Una tarde de domingo, después de una comida copiosa y poco recomendable, me deslizo en mi sofá en posición fetal y me dispongo a hacer una siesta.
Para coger el sueño (aunque no necesitaba mucha ayuda) me decanto por visualizar uno de los apasionantes telefilms que emiten todos los canales después de las noticias.
Bajo el sol de la Toscana, título sugerente que promete paisajes inspiradores y romanticismo a la italiana. Como no es mi género favorito y lo que me interesa es descansar para dejar que mi cuerpo digiera la ingente cantidad de comida consumida, la elijo como inductora del sueño.
Una escritora norteamericana es abandonada por su marido y, sumida en una profunda depresión, decide hacer un viaje turístico a la Toscana.
Cuando mis ojos empiezan a cerrarse, el devenir de la historia me mantiene alerta.
La mujer, confusa a medio camino entre el cambio y la huida, decide comprar un bello caserío toscano rodeado de olivares. “Bramasole”, como se llama la villa, es encantadoramente decadente y necesita muchas reformas para hacerlo habitable. En una manera de matar moscas a cañonazos, Frances, como se llama el personaje interpretado por una más que correcta Diane Lane, se lía la manta a la cabeza y contrata un grupo de obreros polacos para reformar la villa.
Me incorporo en el sofá y me olvido de la siesta. La película empieza a convertirse en una lección de vida. La mujer, en busca constante de un nuevo romance que la haga sentir viva, encuentra todo lo que desea pero no de la forma en la que ella lo esperaba. Como casi siempre, la vida te lleva por senderos desconocidos para, finalmente, alcanzar la felicidad de la manera más sorprendente.
Una película que, a pesar de no ser una obra maestra, es entretenida, sensible e inspiradora. Un film para todos los públicos, en el que se nota que el guión y la dirección son de una mujer (Audrey Wells).
Después de ver la película eché una ojeada a los precios de las villas en la Toscana. Debido a su elevado precio, decidí buscar por el Empordà, comarca catalana que no tiene nada que envidiar a la Toscana y me pilla más cerca.
Mi pareja, que debía estar en fase REM del sueño, no parecía reaccionar al susurrar su nombre, pero me tranquilizó ver el reguero de saliva que caía de la comisura de sus labios sobre el cojín. Cuando se despertó, me había dado tiempo a ver Psicosis en la 1. Entonces la idea de irnos a vivir a una masía aislada en el Empordà ya no me parecía tan atractiva y hasta me alegré de vivir en una comunidad donde las paredes son tan finas que a veces tienes la sensación de que el vecino está sentado contigo en el sofá mientras discute con la parienta.
Un saludo,
Olivia
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