacio se han llegando a ver más de 20.000 ejemplares, en especial diferentes especies de patos y gansos que brindan un precioso espectáculo cuando sobrevuelan la laguna, en sus desplazamientos diarios.
Las continuas intervenciones que se han desarrollado en torno a ella en los últimos años hacen que hoy sea un placer, a pesar del frío que hiela charcos y narices, acercarse a sus orillas para echar la tarde mirando patos. Con un poco de silencio y discreción el cuaderno de campo se llena de notas en un santiamén: con cerca de 300 especies de vertebrados, de ellas 254 especies de aves, es más del 48 % de las especies de aves observadas en España. Entre ellas, ánsar común; aguilucho lagunero, una especie que en España prácticamente sólo se ve aquí; ánade real; garza real; o cigüeña blanca.
Sea cual sea el interés que mueva a cada cual a apostarse en los diferentes puntos de observación señalizados en torno al charcal, siempre es recomendable empezar la visita por el centro de interpretación sito en un caserón de rancio abolengo de la calle Mayor de Fuentes de Nava.
EN MARCHA. A Fuentes de Nava puede llegarse desde Palencia por la N-610 hasta Mazariegos tomando aquí la P-940.
CENTRO DE INTERPRETACIÓN. Está situado en el número 17 de la calle Mayor de Fuentes de Nava, en un caserón señorial del siglo XVII. Su interior consta de seis salas a través de las cuales se informa al visitante de las particularidades históricas y ecológicas del entorno. En una de las salas es posible manejar unas cámaras desde las que observar la vida secreta de la laguna con total discreción. También se descubren algunas de las singularidades de este tipo de casas solariegas tradicionales. Tel. 979 139 801. Horario: miércoles-viernes, 17.00-19.00; sábado-domingo, 11.00-14.00 y 17.00-19.00.
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Source: Siempre de paso