Preparando el humus

Zoraida Azahara

La higuera

¡Qué ruidosos son los humanos! ¡Uhm, qué linda mañana! Lluvia fina y algo de bruma.
El otoño está en su fase final, ha avanzado despacio, camuflado entre los elementos. Las noches, cada vez más cortas, y el sol del mediodía, falsa primavera, parecían en litigio. Las ramas, ya casi desnudas, se resistían a soltar sus hojas. Pero estas, como polluelos que buscan levantar el vuelo, han ido amarilleando y cayendo lentamente. Se presentó la tormenta y bajaron bruscamente las temperaturas, especialmente de noche, y así han iniciado a desprenderse de quien les ha dado sustento.

Me gustan los festivales de canto y danza que organiza el viento con las hojas. Las conversaciones con ellas tienen ahora otros sonidos, y, aunque no llueva, evocan el sonido de la lluvia o el correr del agua. El aire, al soplar, forma remolinos con las hojas que suben y bajan, chocan entre sí y se dispersan, forman lechos que crujen bajo las pisadas de Alf. Algunas posan a los pies de a quien vistieron, otras vuelan lejos. El vendaval me ha liberado de ramas secas que obstaculizaban a las jóvenes y el nido de Zoraida ha sufrido daños, cuando vuelva en primavera ¡quién sabe qué hará!

Con el avanzar de la estación y ahora en el invierno, las hojas muertas llevan y llevarán a cabo un proceso de reconversión. La humedad y el trabajo de esos pequeños seres que habitan en el suelo las transformarán en humus, un alimento rico que nutrirá a las generaciones futuras, a aquellas nuevas hojas y plantas que brotarán en la primavera.

Hay un gran silencio en el cerrillo, salvo por este humano que se acerca despacio, y niebla. Con la llegada de la lluvia salen de sus madrigueras milpiés y caracolas. El suelo cobra vida en su aparente muerte; no hay vegetación frondosa, sino pequeñas hierbas aquí y allá. ¡Ay, qué silencio! ¡Ni siquiera se oye el repiqueteo de Cascabel! ¡Oh, silbidos! ¡Venid, venid, queridos tordos! En verano me gusta ofrecerles mis higos a cambio de sus canciones. No, no vendrán, se acerca el humano.

El otoño

En el cerrillo el viento arrecia y hace frío, la escarcha ofrece reflejos plateados y dorados, cambiando la apariencia del paisaje.

Llega a sentarse bajo la anciana higuera alguien de un pueblo vecino. Hacía mucho que nadie se acercaba por aquí. La higuera, medio dormida, apenas le presta atención. Sabe porqué está ahí sentado, su mente hiperactiva la despertó a gritos cuando subía por la colina. Suspira hondo la persona y la anciana higuera con ella, que se adormenta, llevándose a tierra, a través de las raíces, lo que a la otra atormenta.

La mente de la persona, como ramas de un árbol desprendiéndose de sus hojas muertas con el vendaval, parece colapsar. A través del aire me enredo en su cabello. “Es el momento de lluvia de ideas”, le susurro. Apoyada en la higuera, con ambos pies tocando tierra, su cuerpo ya es otro.

Querido ser humano -le digo-, las ideas que vibran en tu sintonía quedan a tu lado. De ti depende darles el proceso de conversión para transformarlas en humus, en un proyecto material que ayude a otros a brotar, a despertar a la vida. Necesitas del silencio, de la quietud, del recogimiento de las estaciones menos luminosas. Sigue el llamado de la naturaleza. Sintoniza con el espíritu de las estaciones. Sintoniza ahora con el otoño: recoge las hojas, permítete solo recogerlas, sin querer hacer más con ellas. Deja que sigan su proceso natural de descomposición, sigue el proceso de la creación del humus.

¿Sientes? ¿Lo hueles? Sí, ha venido a tu memoria ese olor a tierra húmeda chispeante, ese olor que huele a vida, porque es vida. No está podrido o putrefacto. Ese es otro olor, un olor que hace venir la náusea, tuerce el gesto en asco.

Recoge las hojas cada día, con cariño y sin juzgarlas. Algunas están rotas, lo sé. Otras han sufrido mordiscos, lo sé. Las hay que fueron afectadas por hongos, lo sé. Todo está bien. Es como debe ser.

Recuerda que permanecerá contigo aquello que esté en tu misma frecuencia. Es a esto a lo que debes prestar atención: recoge aquello que vibre con tu sueño, con el ideal más elevado, aquello que vigorice tu chispa.

Yo, el otoño, te ayudo a profundizar en ti. Con el frío, el aire y el agua, te llevo a la tierra para nutrir tu suelo, tus raíces. Deja que el frío acabe con lo que no te sirve. Tal como el aire juega con tus cabellos, deja que se lleve lo que no necesitas. La lluvia purifica el aire y nutre la tierra, deja que el agua limpie también tu corteza y calme tus emociones. La tierra te sostiene, profundiza en ella y deja que te nutra. Permítete desprenderte, quédate desnudo, querido árbol que camina. Es hora de viajar a la raíz. Suelta. Y en ese soltar, permítete conocerte un poco más. Aligérate lo más que puedas. Deja que el vendaval rompa esa rama débil, enferma o muerta. Permite la muerte, ejercita el desapego.

Las noches han ido haciéndose más largas, el sol no brilla tan alto y es habitual que se oculte entre las nubes. Así debes hacer tú, llevar tu luz al interior, iluminar los rincones oscuros de tu alma.

La Voz de Gaia a través del otoño y de la higuera

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