Es una de esas lecciones que debes aprender a la fuerza y
te conduce inevitablemente a la introspección.
Te permite definir y concluir lo que eres capaz de tolerar en la vida.
En estos días vi una ilustración que describía muy bien cómo se deben sentir muchas personas ahora: el dibujo mostraba una jaula donde permanecían unas personas y las aves estaban afuera, volando.
Nada más parecido a la realidad actual.
He pasado a lo largo de mi vida por momentos muy duros, los cuales muchos ni siquiera imaginaran: el maquillaje a veces cumple una excelente función.
He vivido el alejamiento, el desdén, el maltrato en su máxima expresión, el etiquetamientohabrá muchos de estos elementos a los cuales muchos dirán: “vamos nena, yo la he pasado peor”
Pero nadie puede ni debe hablar de las cicatrices de nadie. Por cada quién sabe cómo llevarlas, donde esconderlas, donde nos luceo donde tocarlaspara que duela.
Hay decisiones tomadas por otras personas que ya me parecen un camino andado, o al menos ya vivido.
Y es uno nunca termina de aprender. O de repasar lo que se supone que aprendiste. Mi carrera universitaria por ejemplo se resume a sumar y restar. Esto es algo que aprendí hace muchos años, y ahora lo hago casi a diario.
Algo ya aprendido y me toca repasarlo de nuevo.
Las cargas compartidas pesan menos. Y es egoísta pensar que tus propias cargas pueden pesar más que las mías; solo yo sé cuánto puede doler mi espalda con esa carga o cuan intolerante sea una situación, así sea esta un dulce y suave almohadón de plumas.
Dios tiene maneras de hablar. Y hace días ha empezado a abrir la boca. Yo se lo he pedido particularmente para mi vida y debo aceptar lo que tenga que decir. Porque uno no debe arrepentirse ni temer de lo que tu Padre, por tu bien, debe revelarte.
Dayana M.