Jueves reflexivo: verano

Reflexión: verano

Hola a todos y bienvenidos un día más. Después del día festovo de ayer ya estoy aquí, bien tempranito, con un café y compañía gatuna. Hace mucho que no hago esta sección, he estado tan desconectada que no he pensado en el blog, o en temas para los post, la verdad, pero ha sido ponerme delante del teclado y recuperar las ideas y la ilusión por escribir. Así que delante de un café, con muchas ganas, empezamos.

Este paréntesis me ha dejado algo oxidada. Los lectores habituales sabéis que esta sección es improvisada, la hago sobre la marcha. Nació de una forma bastante casual y quiero que siga así, me gusta que las ideas fluyan. Y en medio de mis dudas se me ha ocurrido hablar del verano. Así, en general. O no tan general. De lo que es para mí el verano.

No sé si a todo el mundo le gusta esta estación. A la mayoría de la gente que conozco sí que le gusta, y a esa mayoría le pasa como a mí, ese amor estival le viene de siempre. Imagino que tener veranos felices en la infancia nos predispone a que nos guste de mayores.

Cuando yo era pequeña los veranos eran largos y deliciosos. Eternos y felices. En mi casa nos inventamos algunas tradiciones, cosas bastante tontas en general, que nos llenaban de alegría. Una de ellas era celebrar el primer día de vacaciones escolares con una excursión caminando. Yo vivía en un barrio en concreto, a un lado había una playa, y en otra dirección había prados y monte. Pues el primer día libre de cole nos íbamos mis padres, mi hermana y yo, a primera hora de la tarde, a caminar por el monte. Hacíamos una ruta concreta, elegida por mi hermana y por mí. Cruzábamos prados, paseábamos por senderos que serpenteaban, saltábamos arroyos y cogíamos flores. Todo olía a sol, a mariposas y a San Juanín(aligustre). Y bajo el sol de principios de verano charlábamos, reíamos y mis padres nos contaban cuentos. Y lo mejor era que merendábamos en unos prados con hierba alta, templados por el sol del atardecer.

Un día o dos después celebrábamos la hoguera de San Juan. Era una hoguera enorme, que se ponía en mi calle, en un prado inmenso en el que aún no habían construido nada. Ya he contado más veces que la señora que regentaba un bar que había en mi calle sacaba unas mesas y ofrecía una merienda a todos los niños. Era muy divertido comer tortilla, chorizo o croquetas con refrescos de cola o de naranja. Y el señor del kiosco, que estaba muy cerca, regalaba a cada niño una bolsita con chuches que comíamos con deleite. Luego, en mi caso, venían mis abuelos, mis tíos y unos amigos de mis padres con sus hijos, y junto a los vecinos veíamos la hoguera y jugábamos y bailábamos en la noche más mágica del año. ¡Ya era verano!

Mis veranos eran sencillos, pero llenos de magia. Aunque hacíamos viajes, unas veces muy normalitos y otros buenos, nuestra teoría era que del verano no hacíamos un tiempo de espera, se exprimía cada día, independientemente del viaje que tuviésemos previsto.

Mi padre trabajaba a turnos. Y cuando le tocaba ir al trabajo por la noche hacíamos dos tipos de planes. Uno era ir a la playa a la hora de comer, que es cuando se levantaba, y merendábamos y cenábamos por la zona, en algún prado cercano, o en un merendero, después de bañarnos y disfrutar del mar y del sol. El otro era ir a pasar la tarde a algún merendero o parque de los que había que ir en coche, el que eligiésemos mi hermana y yo.
Entonces regresábamos pronto para que él volviese a trabajar. Mi madre dejaba la cena hecha y aprovechábamos al máximo el timepo que estábamos en la calle. Obviamente, por la mañana, hacíamos algún plan con mi madre, por ejemplo ir a unos prados que nos encantaban, ir a la playa que teníamos cerca o elegir un parque chulo.

Cuando trabajaba por las tardes pasábamos la mañana con él y con mi madre cerca de casa, en algún parque o prado, disfrutando sin prisa de los juegos. Volvíamos pronto porque tenía que comer temprano para ir a trabajar, y luego hacíamos algún plan especial con mi madre. A veces íbamos al centro de la ciudad, que remataba con un helado de Verdú(mi heladería favorita), o al Parque de Isabel la Católica a recoger plumas para clasificarlas, a dar de comer a los patos o jugar en los columpios. Y otras veces íbamos a un parque que estaba a unos 20 minutos de casa, a ver a una amiga de mi madre, que regentaba el kiosco y siempre nos daba chuches. Pero lo mejor es que cuando mi padre volvía de trabajar cenaba rápido y salíamos a pasear. Nos encantaba salir un poco del centro del barrio e ir por zonas de prados y matorrales a buscar luciérnagas. A veces las llevábamos a casa, las dejábamos en la ventana para que las hadas nos encontrasen y al día siguiente volvían a su hogar.

Durante esos paseos nos contaban historias divertidas y guardo recuerdos buenísmos.

Cuando yo tenía unos 8 o 9 años abrieron debajo de mi casa, en una zona de parque que era peatonal, una heladería que se parecía mucho a la Horchatería de Matilde, de Barrio Sésamo. Pues a veces esperábamos a mi padre allí. Quedábamos con sus primas, los maridos y las hijas, y con unas amigas. Y nos sentíamos muy mayores, todas sentadas en una mesa(todas las primas de mi padre tenían niñas, solo hay un chico que nació unos años después), comiendo helados por la noche. Nos lo pasábamos genial, a veces lo hablo con ellas de esto y nos reímos mucho.

Y cuando mi padre trabajaba por las mañanas pasábamos las mañanas, valga la redundancia, en los parques de la zona. En agosto siempre venían las nietas de la vecina de mi abuela, que vivían en México, y algunos días nos íbamos a jugar con ellas a la comba, a la goma o a lo que nos apeteciese. Y por la tarde era la semana de los planes variados:nos íbamos de merendero, al hípico, o a buscar moras.

Los días de descanso de mi padre eran largas jornadas de playa, o rutas de montaña, o excursiones a pueblecitos asturianos. Íbamos también a mi pueblo, claro, y a Covadonga que está al lado. Y alguna excursión a León y Cantabria. Pasábamos mañanas en bicicleta, tardes en la piscina y saboreábamos cenas al aire libre. Además teníamos las tradiciones gijonesas(Feria de Muestras, Día de Asturias, conciertos de Begoña, fuegos artificiales...)

trompeta-de-angel


Pero lo mejor era que los domingos había comida en la finca familiar. Acudían mis padres, mis abuelos, los hermanos de mi abuelo con sus hijos y nietos, las hermanas de mi abuela, mi tío...y por la tarde se unían vecinos de varias edades. En junio y Julio cogíamos cerezas, en agosto moras y en septiembre nueces, higos y avellanas. Era la felicidad máxima, pasar las tardes en el columpio o en el arenero, con los mayores charlando, sentados bajo los manzanos, sin prisa, sin problemas. Luego llegaban las vacaciones de verdad, el viaje, y el verano se despedía.

Cuando volvía al cole tenía mucho de qué hablar con mis compañeros. A algunos los había visto, habíamos hecho alguna excursión con nuestros padres o coincidíamos en la playa o en la piscina. Y a otros no los veía desde junio y teníamos mucho que contarnos.

En la adolescencia me mudé al centro de la ciudad, enfrente de la playa. Pero seguía manteniendo mucho mucho contacto con mi viejo barrio. Por entonces mantuvimos muchas de las excursiones, las salidas por la noche(esta vez junto a la playa o por zonas diferentes de la ciudad, con paradas en alguna terraza) y las comidas en la finca. Pero también empecé a ir con amigos, a disfrutar de la playa en pandilla, a salir de discotecas, a empaparme de cuchicheos con las amigas y complicidad con los chicos. En aquella época podía pasar la mañana con mi familia, haciendo algo divertido, y luego la tarde en la playa, en pandilla. Y subía corriendo a ducharme para volver a salir, siempre había alguna verbena, algún concierto o algún plan. Y llegase a la hora a la que llegase, al día siguiente me levantaba pronto y llena de ganas de hacer cosas. Fue una gran época.

parque


Y claro, cuando ya crecí, tenía una mochila tan repleta de buenos recuerdos que siempre me apetecía que fuera verano. Qué también pasaban cosas menos agradables, claro. La perfección no existe. Pero en verano, por lo general, todo era bueno. Nadie se ponía enfermo, no se estropeaba nada, no había ninguna discusión o disgusto...era la época en que todo fluía.

Con el paso de los años mis veranos han seguido llenos de playa, de excursiones, comidas bajo los manzanos, de risas y de cosas buenas. Hice muchas, muchas excursiones con mis padres, con mis hijos, con mis cuñados y sus hijos, con mi tío, tardes de amigos, viajes...Hemos exprimido a tope los años compartidos con la gente que me importa. Pero la vida cambia. Los seres queridos se van, y aunque seguimos rodeados de gente que nos quiere, no es lo mismo.

En mi caso, tengo claro que no quiero vivir de recuerdos. Me gusta tenerlos, y de vez en cuando, como estoy haciendo ahora, sacarlos, deleitarme, y devolverlos a su sitio. Porque hay que vivir el presente. Que en mi caso está siendo bueno. No es como en aquellos años. Ni como la época en que mis hijos eran pequeños. Pero estamos juntos y sanos. Tenemos una casa para cobijarnos, comemos todos los días y tenemos ilusión. ¿Se puede pedir más? Ahora, cuando estamos en la finca, sigue habiendo risas. No son las mismas personas, la mayoría son caras nuevas, pero los viejos manzanos las han aceptado y siempre es bonito tener un sitio para reconectar.

Este verano he salido a pasear muchas noches. Y he disfrutado. No he visto luciérnagas, pero he encontrado rincones que huelen a flores, las trompetas de los ángeles(siiii, sé que son tóxicas) y los don Diegos invadían algunos lugares, me he sentado en bancos escondidos que pertenecen a parques como el favorito de Anna y Will en Notting Hill, es genial charlar en voz baja. Y he disfrutado de helados en terrazas que no se parecen a la Horchatería de Matilde, pero que son bonitas, con sus mesas y sus sillas de colores. Y aunque no hemos tenido hoguera de San Juan, hemos hecho nuestra tradicional excursión a principios de verano, cunado todo huele a San Juanín, porque hay cosas que nunca mueren.

Dentro de poco el verano nos dirá adiós y vendrá el otoño, una estación tan tan bonita, que estoy deseando saborearla.

Muchas gracias a todos por leerme. Os he soltado un rollo terrible, pero es que no podía parar, he hecho una especie de diario, y en el futuro, si se me olvidan algunos detalles de mi infancia, podré encontrarlos aquí.

Ahora me toca salir a pasear; tener perro es lo que tiene, aunqu econfieso que me encantasalir prontito. Cuando vuelva buscaré un hueco para visitaros y responder los comentarios.

Mil gracias a todos por leerme y nos vemos el sábado en el repaso semanal. Muy feliz jueves.

Fuente: este post proviene de Pequeños trucos para sobrevivir a la crisis , donde puedes consultar el contenido original.
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