Fue muy poco el tiempo que compartimos, pero aun así, me dejaste impregnado de la intensidad con que vives cada segundo. Te perdí la pista porque así lo quisiste, pero nunca te olvidé.
Hace una semana me pareció verte en la estación del metro, puedo jurar que eras tú, tal vez un poco más delgada. Llevabas el cabello suelto, más largo de lo que recuerdo, y tus ojos negros? corrí hasta el andén, pero desapareciste de pronto, en el metro que te alejaba de mi otra vez. Desde entonces, la fuerza de tu recuerdo me ha superado. Tu risa, y la risa de tus ojos. Te recordé como tomabas mis manos, mientras danzabas literalmente a mí alrededor en la Rambla Catalunya, y de una forma sorprendente me contabas la historia de los edificios por los que pasábamos, me encantaba escucharte, no importa lo que dijeras. Ahora no sé, si la historia de los edificios era real o te la inventaste, pero se escuchaba maravillosa. Dijiste que Rambla, venía de río, y que donde caminábamos en ese momento, hace mucho tiempo, se desplazaban las aguas.
Aquella tarde plomiza, que permitiste que me acercara a ti, me mostraste esa maravillosa faceta que reservas para algunas personas privilegiadas. No se porque sucedió conmigo. Eres de esas personas nada convencional, y por aquellos tiempos sufrías intensamente. Aun así, esa tarde me regalaste las mejores horas de mi vida. En la estatua de Colón, me hablaste de tu América, de tu trópico indomable. Como dijiste desde el tercer escalón, del "Bobo genovés, que no tuvo suficiente cerebro para inventarse una nacionalidad, y murió como catalán". Me llamaste viracocha, y te burlaste de mis raíces ancestrales. No me importaba nada, si continuabas sonriendo para mi, y por un momento a este bohemio señor le comenzo un cosquilleo en el estómago, que más tarde traduje como ganas de estar en una solo lugar, con una única persona.
No se cuantas fotografías te hice, como buen fotógrafo nunca llevo la cuenta, soy así en mi trabajo. Sé que dentro de un todo, algunas serían espectaculares, pero para mi sorpresa, no desheché ninguna, porque todas eran tuyas. Cuanta falta me has hecho desde entonces. En aquel restaurante tomando sopa de pescado y arroz, me sentí el ser mas afortunado del mundo, y aun ahora cuando lo recuerdo me sigo sintiendo igual.
Desde que te volvía a perder en la estación del metro hace una semana, no hago mas nada que recorrer las calles a ver si te encuentro. Al principio me enfadé mucho, cuando desapareciste, sin llamar, sin un teléfono, sin una referencia. Pero sé que eres así, como la brisa, con ese corazón imprevisible y fiel. Desde entonces vivo despegando tu recuerdo de las cosas que impregnaste. De mi móvil, de mi pared tapizada con tus fotografías, de las tazas de café y de la margarita que conservo en mi terraza. De aquel restaurantito bohemio donde comimos esa noche y donde al terminar de comer, me cantaste a golpe de corazón las rancheras con más sentimiento que he escuchado. Me preguntaste ¿porque me miras asi?, y yo no te dije nada. En mi interior solo quería pedirte que te casaras conmigo, y que vivieramos todas esas cosas hermosas que sentía en el ahora, pero tu corazón estaba comprometido. Dejé que desaparecieras, no hice nada.
Cuando me encontré a tu amiga meses después, lloré de impotencia y rabia, por las cosas que te pasaron, al creer en ese "amor bobo", como le llamabas. Me sentí un poco culpable de no estar mas cerca, de no haber podido darte apoyo, de no ser el amigo que tu veías en mi, por querer ser un hombre para tí. Aun hoy te continuo guardando cuidadosamente en esa gaveta especial de mi corazón por si algun día nos volvíamos a encontrar.
Hace una semana, cuando te vi en esa estación del metro, aquellos dos segundos eternos, regresaron el color a mi vida. Corrí por el andén, pero solo me dejaste tu perfume, colgado del ambiente... sé que ahora estás muy cerca, y voy a encotrarte, esta vez será distinto... esta vez, tal vez te quedes conmigo
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