La niña de las trenzas

Érase una vez una niña de trenzas castañas que correteaba entre árboles, riachuelos y animales.
Trepaba a aquélla colina a destapar piedras, buscar insectos y experimentar con ellos, hasta que un silbido sonoro retumbaba entre las montañas y bajaba raudamente al llamado de su madre que mucha paciencia no tenía.
Llegaba a casa y su dulce madre la esperaba con algo de comer, eran tiempos felices.

La niña de las trenzas era dichosa, miraba curiosa cómo se ordeñaban las vacas, se cortaba el pasto y se sembraban las semillas.
Sus juguetes favoritos eran piedras, semillas de eucalipto, y lodo con el que intentaba hacer una vajilla completa.
Otros días reposaba junto al riachuelo, su sitio favorito y conversaba con las hadas, juntas caminaban y se sentaban a la sombra de un frondoso árbol, la niña caía rendida y dormía bajo el cuidado de sus hadas y su árbol.



Su papá la llevaba más lejos, montaña arriba, le enseñó la nieve y las lagunas transparentes, le contaba historias que parecían fantasía y a la vez realidad.
Por las noches la niña contemplaba los rosales en busca de la mujer de blanco protagonista de una de las historias narradas por su padre.
La niña creció y cada vez que regresa a ese lugar mágico vuelve a ser feliz como esa pequeña de trenzas castañas.





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