¿Tu qué le hubieras dicho a esta chica, que se planta en su casa con dos maletas y una risa nerviosa?
Hoy que el mundo nos ha brindado todas las posibilidades con las que nuestros abuelos ni siquiera habrían pensando. Pensamos en nosotros unos años antes y en lo que seremos unos años más tarde. Pensamos en nuestra forma de vida. Cuántas horas al día dedicamos a hacer lo que nos gusta. Cuantas horas invertimos en el metro. Cuántos alimentos tenemos tachados de nuestra dieta. Cuántas horas a la semana nos proponemos a salir a correr. Si realmente eso no gusta, o nos gustaría más aprender tenis, rugbi, o apuntarnos al maldito club de ajedrez. Nos preguntamos cuánto nos gusta nuestro trabajo, cuánto nos gusta nuestra ciudad, nuestra calle, nuestra casa y nuestra funda del nórdico. Cuánto nos gustan nuestros amigos, nuestros colegas. Cuánto disfrutamos con ellos, cuántas veces quedamos por compromiso y nos comprometemos sin motivo. Nos abrasamos a preguntas, y cuando tenemos la respuesta, muchas veces ni siquiera queremos verla. Nos obcecamos con eso de buscar la felicidad a base de lo que se espera, de lo que se debe, de lo que se puede, y de los likes de Instagram.
Si no sentimos nada y nos sentamos a pensar, que somos demasiado jóvenes. Demasiado jóvenes para no cambiar lo que no nos gusta, para aceptar lo que nadie nos impone, más que nosotros mismos. Que lo que nos cuesta hacer la maleta y dejarlo todo, cuesta menos de lo que estamos malgastando: nuestro tiempo. Eso no nos lo va a devolver nada ni nadie. Que somos demasiado jóvenes como para saber a qué vamos a dedicarnos el resto de nuestras vidas. Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes y tan preocupados.
Miramos a nuestra pareja y nos replanteamos si es con quien queremos estar para siempre. Si es el amor de nuestra vida, si nos gusta total y absolutamente todo de ella y si nos vemos en un altar, firmando papeleo, o compartiendo cepillo de dientes. ¿Realmente tenemos que estar o no con alguien por quien seremos en diez años? Pensamos, si nos asusta nuestra soltería, si creemos que nos quedaremos forever alone o nos convertiremos en la loca de los gatos. Vaya si pensamos, que durante unos instantes nos creemos que necesitamos una pareja para ser felices, que se nos acaba el tiempo. Si mantenemos una relación porque va siendo hora de estabilizarnos. Qué razón tan fea es esa para estar con nadie. Si alguien te mira a los ojos, te coge las manos y te dice que está contigo por estabilidad: corre.
De todas esas decisiones, ya se encargará nuestro yo del futuro. Que nos encasillamos en el pasado, y pensamos que no podemos avanzar, cuando somos nosotros los que no nos ponemos en marcha. Según el psicólogo de Harvard, Dan Gilbert, el 75% de las personas es feliz dos años después de las peores de las tragedias que podamos imaginar. Los seres humanos tenemos el mejor mecanismo de defensa, la memoria, que nos permite olvidar. No hay mapas trazados, no hay libros de autoayuda, ni hay ninguna clave para conseguir la felicidad. De vez en cuando, lo mejor es dejar la mente en blanco y, simplemente, disfrutar de lo que va llegando, y despedirse de lo que se va.
Que la vida cambia de repente en un instante, y todo lo que teníamos en mente se esfuma. Y lo bueno que nos queda es que somos jóvenes, para cambiarlo todo en un segundo. Todo puede ser conquistado, podemos invadir cada aspecto de nuestra vida y hacerlo nuestro.