Nosotros dejamos nuestro vehículo en un parking céntrico, que ya se sabe que las grandes ciudades son escasas en espacios de aparcamiento, y nos echamos a andar con tranquilidad y los ojos bien abiertos para disfrutar de la ciudad.
Lo primero que nos sale al paso es el Teatro Jovellanos, inaugurado en 1899 como Teatro Dindurra, en pleno centro de la ciudad y digno de una urbe en crecimiento, próspera y rica. A el podían acudir de una vez hasta 1.300 espectadores para disfrutar de la ópera, el teatro, la música sinfónica o los bailes. Pero tras los bombardeos de la Guerra Civil, el primitivo teatro queda reducido a escombros en el 37. Como un fénix de sus cenizas, renace el teatro, siendo ya definitivamente el Jovellanos, en el verano de 1942.
Más adelante, y siempre siguiendo nuestra ruta hacia la Cimadevilla, encontramos la Iglesia Basílica del Sagrado Corazón, edificada por los jesuitas entre 1918 y 1922, en los terrenos donados por la familia Zuláibar. Al haber sido planificada por dos arquitectos, presenta dos estilos, el modernismo gaudiano y el neogótico. Parcialmente destruida por las turbas de la Guerra Civil, este templo que lleva las mismas piedras de la cantera del Naranco, como las de Covadonga se mantiene hoy más joven que nunca entre las intrincadas calles del centro de la ciudad.
Capilla de la Santísima Trinidad.