Una pantera negra a la sombra de la anciana higuera

Zoraida Azahara

A raíz de la visita de una pantera negra, yo, la sombra de ZA, solicité comprender el sentir de aquel hermoso felino en mi propia sombra. No tardó en llegar lo pedido. Escribo en el Libro de las Sombras para beneficio de quien lo abra por esta página.

La semana pasada vino al amparo de la sombra de la anciana higuera una pantera deprimida. Nos extrañó su llegada, pero ni lo más mínimo su tristeza. Se había extraviado, todo lo que veía le era ajeno, pero tremendamente real. ¡Qué lagrimones!

Menos mal que Cascabel atesora una estupenda biblioteca. Allá que fue volando Zoraida y, en cuanto recopiló todo lo necesario, se acurrucó al lado del felino sin decir ni pío. Al principio, porque en cuanto le cogió confianza no paró de cantarle.

No pienses mal, las cuarenta no.

El canto fue reconfortante, porque la pantera negra volvió a su hogar habiendo recuperado su poder. Ahí, entre las sombras de las ramas y hojas, se reconoció extraordinariamente femenina, con capacidad de conocer en la oscuridad, admitiendo que la muerte es renacimiento. Como energía guardiana, se retiró silenciosa.

A su marcha, solicité comprensión, luz. Esto fue lo que llegó.

Un vencejo desvalido

En una de las visitas a la ciudad, encontré un vencejo tirado en el suelo, al borde de la calle. Lo cogí con delicadeza y él se dejó hacer. En pleno acto inocente y de confianza, lo llevé a un veterinario distante escasos tres minutos.

¡Qué chasco! DECEPCIÓN

Y llega en el momento oportuno, viene a cuento, un artículo escrito por Ana Mitxelena en Namah. Dice así:

Las decepciones las creamos nosotros solitos con nuestras decisiones, actitudes y acciones. En lugar de buscar culpables, entendamos cómo actuamos y qué es lo que hace que alguien nos decepcione.

Un escenario con varios personajes

El veterinario no osó acercarse, me miró como si invadiera su espacio y me dijo que no podía hacerse cargo de él. Ni siquiera se le pasó por la cabeza ofrecer la posibilidad de comprar un fluido isotónico (para hidratarlo) y tenebrios (insectos), ahí o en otro lado, o el teléfono de GREFA, por ejemplo.

Una mujer muy pizpireta me explicó que al ser un ave que no puede impulsarse, había que lanzarlo al cielo. La verdad es que no sabía qué ave tenía entre manos. Verlas volar en las alturas es diferente.

Otra mujer permaneció ahí sentada, sin inmutarse.

Diálogo infructuoso entre razón e intuición

Como comprobé, primero en la práctica y después en la teoría, el modo de lanzar un ave a volar que me explicó no es precisamente el mejor. Ella proponía tirarlo hacia arriba con todo el impulso que se pueda imprimir al acto. Lo mejor es colocarla en la palma de la mano abierta y elevarla con un suave impulso, si el vencejo se siente preparado, volará; si no lo está, se agarrará a la mano.

A pesar de lo que mi intuición dictaba, de saber racionalmente que estaba débil (cerraba los ojos y se agarraba a la mano), la lancé. Dos veces. Dos batacazos. Debieron dolerle. A mí me dolieron.

Impotente, sin poder solicitar ayuda y sin poderla ofrecer yo, la posé sobre una rama de un arbusto, a la sombra. Al menos la dejaba a morir en un hermoso lugar. Le hice los símbolos de reiki y me marché. Un poco más tarde, en la distancia, le hice reiki. Y otra vez más.

Durante la noche desperté varias veces. Ahí estaba su carita, veía al ave, cómo me miraba, cómo cerraba los ojos, cómo los volvía a abrir y me miraba, y los volvía a cerrar. Y sentía otra vez la presión que ejercía con sus patitas en mis dedos.

Decepción

Rabia. Impotencia. Enfado. Tristeza. Lágrimas.

Hoy comprendo que el veterinario no está obligado y entiendo que no se le pasara por la cabeza ofrecer una solución, porque no es su especialidad. Pero sobre su negocio he puesto un aspa: ahí no vuelvo a poner un pie, ha perdido un cliente. Los animales que ahí lleve y yo nos merecemos mucho más amor.

Hoy he añadido un nuevo teléfono a mi agenda: GREFA. Si encuentro otro animal en dificultades, me pondré en contacto con ellos. No buscaré más veterinarios, ni pediré al ayuntamiento el teléfono de la protectora (la vez que lo hice me enviaron al encargado de la perrera, y no es lo mismo).

¿El origen de la decepción?

En la vez que llevé a mi pajarita Mixta al veterinario y éste dijo que no era su especialidad, que no sabía qué le pasaba y le recetó un medicamento. ¡¿?!

Cada vez que llevamos a Sissi Reina Mora al veterinario y la trataban asépticamente por no ser un perro. Cuando nos vendieron el celo felino como la maldición de los dioses. Por un año la castramos químicamente, lo que le provocó un tumor mamario, adenocarcinoma, que contra todo pronóstico no se la llevó en tres meses y gozamos de ella y de sus celos por doce años más. Murió a los dieciséis años de edad.

Profundizando más, ¿el origen de la decepción?

He hallado decepción en cada uno de los siguientes aguijones, ¡hay que ver lo que escuecen!:

El no reconocimiento de los sentimientos, propios y ajenos.

La ausencia de empatía.

Considerar a los animales como seres inferiores a los humanos, ¡pobres mortales!

El hecho de llevarlo todo racionalmente organizado, medido, calculado, planificado.

El negarnos vivir. La vida escapa a las pretensiones de la razón, porque es corazón.
¿Qué más? Dale, aún hay más.

Cierto, he analizado el escenario, faltan los personajes.

El veterinario reflejaba esa parte de mí racional y fría.

La señora pizpireta, la niña ingenua, bien dispuesta y sin herramientas.

La señora que permaneció sentada sin abrir la boca, el observador de la escena que todos llevamos dentro y permanece en la sombra a la espera de que se le interrogue.
Doy gracias a esta escena por haberme permitido jugar con la luz en mi sombra.

La sombra de ZA

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Fuente: este post proviene de El nido de zoraida, donde puedes consultar el contenido original.
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