Un paseo hasta las Cascadas de Sotillo (Zamora)

Los arroyos Cabriteño y Pingón forman las cascadas de Sotillo. Sotillo de Sanabria. Parque Natural Lago de Sanabria y alrededores. Zamora. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego


Un empinado sendero lleva hasta uno de los rincones más bellos de Sanabria

© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO

Prueba de que no todo lo rico engorda es que para alcanzar las cascadas de Sotillo hay que superar antes una empinada senda de un par de horas. Es decir, sudar la gota gorda durante un rato para gozar luego la recompensa de extasiarse el tiempo que cada cual quiera dejándose hechizar por el espectáculo de uno de los saltos de agua más bellos de Castilla y León. Así que es de suponer que la gula de la contemplación a placer de este espectáculo natural sin grasas ni aditamentos- quede de sobra compensada por la caminata cuesta arriba. Si encima el acercamiento discurre a través de uno de los bosques de roble melojo mejor conservados y más densos de todo este espacio natural, pues miel sobre hojuelas (imaginarias, claro).

Si hace unos años estos saltos de agua eran una delicatessen a los que sólo alcanzaban los caminantes más entregados, hoy llegar hasta ellos se ha convertido en una de las excursiones más recurridas por quienes gustan de ir un poco más allá de la postal inmediata: en este caso las frescas y concurridas aguas del lago de Sanabria, corazón del parque natural del mismo nombre y ojo acuoso que atrae a las masas en cuanto aprieta el calor y apetece el chapuzón. Y tantos se acercan ahora, que en Sotillo, una minúscula población de la montaña sanabresa, han tenido que clamar para que las autoridades hicieran un hueco junto a la iglesia para que los forasteros de fin de semana dejaran de aparcar sus coches en cualquier sitio, taponando las entradas de casas y cuadras.

En el fondo, la razón de tanto ajetreo dominguero es que ha corrido la voz de que en lo alto del valle de Sotillo tienen guardado un tesoro que bien vale el esfuerzo de llegar hasta él: las cascadas por las que se despeñan los arroyos Pingón y Cabriteño tras fundirse un rato antes e iniciar juntos el viaje que va desde la laguna de Sotillo hasta las angosturas del valle. Y como suele acontecer en estos casos, la primavera, cuando los calores empiezan a licuar la nieve de las alturas, es cuando este espectáculo natural se encuentra en su mejor salsa. Si bien hay que apuntar que estas cascadas, a diferencia de otras, tiran agua por la barranquera en cualquier época del año, aunque mengüen caudal y bullicio.

La vía de penetración más frecuente al parque natural acostumbra a ser desde Puebla de Sanabria. En ese caso la primera localidad que se alcanza es El Puente, un animado nudo de comunicaciones en el que confluyen carreteras procedentes de diversos valles sanabreses y que recibe su nombre del puente del siglo XVIII que salva las aguas del Tera. Desde esta localidad una carreterilla remonta las aguas del río Truchas buscando el aislado encajonamiento en el que se ubica la localidad de Sotillo de Sanabria, punto final de la carretera e inicio del paseo a pie.

Queda ya dicho que Sotillo es uno de esos pueblos montañeses que le fueron robando sitio a la montaña para ir plantando sus casas sin más orden y concierto que el de la propia oportunidad. Por eso sus casas se localizan diseminadas a lo largo de tres o cuatro ramales, apretadas contra la ladera y enredadas en un sube y baja de caminos. Y por eso, sin dudarlo, el único lugar donde dejar un coche foráneo es junto a la iglesia. A su vera se abre el breve desahogo que sirve de conexión a tres de estas calles, donde campea un viejo crucero de granito. Junto a él sobrevive una de las cartelas plantadas hace unos años para ilustrar la tesis del profesor Leandro Rodríguez según la cual Miguel de Cervantes habría escrito “El Quijote” hablando de lugares sanabreses determinados, bien conocidos por él, en su condición de natural de la zona, pero eludiendo su nominación directa para evitar que la Inquisición acudiera en busca de su familia. “En un lugar de La Mancha” sería, así, una alusión astuta a su condición de “manchado” -judío converso- y no geográfica. La búsqueda e identificación de parajes concretos relacionados con “El Quijote” llevó en su día a la instalación, por toda la zona y muchos caminos, de carteles que instruyen, con la cita exacta de pasajes de ese texto, acerca de los diferentes episodios y el lugar real en el que suceden. En esto caso se relaciona el ruido de las cascadas y lo apartado del valle del río Truchas con alusiones de Cervantes a batanes y ruido de agua.

El camino hacia las cascadas de Sotillo está también indicado por un viejo cartel de madera en la calle que sale hacia abajo. Tomando el primer desvío hacia la derecha se dejan atrás enseguida las últimas casas y no tarda tampoco en alcanzarse el fondo del valle en un ameno rincón con varias mesas, un panel informativo y una fuente.

Tras pasar el puente que salva el curso del río Truchas se presenta de inmediato una bifurcación en la que el ramal que sigue de frente lleva hacia San Román, otro pueblo pequeño sanabrés. El de la derecha es el que encamina, ya sin desvíos hacia los saltos de agua. A partir de ahí no hay pérdida: toda la ascensión y el regreso por el fondo del valle está jalonado por un reguero de estaquitas marrones que hacen imposible a priori- el despiste. Tampoco hay mucha oportunidad: todo el trayecto discurre por marcados y añejos senderos, caminos de los de toda la vida que rezuman tanto encanto como los arroyos que los cruzan en los inicios desbocados de la primavera.

De hecho, además del goce de contemplar las cascadas, este paseo dietético un poquito cuesta arriba y otro poco cuesta abajo- suma el goce de pisar por caminos construidos piedra a piedra, tallados en la montaña a base de pico y pala y luego empedrados con rocas que hoy no movería ni Sansón; la única forma inteligente de construir caminos cuando el agua corre en abundancia por las faldas de la montaña y el barro convierte en fangales imposibles los accesos al monte y las praderas. Lo triste es que esa obra de titanes anónimos, hombres de alpargata y pantalón de pana, se va descomponiendo como un turrón picoteado por los bordes. Igual que la memoria de tantas manos como levantaron las bardas de granito que separan propiedades, y que tanto abundan en los primeros y los últimos kilómetros del paseo, compuestas muchas veces con piedras ciclópeas.

La ascensión desde el río Truchas hasta las cascadas, apenas 2,5 km, entretiene un par de horas bien a gusto. Luego allí, una roca hace las veces de sillón pétreo desde el que dejarse hipnotizar por la caída sin fin del agua.

El regreso a Sotillo se realiza siguiendo el curso del río, también en una prolongada bajada que al principio corre entre peñascos y escalones tallados en la ladera y que puede resultar algo peligrosa con las rocas mojadas por la lluvia. Una vez que se alcanza el fondo del valle, el paseo entra en una fase más tranquila mientras se atraviesa el bosque y salen al encuentro gigantescos bolos de granito diseminados entre los árboles como canicas de gigante abandonadas. info@javierprietogallego.com
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EN MARCHA. Hasta Sotillo de Sanabria puede llegarse desde Puebla de Sanabria por la ZA-104 tomada hacia El Puente. En esta localidad nace el desvío que acerca hasta Sotillo.
EL PASEO. El recorrido circular desde Sotillo hasta las cascadas y vuelta es de 8,5 km que pueden hacerse en unas tres horas largas. Está señalizada con estacas de color marrón. No entraña dificultad, pero el desnivel hasta las cascadas implica varias paradas para recuperar el aliento. Todo el recorrido requiere ropa y calzado de montaña. En invierno puede disfrutarse del espectáculo de las cascadas con hielo.
INFORMACIÓN. Casa del Parque del Lago de Sanabria y Alrededores ( Galende), tel. 980 62 15 95.
DORMIR. Tel. de información institucional: 902 20 30 30. Turismo rural: www.castillayleonesvida.com.

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