Recuerdos y nostalgias: aquellos día de invierno
Hola a todos y bienvenidos un día más. ¿Qué tal ha ido el finde? Espero que genial. Ya he hablado algunas veces de lo duro que me resulta febrero, es un mes cargado de dolor para mí. Pero la vida es tan bonita que hay que saborearla, y en medio del dolor he sentido nostalgia, pero nostalgia buena. Y me he puesto a recordar. Revolviendo entre viejas fotografías han acudido a mi memoria algunos momentos de la infancia que tenía borrados: un día que nos entró un enorme antojo de ensaladilla rusa en febrero, una tarde en la que mi madre se dio cuenta de que habían crecido los días y la vez que estrené zapatos de charol. Y es que la niña que presumía de zapatos infantiles tuvo días inolvidables con su familia. Y ahora, sin más rollo, empezamos.
Lo de la ensaladilla lo tenía olvidado, aunque mi madre me lo contaba con relativa frecuencia. Ya os he dicho que mi padre trabajaba a turnos. Pues una tarde de febrero, en la que mi padre estaba, precisamente, trabajando, cuando yo tenía unos 10 u 11 años, después de ver "Tienda de locos" de los Hermanos Marx, mi madre, mi hermana y yo nos fuimos a buscar a mis abuelos para ir a merendar chocolate con churros a una cafetería que estaba relativamente cerca de mi casa. También se unió una tía de mi madre con su nieta, con la que nos llevábamos muy bien.
Mientras merendábamos, vimos que en otras mesas, con la consumición, ponían de pincho (aquí en Asturias es costumbre poner una tapita de algo con la consumición, gratis, claro) ensaladilla rusa. Y a mi madre le entró mucho antojo, y nos lo contagió.
Pues al día siguiente, un domingo de febrero, comimos ensaladilla. Por suerte, recuerdo que fue un día soleado, y la verdad es que la disfrutamos. Parece que la ensaladilla es solo para el verano, pero ya os digo yo que no. Y estos días, al ver una foto de aquella merienda, recordé lo bien que nos sentó cumplir nuestro capricho. Es más, un día de esta semana, la voy a hacer.
La anécdota de los días que crecen os la conté aquí, mientras hablaba de nuevas tradiciones, que apenas pude mantener con mi madre porque se fue demasiado pronto.
Y por último me apetecía hablar del día de los zapatos de charol, que me encanta. Yo tenía unos cinco o seis años. Cuando a mi padre le tocaba lo que llamábamos descanso largo, el domingo nos íbamos a comer a algún pueblecito con mis padres, mis abuelos, mi tío y unos tíos abuelos.
Aquel domingo estrenamos un vestidito hecho por mi madre y unos preciosos zapatos de charol. Y nos fuimos a un bar que estaba en una carretera secundaria, de esos que daban comidas caseras, y cuyas barras tenían botellas de Soberano, Dick, Bitter Kas o Mirinda. Después de comer, mi hermana y yo jugamos un poco con unos niños en unos columpios que había delante del restaurante. Luego, nos fuimos toda la familia a caminar. Siempre, después de una sobremesa, salíamos a caminar por los alrededores del lugar en el que habíamos comido. Aquella vez lo hicimos por una zona boscosa que olía a pino y eucalipto. Los mayores nos contaban historias que escuchábamos con atención, y en algunos rincones mi hermana y yo recogimos piñas para la cocina de carbón de mis abuelos, y eucalipto para hacer vahos. Durante el paseo nos hicimos algunas fotos, que son las que me han traído estos recuerdos.
A la vuelta, cuando ya anochecía, escuchamos los partidos de fútbol en el coche, de camino a nuestro barrio. Me encantaba oír al comentarista gritar: ¡Goooooooool en las Gaunas! ¡Penalti en la Romareda! ¡Mesa le pasa a Jiménez, Jiménez controla y la pasa a Joaquín y....Gooooooool del Sporting de Gijón! Y ahí ya, a aplaudir y vitorear.
Tras dejar los coches en los garajes nos reencontramos con mis abuelos y mi tío en un bar de la zona, de esos pequeños y familiares, con suelo de linóleo y mesas y sillas que parecen madera pero son algún tipo de aglomerado, brillantes, con el cenicero, el palillero y el servilletero. Nos estaban esperando porque iban a poner una película de vídeo. En aquellos años nadie por allí tenía vídeo y nos parecía casi de ciencia ficción. Cuando pusieron la cinta mi hermana y yo estábamos perplejas. No era exactamente una película. Era una entrega de premios y mi abuelo era uno de los ganadores. Salía él recogiendo su trofeo de campeón de mus, y otro de tute. Yo tenía cámara de Super8 y estaba acostumbrada a ver a mi familia "en pantalla", pero no era lo mismo. Ver a mi abuelo hablando en la tele me produjo mucha impresión. Y de la buena.
Cuando llegamos a casa tocaba baño y preparar las cosas para el cole, que al día siguiente era lunes. Eso me daba cierta pereza, en cambio, adoraba limpiar mis zapatos de charol. Mi madre nos ponía leche en un cuenco y mojábamos un algodón. No sé si es el mejor método pero mis zapatos estaban impecables.
Cuando veo en algún sitio zapatos de charol, recuerdo aquellas noches de mi infancia, en una cocina de cristales empañados, percibiendo, desde el calor del hogar, y después de un día repleto de emociones, el frío helador que hacía en la calle. Y envuelta en aromas familiares, a cena, a gel de baño y a colonia Heno de Pravia, limpiaba mis zapatos infantiles con un algodón impregnado en leche.
Y hasta aquí el post de hoy. Con este ratito de nostalgia ya he recuperado un poco la alegría. Mil gracias por leerme y nos vemos el próximo día.
Muy feliz semana a todos.