Constatado por los investigadores e historiadores que los pueblos que habitaban la isla antes de la llegada de los romanos, ya conocían los beneficios de las aguas de la isla, más bonita es la leyenda que nos habla sobre ellas.
Al parecer un labriego cuyo burro estaba aquejado de una enfermedad que estaba acabando con su vida, decidió no sacrificarlo, y decidió llevarlo a la Illa da Toxa para que pasara sus últimos días en libertad. Ocurrió que al poco tuvo que volver a la isla y el burrito se había recuperado totalmente y se revolcaba en un fango que parecía brotar del suelo.
Lo cierto es que tuvo que llegar el siglo XIX para que la calidad y propiedades de esos fangos y aguas consiguieran su merecido reconocimiento. Fue en ese momento cuando La Toxa "lugar fangoso", vio transformarse su fisonomía, y pasar de ser un campo de huertas rodeadas de agua salada, a objetivo y deseo de las adineradas clases altas españolas y europeas.
Una de las primeras estructuras necesarias para dicha transformación fue el precioso puente que cruzamos y que la une con la península de O Grove. Posteriormente surgieron los balnearios donde se disfrutaba de las propiedades de los lodos y las aguas, ricos en sales minerales curativas, el casino, los hoteles, el campo de golf o el Centro de Congresos y Exposiciones.
Un paso más sería la comercialización de esos minerales y compuestos naturales por parte de La Toja, una empresa que comenzó a elaborar jabones y otros artículos de tocador a comienzos del siglo XX y que hoy en día sigue siendo referente en nuestro país.
Vamos terminando nuestro recorrido por el Paseo do Mar para acercarnos a ver un rincón indispensable en la isla.
Desde el siglo XII existía en la isla una ermita accesible únicamente por mar, bajo la advocación de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. y el Santo Caralampio. Una vez que la isla se desarrolló como destino termal el templo se agrandó y se cubrió completamente de conchas de vieira, un fenomenal aislante frente a la humedad marina que no hacía necesario el uso de pinturas ni afeites.
Aunque todos la conocen como la Ermita de las Conchas, en realidad se llama de San Sebastián, y es uno de los lugares más deseados por los pontevedreses para celebrar sus bodas.
Desandamos nuestros pasos para volver a tierra firme, haciendo una parada en La Lanzada, hermoso paraje de playas donde se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Lanzada.
Este templo, que formó parte de una fortaleza medieval levantado para hacer frente a los ataques normandos y vikingos, fue construido en el siglo XII, en estilo tardo románico. En su interior se encuentra la Virgen de la Lanzada, que celebra su romería en el mes de agosto, momento en que se celebra una curiosa tradición.
En la noche del sábado del último fin de semana del mes, cientos de mujeres acuden a la ermita y descienden las escaleras que llevan al mar.
Una vez abajo, y con el deseo de acabar con su "infertilidad" se introducen en una bañera natural en las rocas y dejan bañar su cuerpo por las nueve olas de la medianoche.
Al amanecer deben acudir a la ermita y barrer su suelo para eliminar todo tipo de "meigallos", los presuntos males de ojo que les impiden quedar embarazadas. Mas tarde la virgen es adornada con sus mejores galas y sale en romería acompañada por las mujeres y los fieles por los alrededores del templo.
Todo esto ocurre en uno de los mayores arenales de Galicia, que cuenta con playas como La Lanzada, Area Gorda o Foxos.
Como dije antes, el lugar guarda restos de antiguas construcciones prerromanas, romanas y medievales, como los restos de una torre defensiva que recuerda a los que hemos visto en Catoira.
Nos vamos tierra adentro a San Xoan de Poio.
Este monasterio, referente religioso de la ría de Pontevedra, posee una iglesia con una hermosísima fachada barroca, cuyo cuerpo se halla dividida por enormes columnas y adornadas con las esculturas de santos como San Juan, San Andrés o Santiago, y rematadas por dos torres en el mismo estilo.
Es la arbolada plaza, centro del conjunto que forman el templo, el monasterio, el concello y una enorme casa solariega noble.
Desgraciadamente no pudimos entrar en la iglesia ni al monasterio, ya que las visitas guiadas habían acabado.
Dentro hubiéramos podido disfrutar de su interior renacentista o del enorme claustro conocido como de "las Procesiones".
También es famoso el lugar por guardar en la hospedería una enorme biblioteca con más de 100.000 libros de inmenso valor, recopilados por las varias órdenes monásticas que fueron pasando por el cenobio.
Aunque la mayoría de las visitas a este refugio religioso lo hacen para ver el gigantesco hórreo de casi 34 metros de largo y más de 3 de ancho. No es el más largo de Galicia, pero sí el más grande, ya que tiene una capacidad de casi 126 metros cúbicos y se sustenta sobre 51 pies de piedra. Para verlo hay que acceder a una de las fincas que se encuentran aledañas al monasterio.
Aunque si de hórreos se trata, uno de los conjuntos más famosos y visitados se encuentra en la localidad costera de Combarro.
Perteneciente en sus orígenes al Monasterio que acabamos de visitar, el de Poio, Combarro no se había desarrollado ni como lugar defensivo ni como puerto mercantil, por lo que se libró de los ataques vikingos y normandos que asolaron la costa durante varios siglos.
Fue desde siempre un pueblo de pescadores y agricultores que vivían de sus capturas y cultivos. Fue en los siglos XVII y XVIII cuando la aldea disfrutó de un pequeño impulso para construir sus viviendas en piedra y convertirse en el pueblo que vemos hoy día.
Construyeron sus casas muy pegadas unas a otras, de manera práctica, dedicando la planta alta a vivienda y la baja a almacén. Construidas sobre una loma natural de granito, sus fachadas no dan al mar, sino al interior de las plazuelas que forman el núcleo de la población.
Pero Combarro es famosa sobre todo por sus más de treinta hórreos de piedra construidos junto a la orilla, formando un paseo que hoy en día está prácticamente tomado por tiendas, bares y restaurantes.
Muchos de ellos siguen manteniendo la función para la que fueron construidos, es decir, la de almacén de grano, sobre todo maíz y se han convertido, sin lugar a dudas en el símbolo de la pequeña villa.
Combarro es, sin duda, un museo vivo y al aire libre de arquitectura popular gallega que no puede faltar en nuestro recorrido por estas tierras de valientes hombres de mar y agricultores que han conseguido sacar de la tierra su sustento.