Algo triste sucede cuando una librería cierra. No es pasajero ni tampoco casual: es algo sintomático propio de una sociedad herida de muerte. Las librerías no son un establecimiento más: son el lugar en el que se reúne el saber, la cultura, la información, el entretenimiento. Son, junto a las bibliotecas, el sitio en el que uno se alimenta, donde la mente y el pecho crecen fornidos, sanos, preparados. Los libros forman parte de nuestra educación sentimental. No es fortuito que las cubiertas de los libros tengan forma de puerta. Eso es lo que son: una entrada a un sitio siempre mejor.
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