Un laguito chiquito

A la orilla de un lago chiquito extiendo la manta a cuadritos bicolor, me tumbo mientras veo a las niñas zambullirse en el agua y conversar con otra niña extraña. Me sorprende la facilidad con la que hablan con extraños, me alegro y a la vez me da miedo.

El lago no es profundo, las niñas juegan con confianza, a lo lejos observo los molinos de viento y sigo su compás. Un poco más cerca pasean los botes blancos y tengo curiosidad… ¿Quiénes estarán a bordo y que estarán haciendo en ese instante? Me imagino de todo y me dan ganas de tomar una cerveza helada pero no lo hago, pienso que no debo, no sé exactamente por qué.


De pronto pasan miles de pájaros blancos, son gaviotas, se ven lindas pero no me gustan porque cagan desde arriba, parecen bombarderos. Hace unos días una me envió desde lo alto un cague que por suerte (o desgracia) me cayó en la mano.

Sigue ‘soleando’, no me quiero levantar. Las niñas siguen jugando, ahora lo hacen con la arena. Recuerdo cuando era niña y remojaba mis pies en un riachuelo de un pueblo lejano.

Se acercan las niñas trayendo su colección de conchas, quieren usarlas para decorar la casa, hace más de un año que se dedican a coleccionarlas. Abandonan el juego y se van a mecer en los columpios, se balancean una y otra vez, regresan, me abrazan, las amo, soy feliz, nada me falta.



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