Quizá porque en algún momento de la vida se acordó que a las maestras de preescolar se les hablara con cariño, aunque de cariñosas no tuvieran absolutamente nada.
Tal vez ni siquiera te pasó por la cabeza, pero me lastimaste. Mientras fuiste mi maestra siempre me sentí muy sola. Muy, muy sola.
Muchas veces no salí a recreo, algunas, porque no sabía qué hacer en el patio sin amigos y otras porque tú me castigaste encerrándome hasta que todos volvieran del descanso.
Lo cual resultaba aún peor porque si pasaba algo en el salón a la hora del recreo me culpabas a mí.
Jamás le dije a mis padres, ante todo, siempre pensé que tú tenías la razón. Así que lo único que estaba en mis manos era seguir intentando agradarte.
Te regalé varios dibujos bonitos y me quedé callada por horas, para que no me regañaras como a los demás niños que atacabas por ruidosos.
No te lo imaginas, pero mi obsesión por agradarte llegó muy lejos. Recuerdo que en algún momento nos enseñaste un documental brutal en el que mataban salvajemente a pollitos, para después decirnos todo lo que tenían que pasar los animales para llegar a nuestro plato. NUNCA volví a comer aves.
Desde hace años dejé de preguntarme la razón de tu crueldad, ya no pienso en ello, pero sí pienso en ti.
¿Qué será de ti? ¿Habrás cambiado? ¿El corazón se te ablandó, aunque sea un poco? Espero que haya sido así, porque lo último que supe era que seguías dando clase a niños pequeños.
No espero que te arrepientas de lo que me hiciste, solo que hayas entendido que el papel de los maestros no es solo pararse frente al salón, o enseñarnos a hacer bolitas de papel, es apoyar a tus alumnos para que tengan una infancia feliz.
Si piensas que tus hijos pueden ser víctimas de bullying por parte de sus maestros o sus compañeros, estas son las señales que debes atender.
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