A sangre fria, Truman Capote

A sangre fria, Truman Capote


«Todos los materiales de este libro que no proceden de mis propias observaciones se han tomado de archivos oficiales o son el resultado de entrevistas con las personas directamente implicadas en aquello que se cuenta; entrevistas que, las más de las veces, fueron prolongándose a lo largo de varios años. /...» Truman Capote

De esta forma tan clara define en sus agradecimientos Truman Capote el estilo de la que a posteriori se convertiría en su gran obra maestra y, por extensión, en una de las mayores joyas literarias de la literatura norteamericana de todos los tiempos. Es lo que el mismo bautizaría como «non ficition novel», en el original, o como se ha querido traducir al castellano: «novela periodística» o «novela testimonio», un género nuevo que implica directamente al escritor con el relato, ya que su labor de investigación periodística se hace fundamental para entender el mismo. Su idea primigenia fue la de retratar la realidad de una pequeña localidad texana en la que se había cometido un extraño asesinato, que no parecía tener resolución, y del que se hizo eco su periódico en la sección de sucesos nacionales.

Pero, tras trasladarse a dicha localidad acompañado de un buen amigo, también escritor, se vio desbordado por los acontecimientos. Los culpables, tras la confesión de un compañero de celda, fueron encontrados y ese primer esbozo de lo que sería su libro se fue transformando en algo más grande, más complejo que un simple retrato social para acabar convirtiéndose en el proyecto literario más importante de su vida: desde ese momento se centró en convertir su libro en una obra maestra, una referencia para futuras generaciones, es decir; fue consciente de tener entre sus manos el libro que le haría definitivamente uno de los grandes escritores de la literatura mundial: no se equivocaba.

Sinopsis:

Una próspera y bien situada familia de un pequeño pueblo de Texas ha sido asesinada. El acontecimiento ha conmocionado a la comunidad ya que los vecinos no pueden entender la crueldad y la violencia del crimen, sobre todo cuando se trata de una de las familias más queridas y respetadas de todo el condado. Además no parece haber un móvil que explique los asesinatos. Nadie parece figurar seriamente entre los sospechosos. Un auténtico misterio que ha afectado a su modo de vida, hace temer por su seguridad y cambiará para siempre el modo de relaciones sociales. Ya nadie se siente a salvo si los Cuttler no pudieron salvar sus vidas. Tras las muchas pesquisas policiales, incluso a nivel nacional, finalmente dos sospechosos son detenidos, procesados y condenados a muerte. Al principio intentan zafarse negando su intervención en los hechos, pero tras los interrogatorios y después de sentirse acorralados ante la presentación de evidencias y pruebas acaban confesando. Pasarán varios años en los que se interponen los pertinentes recursos y durante los que conceden varias entrevistas a uno de los periodistas encargados de seguir el caso. Años después acaban siendo condenados a muerte y ejecutados en la horca.

La lectura:

Esta vez he querido ser deliberadamente escueto en la sinopsis ya que entiendo que el argumento de la novela pasa a segundo plano si tenemos en cuenta que, al tratarse de un hecho real -con el consecuente conocimiento previo tanto de introducción, desarrollo y desenlace-, lo
Capote
menos importante es la historia misma, sino como se cuenta. En este sentido se me hace, sino imprescindible, si al menos recomendable, el visionado de la película «Capote», la cual es un impresionante documento sobre las razones y el modo sobre como Truman Capote desarrolló su trabajo. Por no hablar del alarde de genialidad que despliega Philip Seymour Hoffman en la inigualable interpretación -repleta de matices y con tal excelencia de recursos que le valió uno de los más merecidos Óscar de la historia del cine- del malogrado escritor.

Como digo la película resulta más que gráfica para entender al autor y su obra, pero a pesar de dicho despliegue, el film adolece de algunas de las virtudes de las que el libro si hace gala, y que son precisamente las que se valoran como merecedoras de todo ese aluvión de alabanzas que darían por bueno el impresionante trabajo de Capote durante los más de seis años que le costó escribir su obra. En ella se disecciona con admirable precisión, por ejemplo, los rincones más sórdidos de la sociedad americana, con esa visión un tanto contradictoria de una espiritualidad basada en la religión y en los valores familiares, y que hace que se asuma con naturalidad la exclusión social, la individualidad? la marginalidad, y que acaba produciendo como resultado inevitable esos fenómenos sociales; los que representan estos individuos tan cegados por el odio, tan faltos de empatía con el sufrimiento ajeno como los que protagonizan los asesinos de su novela. Y esa es, precisamente, otra de sus virtudes:

La construcción de los personajes simplemente roza, si no consigue, la perfección. En la película es menos evidente. Tras las múltiples entrevistas, visitas a la cárcel e intercambio de cartas, Capote llega a tener tal nivel de confianza con los actores de su relato que acaba consiguiendo, y plasmando en su novela, un perfil psicológico sorprendentemente preciso; tan minucioso que el lector acaba conociendo perfectamente a los asesinos, de tal forma que resulta admirable hasta qué punto se acaba por comprender sus motivaciones y, aunque por supuesto no compartas sus actos, hacerse cargo de sus razones o, quizás mejor dicho, sus inclinaciones delictivas. Capote se hace amigo de ellos, (sobre todo de Perry, con el que le une algunos caracteres comunes y del que acaba admirando un cierto nivel cultural y su especial sensibilidad artística) les busca un abogado e incluso redacta alguna de las muchas cartas de recurso con las que intentaron conmutar la pena de muerte. «Los conocía tan bien como me conozco a mí mismo?» Por tanto, y a la vez -y esa es otra de las virtudes del libro- el desarrollo del relato propone una reflexión bastante profunda sobre la efectividad y moralidad de la pena de muerte, sin apenas decantarse en el debate (aunque resulta inevitable), pero proponiendo tantas preguntas al lector que prácticamente viene a ser un alegato a la duda, y por extensión, un sólido argumento en su contra.

Capote y su obra:

Por otro lado esa enorme implicación personal le costará entrar en una vorágine de contradicciones vitales de tal magnitud que acabarán con su vida. De hecho su declive personal empezó a partir de terminar su novela y, por supuesto, nunca volvió a escribir nada tan bueno. En sus propias palabras: «Escribir el libro no me resultó tan difícil como vivir con el?». Nunca fue un ejemplo de ciudadano ejemplar. Se sentía orgulloso de sí mismo y de esa condición de «L"enfant terrible», como llegó a decir en más de una ocasión: «Soy alcohólico, soy homosexual, soy drogadicto? soy un genio» Pero fue a partir de su retiro a España, donde se recluyó para dar forma y acabar su libro, cuando comenzó a mostrar claros signos de autodestrucción. Según su biógrafo la idea de haberse podido enamorar de Perry, de uno de los asesinos y los manejos que debió utilizar para seducirle a contar algunos de los pasajes más abruptos de la historia (como la forma exacta en que se dio el crimen o la relación con su padre) le hicieron dudar de su valor como persona y perder gran parte de su autoestima. También el hecho de tener que presenciar la ejecución de quien siempre le consideró un amigo, le afectó sobremanera. Se abandonó a las drogas y al alcohol, empezó a perder antiguas amistades de años para grajearse algunas nuevas ?que llegaron a partir del éxito de su novela- aunque menos sólidas entre la alta sociedad. Su tendencia fue a mostrarse cada vez menos en público, a volverse un solitario. Su último libro giró en torno a esas nuevas relaciones, en las que encontró un material perfecto para desahogar su enfado con el mundo. Aunque no llegó a acabarlo si que publicó algunos capítulos en los que contó entre otras cosas, vivencias íntimas de sus nuevos amigos de la alta sociedad neoyorquina, como Jacqueline Kennedy Onassis o Andy Warhol, provocando su enemistad, lo que le valió ser excluido de ese círculo de la creme neoyorquina que un día tanto le agasajó. «¿Qué esperaban? Soy un escritor y lo uso todo ¿Acaso esa gente pensaba que yo solo servía para divertirlos?». Acabará muriendo de sobredosis en 1984, pocos días antes de cumplir los 60 años.

«Un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para auto flagelarse ... leer m??s     
. Entre tanto, aquí estoy en mi oscura demencia, absolutamente solo con mi baraja de naipes y, desde luego, con el látigo que Dios me dio»


Opinión:

Pues yo me encuentro aquí, ante esta obra maestra?. y ahora con mi propias dudas como lector. Había elegido desde hace años una lista con «mis diez imprescindibles» creyendo que difícilmente acabaría leyendo algo que desbancara a alguno de ellos de mi lista. Había oído hablar de «A sangre fría», por supuesto. Pero no creí que algún día, cuando lo acabara leyendo, sería un libro tan importante para mí como para engrosar dicha lista. La dificultad esta en sacar al banquillo a uno de ellos. Todos se merecen ser titulares en mi particular alineación? y les he tomado cariño. No debo ser buen entrenador? Ahora que lo pienso me faltaría uno para completarla (aunque hay quien dice que se juega mejor con diez que con once?.) así que lo más seguro, (aún tengo que pensarlo) pasarán a llamarse «mis once imprescindibles» y como no creo que importe demasiado a nadie más que a mi?. pues eso. Que once es un número precioso.

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