Notar como las palabras empiezan a revolotear en mi cabeza ansiosas por convertirse en mensajes llenos de fuerza. La suficiente al menos como para llegarle a alguien adentro y clavársele hasta sangrar. Esa sensación es simplemente genial. Impulsiva, incontrolable, arolladora. Demoledora.
La sensación de dejarse llevar, de decir todo lo que tienes que decir, de escupir lo que piensas e imaginar cómo lo recibirá el otro en toda su cara. ¡Plash! Ver como la flema le llega a la boca hasta tapársela.
Dios, cómo me pone escribir sensaciones, ¿o más bien son ellas las me empujan a escribir?
Sí, puede que sea una marioneta controlada por las emociones. Por eso me siento tan viva y paradójicamente tan libre, tan yo. Tan capaz de escribir lo que me plazca.
Y al que no le guste que no mire. O mejor dicho, que no lea.
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