Me despierta un golpe, demandante, abofetea mi rostro, sangra mi labio, el que mordió la sirena, su mano tiñe de rojo y no se detiene, aprieta los labios y sus ojos brillan, ¿enojo?, ¿lágrimas?, que sé yo, soporto su desquite, es una loca, me incorporo y alejo mi rostro de su palma, me empuja y caigo en la roca, de cara a la espuma del mar, me apoyo en mi rodilla derecha y siento como si un gran alfiler se clavara en ella, emito un quejido, me apoyo en mis manos para levantarme y mi compañera me patea las nalgas con gran fuerza, lánzandome al mar, me hundo en las frías aguas, pataleo e intento bracear, esta vez pesa más el agua salada, me tenso con desesperación, mi manoteo lo percibo como entre lodo, todo el cuerpo me duele, pesado, eso es, me siento tan pesado y me hundo; algo delicado roza mi mano y mi cabeza, ¡la Sirena!, pienso anhelante, con fuerzas insospechadas, me aferro a ese roce y suelto mi cuerpo, no me resisto, que me lleve a donde mi destino, la muerte, al fondo del mar, que termine conmigo, ya.
Solloza, convulsivamente, abrazada a mí, aún enredado en el gran lazo de prendas atadas, tragué agua y no dejo de toser, mi compañera de roca rodea mi cuello y no me permite respirar libremente, no tengo fuerzas para hablar, intento apartarla de mí y mis brazos no me responden, así me quedo, asfixiado por ese abrazo de culpa, nunca fue la Sirena, nunca estará para mí, debo admitirlo, vaga mi pensamiento hacia sus diamantes. Total, respiro.
Todo mal, peor, grita alterada: ¿prefieres a ese animal?, ¿qué te da que yo no tenga?, diciendo esto y más, se arranca la ropa y, desnuda, se golpea sus pechos sin pezones y sus piernas delgadas; en su alegato, yo aún postrado, con la cabeza inclinada entre mis manos, sintiéndome un traidor ruin, mi voz se alzó y le pedí perdón, le pedí perdón por mi debilidad hacia ese ser monstruoso, a ese ser que me debilitaba no sólo el cuerpo, sino todo mi ser, con sinceridad, le agradecí haberme rescatado de las fauces del mar; sediento de la dama, esperaba su perdón, sus brazos tiernos, sus labios ardientes y su cuerpo que no llegaban; aún postrado entre el lazo de prendas húmedas, el silencio me hizo levantar la mirada y el cabello de la Sirena ondeaba, contemplé como se mezclaba con la melena de mi compañera de roca, no me percaté de su llegada, en su danza erótica, la dama buscó mi mirada y la sostuvo por unos instantes, hasta que cerró sus ojos; estaba a punto de llover, el cielo encapotado heló mi corazón, o acaso fue el abrazo amante de esos dos cuerpos desnudos. No me até con las cuerdas, volví mi rostro hacia el mar rebelde, los sonidos de su amor golpeaban como gotas en mi rostro, ¿por que la eligió a ella?, intenté no maldecir, pero, seguí cuestionando débilmente, llueve sobre esos cuerpos enlazados, llueve sobre mi largo soliloquio, hoy, el enojo y la rabia me pertenecen, la traición no es de esa dama o mía, la traición es de la Sirena.