Desde hace ya un tiempo, más allá de haber conseguido o no mis documentos que me acreditan como residente de la CDMX, que siento que este monstruo de ciudad se ha convertido, de alguna forma, mi casa. Algunas cosas son sutiles y no las puedo explicar del todo, como el saber a qué huele cuando aterriza el vuelo y reconocerlo como un olor familiar y no nuevo y extraño. Otras son completamente evidentes, como tener muy claro a dónde ir a hacer una vuelta, el lugar para tomarte las fotitos de los trámites y cuál es la taquería a la que más cariño le tengo. Pero hoy, quería hacer una lista de cosas con las que creo que todos los que llamamos una ciudad extraña “casa” podemos relacionarnos. ¿Hay alguna que quieras añadir?
Ya tienes tu lugar de comer favorito. O lugares, según el presupuesto, estado de ánimo, día de la semana, ocasión…
Sabes en qué súper venden tus tés, en cuál las bolsas y cuál tiene el mejor surtido o los mejores precios
Se vuelven normales cosas que al inicio te sorprendían- desde los sabores de las papitas hasta que todos se pasan los altos en rojo
Cambias, sin darte cuenta, tu forma de hablar Y solo lo notas cuando alguien te lo dice en burla o cuando relees lo que acabas de escribir (¿pasarse un alto en lugar de un semáforo? ¿súper en lugar de mercado? ya en estas… ¿refri? ¿de verdad?)
Ya sabes a dónde ir no solo cuando te enfermas, sino que tienes un doctor para tu chequeo anual.
No sientes la necesidad de salir a conocer todo todos los fines de semana. Ya es tu ciudad, y aunque sigues conociendo lugares nuevos, muchas veces prefieres volver a uno al que le tienes cariño
Comienzas a ubicarte, no solo en vías principales (lo que podría hacer cualquier turista con sentido de la ubicación en una semana), sino a entender referencias o en qué colonia queda un lugar por el nombre de su calle
Tienes amigos de verdad. No conocidos de mientras tanto, sino grupos (¡varios!) de personas en las que confías, con las que cuentas y para las que tú también estás.
Dejas de estar pendiente al 100% de lo que pasa en tu ciudad de origen. No que la pierdas de vista, pero de repente te enteras de cosas que no te hubieras imaginado y que al parecer ya tienen meses cuando vienes a saber de ellas.
En ese momento, cuando el avión comienza a acercarse y ves las lucecitas o las casitas hacerse cada vez más grandes, sientes que estás llegando a casa y suspiras. Lo que es extraño, porque hace tan solo unos meses que no lo hubieras visto de esa forma.