“El sueño sumergido - O solo sulagado” 1981 - Celso Emilio Ferreiro



EL MIEDO

Cuando el cuervo de la noche se posaba

en las últimas luces de la atardecida,

mis ojos de niño

se llenaban de relámpagos y de lágrimas.

El viento que rezongaba en los senderos

era un hombre grandón envuelto en niebla

con un saco al hombro para llevar niños.

Los árboles semejaban

fantasmas de caballos desbocados

galopando por los campos.

Un miedo que me llegaba

de las raíces del mundo

temblaba en mi sangre.

Pasaba el jornalero silbando

con dos luceros prendidos en la azada,

y yo tenía miedo.

Pasaba el cazador

con sus perros jadeantes,

que olían a tojos y carquesias,

y yo tenía miedo.

Pasaban de parranda los fuertes mozos

que habían vuelto de la guerra tan contentos,

y yo tenía miedo.

Al pasar a mi lado y mirarme a los ojos,

indignados y pasmos, me decían:

"No tengas miedo",

pero yo tenía miedo.

Solamente cuando llegaba a mis oídos

la dulce voz de miel de mi vieja,

yo no tenía miedo.

Ahora no comprendo

como aquel ser diminuto,

aquella anciana-niña tan débil,

( en sus ojos azules

había luces de amaneceres nuevos)

podía ahuyentar aquel miedo tan grande.

O MEDO

Cando o corvo da noite se pousaba 

nas derradeitas luces do solpor,

os meus ollos de neno 

enchíanse de bágoas e de lóstregos.

O vento que fungaba nas vereas

era un home langrán envolto en brétema 

cun fol ó lombo pra levar meniños. 

Os albres semellaban 

pantasmas de cabalos desbocados 

agallopando os eidos.

Un medo que me viña das 

raíces do mundo 

tremíame no sangue.

Pasaba o xornaleiro asubiando

con dous luceiros prendidos na eixada, 

i eu tiña medo.

Pasaba o cazador 

con bafexantes cans

arrecendendo a toxos e carqueixas 

i eu tiña medo.

Pasaban de ruada os fortes mozos

que voltaran da guerra tan contentes, 

i eu tiña medo.

Ao pasar ó meu lado e verme os ollos,

alporizados, pasmos, decíanme:

"Non teñas medo",

i eu tiña medo

Soio cando chegaba ós meus ouvidos 

a doce voz de mel da miña vella,

xa non tiña medo.

Agora non comprendo 

como aquil ser cativo,

aquela vella nena tan endébel,

(nos eus ollos azures

había luces de amenceres novos)

podía escorrentar tan grande medo.

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