Libro Niños en la Oscuridad

   Niños en la oscuridad es una novela donde se narra la historia de un escritor frustrado y alcohólico quien se ve hundido en lo más profundo que puede llegar una persona, la indigencia. Un día se cruza en su vida un niño de la calle quien subsiste junto a otros muchachos en un vertedero de basura y que lo ayudará no solo a sobrevivir en aquel submundo donde los seres humanos son considerados desechos de la sociedad, sino que lo hará despertar de la oscuridad para ver de nuevo la luz al final del sendero.

Aqui comienza la historia.

Un gris intenso coloreaba el cielo de la ciudad. Vagos matices de destellos solares reflejaban entre unas nubes arreboladas. Era el atardecer de un día cualquiera, un momento más en el tiempo.

A lo lejos, desde un rincón en las afueras de la ciudad, desde donde aún eran perceptibles apenas las siluetas descoloridas de los edificios más altos, un hombre y un niño caminaban, cuales espectros taciturnos, por una amplia carretera casi desértica. Miradas insensibles, semblantes casi hieráticos, pareciera como si sus pasos se dirigiesen a ninguna parte. De vez en cuando uno que otro automóvil rozaba el aire cual ráfaga de luz.

Era aquel un hombre de edad madura, quizás cuarenta años; de caminar lento pero preciso; alto y delgado; de piel blanca pero bronceada tal vez por muchos días de sol inclemente. Sus facciones escondían al hombre bien parecido y atractivo que debió haber sido alguna vez, muchos años atrás. Usaba una pequeña barba descuidada y el cabello castaño ondulado le caía hasta los hombros. En su mirada penetrante e inquisidora se reflejaban las fatigas de muchos días de angustias y zozobras. Su vestir era casi de harapos, sucia y descolorida vestimenta cubría su maltratada humanidad. De repente la brisa de un automóvil al pasar le hace tambalearse sobre sus pasos, pero él sigue allí, fiel andante, caminando como la sombra desteñida que es. Nada parecía importarle. 

A su lado, en silencio al igual que él, el niño trata de igualar sus pasos, casi siempre lentos. Tendrá quizás diez años, no más. En sus grandes ojos, de un negro muy brillante, vibraban sus deseos de vivir más y más cada día. En su cuerpo se describían los estragos de la miseria, tal vez su contextura era inferior a la de otros niños de su edad; de piel morena y cabellos negros lisos como sus ojos que le hacían parecer un niño muy simpático. Caminaba al igual que su amigo, sin importarle nada a su alrededor. Eran como dos siluetas quijotescas que se perdían en el horizonte interminable. 

Y continuaron caminando hombre y niño, ensimismados hasta que aquel último quebrantó sus inconscientes monólogos silenciosos.

-¿De verdad no tienes familia? ¿Entonces, Cristóbal estas sólo como yo? ¿Que no tengo papá, ni mamá, ni hermanos? 

Cristóbal, que era el nombre de aquel hombre, se detuvo repentinamente y mirando al niño le dijo sonriendo:

-¡Ah! Angelito.  Tú haces las preguntas y tú mismo las contestas. ¿Entonces qué quieres que te responda?

El niño lo miró con una sonrisa y sin titubeos le preguntó de nuevo:

- ¿Qué si no tienes a nadie?

Esta vez la sonrisa de Cristóbal desapareció súbitamente para dar lugar otra vez al rostro insensible. Tras un corto silencio le respondió reanudando sus pasos:

- Una vez tuve a alguien a quien quería mucho, pero sin saberlo hice algo que no debía y llegó un día en el cual se fue para no volver jamás. ¿Y sabes? Me dolió mucho, muchachito, porque cuando uno quiere a alguien y ese alguien te abandona, se va, tú sientes como si todo lo que antes había y tú veías, ya no fuera más, ya no existiera. Uno ya no ve nada como antes. Duele, duele mucho.

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La gente pasaba junto a ellos, se confundían entre los demás. Eran ahí, solo dos seres más, desconocidos, conocidos, padre e hijo.     

Él lo tomaba de la mano, era su hijo, su orgullo, su vida. Era una nueva fuerza que lo llenaba.    

-¿Papi, pero donde está mami?

-Ya vamos a llegar hijo, ella nos está esperando en el parque.

- ¿Y vamos a ver a los cachorritos?

- Si a los cachorritos, a los monitos y a todos los animales.

Y continuaban caminando. Eran solo ellos dos, nadie más existía. Andaban por una calle solitaria, en medio de tanta gente.

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Angelito que lo había escuchado con mucha atención, por un momento no llegó a  comprender lo que le decían aquellas palabras, pero después comenzó a entenderlo todo. Suspiró profundamente para luego decir: 

- Es como cuando a uno se le muere el papá y la mamá, verdad? Y entonces a uno le da miedo de día y de noche, porque está solo. A veces dan ganas de llorar, pero yo no lloro porque los hombres no lloran ¿verdad Cristóbal?

El hombre sonrió al escuchar las palabras tan precisas de aquel niño, de aquel pequeño hombre.

- Sí Angelito, con el tiempo uno aprende a olvidar el dolor y el miedo y hasta se le olvida como se llora. Por ahí dicen que el tiempo todo lo borra.

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Desde lejos se escuchaba la música alegre de un organillero. El verde del parque poco a poco se iba descubriendo de entre los grises edificios de la calle.     

-¿Esa es la música de parque, verdad papá?

- Sí, esa es la música del organillero.

- ¿La que baila Nico, el mono? ¿Papi, los monos son gentes?

- No, hijo mío, los monos son animales, diferentes a nosotros.

Frente a ellos estaba el parque. Los árboles centenarios, les daban la bienvenida. Más allá de la puerta de entrada, un hombre de aspecto triste, desgarbado, tocaba una música infantil, mientras hacía bailar a un mono, un mono triste, autómata.  

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- ¿Entonces, cuando uno se muere es porque el tiempo lo borra? -. Preguntó Angelito con curiosidad.

- A muchos los borran para siempre y nunca los recuerdan más, a veces estar vivo es como estar muerto. 

Tras estas palabras, ambos volvieron a quedar en silencio, quizás para volver a encontrarse con sus más intrínsecos pensamientos.

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Ahora caminaban por una de las veredas del parque, cubiertas de hojas secas, bordeada por frondosos y viejos árboles. Su hijo tenía cuatro años, que a él le parecían uno por lo rápido que pasa el tiempo. El niño, a su lado trataba de igualarle los pasos, trataba de imitar a su padre.

- ¡Allá está mami con los cachorritos! 

- Sí, allí está, se ve hermosa desde aquí ¿Verdad?

- Sí, ella es bonita y tú también papi. ¿Sabes papi? -. Le dijo el niño a la vez que detenía sus pasos -. Yo los quiero mucho a los dos.

- Y yo también hijo, te quiero mucho, mucho-. Le dijo su padre mientras se inclinaba para abrazarlo.

Ambos echaron a correr, padre e hijo, hombre y niño. Sus pasos los llevaban sobre las hojas secas de la vereda hacia una hermosa mujer que los esperaba sonriente, feliz.

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El silencio fue corto, interrumpido ahora por Cristóbal, quien reanudando el dialogo preguntó:

- ¿Qué les pasó a tus padres?

Esas palabras causaron una cierta impresión en el niño, quien por un momento y sin mirar a Cristóbal le respondería volviendo a su andar: 

- Ellos eran muy buenos pero un día murieron en un accidente, como los papás de Manu, el otro niño que vive conmigo -. Y tratando de esconder una lágrima en una sonrisa, que era más bien una mueca forzada, se quedó en silencio.

Cristóbal comprendió que aquel punto en la conversación lo había cambiado todo. Era un toque en la sensibilidad más profunda del alma. Así que para desviar el camino que llevaban aquellas palabras, una frase casi hecha los volvió otra vez a la realidad:  

- Parece que va a llover, el cielo está oscuro.

El niño dio en ese momento una patada a una lata de refresco vacía que se encontró a su paso y luego dijo, como si estuviera hablando consigo mismo:

- Esas nubes siempre están así, de ese color. Como dice la vieja Juana La Loca, aquí siempre estamos a oscuras.

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Cristóbal y Angelito se habían conocido apenas unas cuantas horas atrás, en la mañana.

Cristóbal quien era una de esas personas en situación de calle con problemas de alcoholismo, o como lo definirían por aquellos lares, un vikingo, se encontraba dormido sobre las destartaladas gradas de un antiguo estadio comunitario ubicado a la orilla de la carretera, justo al lado del bar Las Ninfas, en medio de uno de sus éxtasis etílicos; cuando de pronto, en un brusco movimiento fue a caer al fondo de una zanja que había sido excavada detrás de la vieja tribuna y que en ese momento se encontraba inundada por el agua de una tubería rota. Y por poco hubiese muerto a no ser por Angelito, quien se encontraba cerca del lugar observándolo. Al ver la situación, no vaciló en correr para ayudar al desdichado hombre.

Así nació aquella amistad, entre dos seres que coincidían en algo muy común para ambos, la soledad.   

La casa donde habitaba Angelito junto a su amigo Manu, un niño quizás un poco mayor que él, no era más que un viejo remolque que alguna vez había pertenecido a un circo. Pero, por el contrario, no por destartalado, desusado, debía estar descuidado.

Su pulcritud sobresalía, al igual que lo hacía un extraño palacete de paredes recubiertas de pequeños trozos de vidrios multicolores que estaba a corta distancia de aquél, de entre aquellas moradas miserables que rodeaban todo el lugar, formando así un mísero barrio, cuyo entorno estaba estrechamente compenetrado a la amalgama que era el vertedero de basura de la ciudad. Pedazo de esta tierra estéril por la inmundicia. Donde está todo aquello que nadie quiere. En el cual lucha el hombre contra el hombre por sobrevivir al hambre. En el que se enfrentan niños raquíticos contra las aves de rapiña por algún pedazo de podredumbre. Adonde se les niegan, cuales esclavos, las más elementales necesidades. En donde se les prohíben hasta las más mínimas condiciones humanas.     

El viejo remolque estaba situado sobre una pequeña loma. Pintado de blanco ya descolorido que dejaba ver la cara sonriente, borrosa, de un payaso que alguna vez estuvo plasmado en colores  vivos sobre las paredes metálicas de aquella morada de nómadas circenses. Al frente en un pedazo de tierra oscura, un jardín lleno de flores era el único vestigio de belleza que se podía observar. Muy cerca de este, un frondoso árbol de mango rompía la monotonía del recio paisaje.

De vez en cuando soplaba una fuerte brisa que hacía más desagradable el aire putrefacto del lugar. 

- ¡Manu! -.Gritó Angelito, mientras se acercaba a la casa remolque. 

Sobre una de las ramas del frondoso árbol de mangos, un  muchacho a pasos de la adolescencia, delgado como casi todos los de por allí y de piel blanca, más bien pálida, sonrió al ver al niño, a la vez que bajada de donde había estado sentado, era Manu el amigo de Angelito, quien llevaba en su mano derecha, sobre la cual se observaba un medio sol tatuado de color negro, un pequeño envase de cartón para leche, pero que ahora contenía pega para zapatos. A su lado se encontraba Yuli, una niña de unos doce años, de piel morena y cuerpo voluptuoso en transición de niña a mujer, de larga y ondulada cabellera negra; quien al verlos llegar se lanzó al suelo y echó a correr hacia las casas que se veían más allá del remolque, mientras su corto vestido azul claro le dejaba ver sus hermosas piernas.

- Mira mi pana cuanto encontré hoy, recogí mas latas que tú -. Le decía Manu a su amigo a la vez que se sacaba del bolsillo varios billetes para mostrárselos mientras dibujaba en su boca una sonrisa torpe y lo miraba con ojos vidriosos, como lejano. 

- Yo no encontré mucho hoy, pero ya algo es bastante chamo -.Le contestó Angelito acercándose a él para estrecharle la mano a manera de saludo.

Manu, en medio de su éxtasis, miraba con cierto recelo al acompañante de su amigo. Y es que las experiencias en sus pocos años de vida le habían enseñado a no confiar en nadie, mucho menos en un desconocido.   Toda una contradicción, pues Angelito era el ser más confiado del mundo, para él cualquier persona era su amigo. Y poco faltaría para que tuvieran el remolque invadido de cuanto sujeto conocía. 

Manu continuaba observando a Cristóbal con aquella mirada de desconfianza, de quien lo analiza todo antes de actuar, eso resaltaba a simple vista. Y rascándose su enmarañada cabellera amarilla le preguntó a Angelito:

- ¿Y ese tipo quién es?

- ¡Ah! Manu él es mi amigo Cristóbal, quien va a vivir con nosotros mientras tanto -. Le contestó Angelito con un ademán de quien presenta a otro.

- Hola Manu -. Le dijo Cristóbal extendiéndole la mano como gesto de presentación. -. Espero que seamos buenos amigos.

El niño vaciló por un instante, pero algo en su interior le hizo cambiar de actitud.
 

Podría confiar en este hombre, algo se lo decía por dentro. 

- ¿Que más mi pana Cristóbal? Si eres pana de Angelito también eres mi pana. 

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Diseño y Diagramación: Pascual Castellucci

pecastellucci@gmail.com

Ilustración de portada:

Guillermo Pou / Humberto Campos

Hecho el Depósito de Ley

Depósito Legal: CA2019000065

ISBN: 978-980-18-0532-8

Libro versión digital, junio de 2019

Derechos Reservados – Es propiedad del autor.

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