Florence Foster Jenkins, a pesar que muchos puedan pensar que es un personaje de ficción fruto de la creatividad de un guionista, fue una persona de carne y hueso que con merecimiento ha sido considerada la peor cantante de la historia.
Nos encontramos ante un biopic de una acaudalada viuda que decide un buen día que quiere dedicarse al bel canto de una manera profesional. Cegada por su pasión por la música y el canto no se da cuenta que su estilo es patético.
En inflar el globo del ego de la neoyorkina ya se encargan un buen número de corifeos que al calor de la fortuna de la viuda del doctor Jenkins viven como auténticos zánganos. Quizás el principal sostén de la ficción sobre las cualidades vocales de Jenkins se encuentra su marido, St. Clair Bayfield, un hijo ilegítimo de un noble inglés.
Sobre esta realidad histórica – Florece Foster Jenkins fue una norteamericana que nació en 1886 y murió en 1944 – se monta una película bajo la dirección de Stephen Frears, el gran director británico de cine más conocido por La Reina o Philomena.
El tempo de esta obra cinematográfica que cabalga entre el drama y la comedia, es sobre todo mérito de esos dos grandes actores como son Merly Streep, en el papel de Florence Foster Jenkins y Hugh Grant como St. Clair Bayfield, su consorte, que bordan sus papeles y son los hilos conductores del desarrollo de la historia.
No podemos dejar de fijarnos en la también maravillosa actuación de Simon Helberg como Cosme McMoon, el apocado pianista de la diva, que a pesar de su rol es de actor de reparto, ejerce una función fundamental en hacer más histriónico si cabe la interpretación de Merly Streep como diva del canto.
Debemos destacar también el buen hacer de los estilistas, sastres y director de fotografía, que nos llevan, sin que nos percatemos, a los Estados Unidos de la Belle Époque, el periodo de entreguerras y la II Guerra Mundial, pulsando perfectamente el ambiente de esa época.
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