Hola!!!!! Hoy es jueves y ya sabéis que mis post en este día son sobre la marcha, así que disculpad alguna falta o algo mal hecho.
La verdad es que al levantarme no me apetecía mucho ponerme a reflexionar porque temía acabar poniéndome triste,pero he cogido mi café humeante, he permitido que mi gato se suba a mi regazo y he dejado que mi mente viaje.
Y en este viaje he acabado, inevitablemente, en mi infancia. Por muchas circunstancias y supongo que también por la magia del día de Reyes que acaba de pasar he empezado a recordar mis años de niña. ¡Qué feliz he sido!
Supongo que casi todo el mundo de una edad cercana a la mía, en la que no había guerra, ni posguerra ni miserias puede decir que su infancia fue feliz, pero os aseguro que la mía lo fue de veras.
En mi casa no éramos ricos ni muchísimo menos, pero siempre me sentí tan querida, disfruté tanto esa etapa que era la más rica entre los ricos.
Cada vez que camino por la calle de algún pueblo y se acerca la hora de la cena, cuando en el aire flota ese aroma a comida y a hogar recuerdo los inviernos de mi infancia; lo bien que olía mi casa al llegar del cole, ya anochecido. En otoño la escalera entera olía a compota de manzana, a canela y azúcar, olía a hogar y a felicidad.
Un lugar plagado de recuerdos.
Todos tenemos recuerdos especiales de la infancia, yo tengo muchos pero últimamente ronda mucho por mi cabeza una época muy especial.
Recuerdo que a mi hermana y a mí nos encantaba ir a cenar a una parrilla que estaba situada en una carretera lejos de nuestra casa.
La comida allí era normal, eran costillas asadas con una salsa especial que nos gustaba mucho, pero lo que hacía que el lugar fuera mágico era el ambiente, un viejo salón con tapices en la pared y que nos sentábamos junto a la chimenea, algo que pocos bares de la zona y de esa época tenían.
Siempre queríamos ir en invierno, y aunque el bar abría todo el año nosotros queríamos sentarnos junto a la chimenea y disfrutar del calor de las llamas, que nos hipnotizaban.
Para ir a ese bar nos encantaba salir de casa de noche, y a la vuelta, durante el trayecto en coche mis padres nos contaban historias misteriosas de cuando ellos eran pequeños, no nos cansábamos de escuchar la desaparición de una vecina que al parecer años después vieron en Portugal, o la extraña desaparición de un hombre durante la guerra, que había dejado a su esposa en precaria situación, pues ni era casada ni viuda.
Y durante ese trayecto, en una de esas carreteras de las de antes por donde apenas pasaban coches, mi hermana y yo viajábamos a un pasado que no habíamos conocido, y éramos felices.
Los acantilados de mi infancia, me recuerdan días de sol y mar, días sin prisa y llenos de felicidad.
Podría hablar de días de playa llenos de agua y sol con música y risas, días de verano cogiendo ranas y grillos, tardes de paseo comiendo helados o los cumpleaños tan especiales que me organizaban, pero serían tantas cosas que mejor las dejo para otro día.
Aunque, eso sí, antes de acabar a mi mente acude la imagen de mi madre cosiendo o tejiendo, en todo momento pendiente de las agujas pero que siempre, siempre sacaba tiempo para contarnos algún cuento antes de dormir. Y recuerdo que nuestra vecina de arriba, años después nos dijo que ella cada noche se tumbaba en el suelo y pegaba la oreja para escuchar aquellas historias de mi madre.
A veces eran cuentos inventados, otras nos hablaba de algún libro (mi favorito era Jane Eyre y el de mi hermana Sinué el egipcio) y otras alguna película; éstas iban desde Marisol, alguna del Oeste o cualquiera de cine clásico. Y con esa forma tan amena que tenía mi madre de contar historias nos dormíamos contentas y con ganas de que llegase ya el día siguiente.
Por supuesto que como toda niña tuve momentos malos,disgustos en el cole, o las regañinas de mis padres por alguna cosa, pero si tuviese que poner en una balanza lo bueno y lo malo, lo bueno pesaría mucho, mucho, mucho más.
Tengo muy claro que en mi casa se lucho por darme una infancia feliz, y precisamente por eso he intentado que mis hijos también la tuvieran. Ellos también tuvieron algún disgusto en el cole, y regañinas, pero fueron felices. Y a veces, viendo fotos o videos de mi infancia y de la suya, si hay un nexo común es la risa, en las fotos o imágenes espontáneas, esas que no son un posado, siempre nos estamos riendo, porque la infancia en mi vida fue eso, una época de felicidad.
Cuando este año vi esto en el festival Metrópoli no me lo podía creer, Indiana Jones era una de nuestras pelis favoritas.
Bueno, no quiero alargarme mucho más que con lo que me enrollo os cansaríais y no volveríais a visitarme, y además llevo una temporada demasiado melancólica y no quiero hacer un post interminable.
Y vosotros, ¿cómo recordáis vuestra infancia?¿Es una época de buenos recuerdos, o por el contrario pesan más los malos?¿Añoráis aún esa época o habéis pasado página definitivamente?
Os agradezco de antemano los comentarios, y os recuerdo que arriba a la derecha hay un formulario de contacto por si me queréis decir algo en privado. Mil gracias por leerme y mañana intentaré venir con algo más alegre.
Besinossssssss.