Perú. La Tierra de los Incas.(I). Lima(I)




A lo largo de los años, la visita al mítico y fascinante Perú se había ido posponiendo en mi ruta viajera. A veces la causa había sido la oportunidad de viajar a otros destinos también soñados que iban saliéndome al paso y que del mismo modo ansiaba conocer. Otras era el tiempo mi enemigo, puesto que Perú exigía que le dedicara una extensa visita que en ocasiones no podía permitirme.

Pero ni siquiera la pandemia, que aún nos azota, pudo con mis ganas y mi inamovible decisión de conocerlo cuando finalmente llegó el momento. Así que una vez decidida la ruta ideal, la que que aunaba casi todos los puntos que deseaba visitar, hice la maleta y me lancé a la aventura.

Tras casi doce horas de vuelo en los que crucé el océano azul y el verde del Amazonas...



sobrevolamos los cerros que rodean la ciudad de Lima para aterrizar en su aeropuerto.


En Octubre, en la casi siempre encapotada ciudad de Lima, el anochecer llega a las 6 de la tarde, justo el momento en que emprendimos el camino hacia nuestro hotel en el barrio de Miraflores, por lo que tras una ligera cena, y para intentar combatir el temido jet lag decidimos irnos a dormir para que nuestros biorritmos se acostumbraran al nuevo horario.

A día siguiente, afortunados de nosotros, el día amaneció cálido y soleado, y con este buen comienzo nos pusimos en marcha para conocer durante toda la jornada lo mejor de la ciudad.



Nuestra primera parada fue la Plaza San Martín, un enorme espacio de más de 12.000 m², terminado de construir en 1921 como homenaje al Libertador José de San Martín al cumplirse el primer Centenario de la Independencia del Perú.




Si bien en un principio la estatua ecuestre es la que llama más poderosamente nuestra atención, pronto nuestros ojos se fijan en el valioso catálogo arquitectónico que rodea la preciosa plaza.

Ya el lugar fue estratégico en el nudo de comunicaciones de la floreciente ciudad en el siglo XIX, ya que aquí se localizaba las concurridas estaciones de tren de San Juan de Dios y Encarnación. Con a reordenación de algunos sectores de la ciudad, ambas fueron derribadas para crear el espacio que vemos en la actualidad.


De todos los edificios que rodean la plaza, destacan por su tamaño y blancura el Portal de Pumacahua y el de Zela, uno frente a otro construidos en la década de los años 20 en estilo neocolonial. Bajo sus soportales se ubican restaurantes, bares, comercios, bancos y todo tipo de locales comerciales.


Otro edificio interesante se encuentra en una de las esquinas. Se trata de un enorme palacete de estilo neocolonial mandado a construir por la la Compañía de Seguros La Fénix Peruana en 1934, tras derribar el antiguo convento de La Encarnación.


En el lado opuesto de la calle, el impresionante edificio Boza y la sede del Banco GNB.


Para cerrar la visita a la Plaza de San Martín, nos detenemos ante el Hotel Bolívar, construido en el tiempo récord de seis meses, ya que debía estar listo para alojar a los más selectos invitados que acudirían a la celebración del Centenario de la Batalla de Ayacucho en 1924. Su estilo, que mezcla el modernismo con el colonial peruano, conforma un edificio de 6 plantas que se embelleció con columnas de mármol traído de Italia, arañas de cristal francés y fino mobiliario de la marca inglesa Waring Gillow.


Grandes personalidades de sangre azul y famosos actores como Ava Gardner o Clark Gable, escritores como Pablo Neruda o Jorge Luis Borges se alojaron en este hotel que entre otras cosas presumía de tener dos de los primeros ascensores que se instalaron en Perú. Pero también es famoso por sus fantasmas.

Durante años fue tal la actividad paranormal en hotel, que sus dueños se vieron obligados a cerrar las plantas 5ª y 6ª que era donde se concentraba la mayor parte de apariciones fantasmales y sucesos inexplicables.

Al parecer fueron muchos los clientes que se suicidaron entre sus paredes, como la dama que se lanzó al vacío desde la habitación 666. También siguen recorriendo sus pasillos muchos empleados, que ya muertos, se niegan a abandonar el edificio.


Y de aquí nos vamos a otra plaza, la de Armas, que quizá sea la mas hermosa de toda América del Sur.


Es tan antigua esta plaza como la ciudad de Lima, de hecho es su corazón y su simiente, y me atrevería a decir que la Ciudad de los Reyes no podría existir sin ella.

Cuando Pizarro llegó al rico valle del río Rimac, donde se fundaría la ciudad de Lima, eligió este terreno llano y amplio para que fuera el punto exacto a partir del cual crecería la que sería la capital del Virreinato del Perú.

Como sería costumbre, y siguiendo las órdenes del rey Carlos I, a partir del centro de esta Plaza Mayor se marcarían las cuadrículas de las que surgirían las calles y nuevos edificios religiosos, administrativos y civiles que conformarían la nueva ciudad. En su centro se colocó el rollo o picota para administrar castigo y pena de muerte a los reos de rebelión, traición y asesinato, lugar que posteriormente ocuparía una pileta de 8 caños que en 1651 sería sustituida por la actual.


La nueva fuente sería la representación del poder de los Austrias en el Nuevo Mundo, rodeada, tal y como dijimos de los tres poderes del estado. Realizada en bronce, muestra los escudos de España y Portugal, como símbolo del poder real y rodeada de leones que aplastan a dragones, de nuevo una referencia a la monarquía católica triunfando sobre el mal y la oscuridad. Posteriormente se le añadió el conocido como "Ángel de la Fama" o de la Anunciación, que lleva un clarín en su mano derecha y los emblemas de la ciudad en la izquierda.

Pizarro, como representante de la Corona, se reservó en el reparto de tierras la manzana entera del lado norte, entre lo que sería la plaza y el río Rimac, la parcela donde hoy se levanta el Palacio de Gobierno o Casa de Pizarro. Este segundo nombre no es real, sino tan sólo una referencia a que fue aquí donde estuvo su casona, simple y funcional, según los gustos del Marqués de Pizarro.

Obra de adobe y piedra, aguantó durante casi 500 años el embate de seis terremotos, varios saqueos e incendios, mientras era sede del Ayuntamiento de la ciudad, y fue en ella donde fue asesinado el gobernador Pizarro, hecho del que hablaremos más adelante.

Reconstruido en varias ocasiones, fue en 1926 cuando se iniciaron las obras del actual edificio, que sólo se completaron en 1938.


En dos de los restantes lados del cuadrado que conforma la plaza, encontramos varios edificios amarillos con preciosas balconadas en madera, Todos pertenecieron en su origen a los más fieles hombres de Pizarro y los actuales son fruto de varias remodelaciones hasta que adquirieron su aspecto actual en el siglo XIX.


De todos ellos destacamos el del Club de La Unión, que es centro de recreo, negocios y esparcimiento de gran parte de la clase alta limeña.


Y por supuesto, el Palacio Municipal, que data de 1944 y sustituye a un anterior arrasado por un voraz incendio.


Entre el Palacio del Gobierno y la Catedral se levanta el Palacio Arzobispal de Lima, hoy museo, y aunque parece muy antiguo, el edificio actual, que como ocurre en el resto de la plaza, sustituye a uno anterior, se construyó en 1924 en estilo neocolonial con elementos barrocos.



Dos grandes balcones tallados en madera de cedro parecen romper con la sobriedad de la piedra utilizada en la fachada.
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Y para el final de la visita a la Plaza de Armas he dejado un plato fuerte, la Catedral.


Su título completo es Basílica Catedral Metropolitana de Lima y Primada del Perú de San Juan Apóstol y Evangelista.

Edificada justo sobre el adoratorio inca del puma inti y el palacio del príncipe inca Sinchi puma , en su exterior muestra una mezcla de estilo renacentista y plateresco.

Fue Pizarro el que colocó la primera piedra de la catedral primigenia, pero se llegaron a construir hasta tres antes de levantar la que vemos hoy en día y que data de finales del siglo XVIII, concretamente de 1797, momento en el que se concluyeron las torres.


Pero pasemos a su interior. Sus tres naves y varias capillas adicionales, muestran la mezcla de estilos que conjugan su construcción, como el gótico tardío, el renacentista, el barroco y el plateresco. Si nos fijamos, las bóvedas están fabricadas en madera y estuco, más ligeras, en previsión de un derrumbe por terremotos.


El Altar Mayor, presidido por una imagen de la Inmaculada, está rodeado de la exquisita sillería del coro realizada en su totalidad en madera noble, con la representación de santos y santas de la historia de cristianismo. Bajo él, la cripta de los arzobispos, que guarda los restos de casi todos los pastores de la ciudad de Lima.


Recorriendo las capillas que rodean la nave central nos detenemos en varias de ellas.

La primera es la de San Juan Bautista, presidida por uno de los crucifijos más antiguos de la Catedral que forma parte de un retablo que en su origen estuvo en otra iglesia.


La capilla de la Candelaria es un precioso ejemplo de transición entre el barroco y el neoclásico.


Delante de la capilla se ha descubierto recientemente una cripta que perteneció al gremio de los Zapateros, con cinco tumbas de unos 80 cm de profundidad donde se alojaban 80 cuerpos. Muchos de ellos eran niños e incluso uno fue hallado en los brazos de su madre. Eran tumbas colectivas donde se iban colocando los cuerpos unos sobre otros separados únicamente por una capa de cal que evitaba el olor de la descomposición.


Seguimos el recorrido deteniéndonos en el precioso púlpito de estilo neoclásico dedicado a San Juan Evangelista.


La Capilla de la Inmaculada Concepción o de la Evangelización es realmente excepcional por su belleza y colorido. La imagen de la Virgen fue enviada a Perú por el emperador Carlos V para presidir el Altar Mayor y fue de las primeras en llegar al Nuevo Mundo.


Otra capilla de gran interés es la de los Santos Peruanos, presidida por Santa Rosa de Lima. que tiene el honor de ser la primera santa de América y santa patrona de los tuberculosos. La escoltan San Martín de Porres, el primer santo mulato de América, famoso por tener el don de la bilocación, es decir fue visto al mismo tiempo en México, África, China y Japón; San Juan Macías, y San Francisco Solano.


De origen claramente andaluz es la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, que tanto nos recuerda a las vírgenes sevillanas y cuya capilla presenta una preciosa policromía que ha surgido después de una profunda restauración.


Para terminar con el recorrido imaginero, vemos una preciosa imagen del Señor de la Caña, que podemos apreciar en todo su dramatismo y perfección ya que se encuentra colocada a nivel de suelo.


Aunque la catedral es una impresionante joya artística, la mayoría de los visitantes pasan por sus naves de puntillas, ya que su verdadero destino es una de las capillas más famosas del mundo, y que contiene la Cripta de Francisco Pizarro.


Cubierta casi por completo con mosaicos alusivos a la Conquista del Perú, la capilla no sólo es el lugar de descanso definitivo de los huesos del extremeño, sino un libro de historia en sí misma.

Recordando las crónicas, Pizarro y su hombres llegaron en 1532 a lo que entonces era la tierra del Tahuantinsuyo, azotada por una guerra fratricida entre Atahualpa y Huáscar. El mosaico principal que vemos en la anterior imagen muestra el momento en que con su espada, Pizarro da a elegir a sus hombre entre seguirle y ser ricos o volver a Panamá y seguir en la pobreza.

Pero centrémonos en la figura de Pizarro y sus restos.



Durante muchos años, se creyó que una momia que se encontró bajo el Altar Mayor de la Catedral de Lima, eran los restos verdaderos del conquistador extremeño, y como tal se exhibieron en una urna en el mismo templo desde 1881 y recibió homenajes y conmemoraciones varias.


Pero ocurrió que unos obreros que realizaban unas obras de restauración en la Catedral, encontraron una caja de madera y otra de plomo. En la primera hallaron huesos de un esqueleto humano, y en la de plomo un cráneo y una inscripción que echaba por tierra lo que hasta el momento se tenía como verdadero. El escrito decía " Aquí está la cabeza del Señor Marqués Don Francisco Pizarro, que descubrió y ganó los reinos de Perú y puso en la real Corona de Castilla".


A partir de ese momento se sucedieron interminables pruebas médicas, forenses e históricas, hasta llegar a la conclusión definitiva de que los encontrados eran los huesos y el cráneo del conquistador extremeño.


La conclusión definitiva vino después de comprobar que el cuerpo había recibido 16 lesiones cortantes que correspondían con el mismo número de puñaladas que según las crónicas había recibido Pizarro en el atentado que acabó con su vida. Además había sido decapitado, lo que explicaba las dos cajas.


Ahora, resuelto es misterio, Pizarro puede recibir a sus visitantes en la sencilla pero espectacular tumba que guarda sus restos, acompañado de un pequeño cofre que contiene tierra de su ciudad natal, Trujillo, en Extremadura, y una urna con la reconstrucción de su esqueleto.


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