Madre, recuérdame
aquellas noches blancas como papel el Galgo,
noches tersísimas, en vela, levitantes,
sostenidas en vilo por el pulso metálico
de las teclas de mi maquina Royal...
Hijo, tú escribe,
que me duermo mejor oyéndote, decías
ante mi temor a desvelarte. Era el verano,
los veranos febriles de mis primeros años
de aprendiz de escritor en Castrodeza. Noches de claro en claro,
noches de folio en folio.
Hijo,
no dejes de escribir por mi, que me gusta
escucharte, decías, como la lluvia menuda
sobre las tejas o unos pasos alejándose
por el empedrado del sueño. Las párvulas estrellas
cayendo en el papel una tras otra,
a veces entre largos intervalos de silencio
que equivalían a distancias de años luz.
Hijo,
escribe, escríbeme,
tócame aquella musica
dulcísima, la nana mas hermosa de la Tierra:
Yo también te echo de menos...
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