Noche en vela

Reflexión: una noche sin dormir
Hola a todos y bienvenidos. Ya estamos a jueves y toca reflexión. Mis lectores habituales sabéis que llevo con esta sección seis años, y he publicado, más o menos, 174 reflexiones, y claro, a veces es inevitable repetir tema. Eso sí, aunque el tema sea el mismo, el enfoque es distinto, adecuado al momento. Y uno de los temas que puse alguna vez y siempre ha gustado es el de las noches en vela. Y casualmente estos días he tenido algunas, así que sin más rollo, empezamos.

Estos días no están siendo fáciles. Todos los papeleos y trámites que no pude hacer cuando falleció mi madre lo estoy haciendo ahora, que ya me han llegado los papeles necesarios. Y es duro, tedioso y se pasa mal. Somos dos herederas y estamos de acuerdo, y a pesar de eso es una lata y como todo es mediante cita previa, cosas que en una mañana podrían hacerse nosotras tardamos una semana.

Y supongo que por ese estrés me cuesta dormir. El otro día estaba muy desvelada, así que mi marido sugirió que saliéramos a pasear por la playa. Y sin pensarlo me vestí y nos fuimos a dar una vuelta por la playa.

A esas horas no había nadie, y el ambiente olía a noche de verano. No parecía esas noches de verano de mi infancia, cuando salíamos a buscar luciérnagas, pero sí que parecía una noche de verano de épocas felices, con el olor a sal, el aire fresco y la luna brillante.

En la playa decidimos bajar a la arena, descalzarnos y caminar por la orilla. Durante el día el acceso está restringido, "Los serenos", que siempre os llaman la atención, se han pasado al horario de día y regulan el acceso, pero por la noche no hay problema y se puede bajar.

sereno

Aquí vemos al sereno en la playa, vigilando

Así que respirando profundamente paseamos por la orilla del mar, sintiendo el agua fresca en nuestros pies.

Las conversaciones son ligeras, queremos desconectar y hablamos de libros, series y hacemos planes. Cuando era pequeña a mi hermana y a mí nos encantaba planear. Hacíamos planes para excursiones, para las vacaciones, para una comida familiar o para una mañana en el parque. Cualquier excusa era buena. A veces esos planes salían muy bien y éramos inmensamente felices. Y otras veces no salían como habíamos pensado, pero nos quedaban los gratos momentos de la planificación, algún aprendizaje y seguro que muchas cosas buenas.

Así que ahora también hacemos planes. En ese momento los hacía con mi marido, y se cumplan o no, sirvieron para recargar pilas.

Cuando ya recorrimos la playa decidimos subir al paseo del muro, y caminar despacio, saboreando la extraña tranquilidad de una noche de julio.

No queríamos hacer un paseo demasiado largo, así que emprendimos el regreso a casa recorriendo las gastadas callejuelas del centro. Entonces tocaba recordar. Otros años, por esas fechas, pasábamos por ahí camino de algún concierto de rock de los que daba el grupo de mis hijos. O volvíamos en familia de La Semana Negra. O hacía justo un año que habíamos ido al concierto de Juanes. Este año todo es distinto, pero no importa, seguro que vendrán tiempos mejores, y tenemos que aprovechar lo que tenemos. Así que sacudimos la nostalgia para vestirla simplemente de buenos recuerdos, y continuamos con el paseo.

Esta vez no nos cruzamos con ningún sereno, en realidad no nos cruzamos con nadie, solo con un amigo que había salido con el perro, al que saludamos guardando las distancias y con mascarilla.

Enseguida vimos nuestro edificio y decidimos regresar a casa. Ya habíamos despejado y apetecía estar un rato en casa, compartir una bebida y coger fuerzas para el día siguiente.

Pero el sueño se siguió resistiendo. De nada sirvió que rociara la almohada con colonia de la que evoca buenos recuerdos, que leyese un ratito o que intentara dejar la mente en blanco.

Decidí recurrir a esos trucos que me enseñaba mi madre y que en la infancia me resultaban de lo más útil, porque en la infancia todo es nuevo y mágico. Pensé en nombres de chica que empezasen por A: Amada, Amanda, Ángela, Ana, Andrea, Alma, Ariadna, Amaia, Adriana, Antonia, Alejandra, Alicia...

Mejor nos vamos a ciudades españolas que empiecen por letras, por ejemplo la M: Málaga, Madrid, Mataró, Montmeló, Marbella, Marín, Mérida, Mijas, Matalascañas, Murcia, Mazarrón, Muriedas, Mieres...nada, que no se me ocurren.

Así que decido hacer lo que hago otras veces, levantarme a calentar una infusión. Por la noche no la hago en microondas ni con el hervidor de agua porque hace ruido, caliento el agua en un cazo, en la cocina, y así sabe a mis infusiones de infancia. Al igual que ahora tenía manzanilla y menta recogida por mí, que sabe...mmmmmm.

Me preparo una menta y la endulzo con una miel relajante que me ha regalado mi hermana. Y la tomo mirando por la ventana, iluminada solo con la luna. Mi gatita también está desvelada y se enrosca entre mis piernas, así que la infusión, de pronto, se vuelve aún más deliciosa.

Miro los edificios que están enfrente, con la mayoría de las luces apagadas. Y el parque, silencioso y oscuro, solo se escucha el ruido del agua. La calle está muy silenciosa, y por la ventana entreabierta entra en casa el aroma a verano.

Y entonces ocurre lo que me suele pasar en estos casos; el contraste del suelo frío y la casa fresca con la infusión hacen que el sueño se vaya acercando. Y lo hace sigiloso y como con miedo, así que yo vuelvo a la cama con suavidad, para que no se asuste, yo me tapo un poquito para dejarme mecer en sus brazos.

Y aunque me dormí tarde, pude descansar un poco. Y a pesar de que no duermo demasiado sigo madruando, y ya que estoy levantada hoy aprovecho para escribir estas líneas, y espero salir prontito a dar mi paseo, para empezar bien el día. Y luego...luego ya se verá.

Mil gracias a todos por leerme y nos vemos el sábado con el repaso semanal y un especial.

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