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Reflexión; dualidad

Jueves reflexivo: dualidad

Hola a todos y muy bienvenidos un día más. Ya estamos a jueves y toca el post improvisado. Yo ahora mismo estoy escribiendo al aire libre, con una luna inmensa y el nuevo día ya iluminando mis escritos. Tengo muchas ganas de empezar a reflexionar, así que sin más rollo, empezamos.

Hace casi cinco años escribí un post en el que decía que me resultaba imposible elegir entre invierno y verano, y ahora que estoy aquí, me está pasando lo mismo entre el día y la noche.Me gusta el día. Ver amanecer es un regalo de la vida, es un nuevo comienzo que nos inspira, y el cielo azul es siempre un aliciente. Las flores que han estado dormidas se van abriendo al sentir el sol, y pronto, dentro de algunos minutos, las margaritas, los botones de oro y las prímulas empezarán a regalarnos su magia, llenando de vida los verdes prados.



Me gusta estar en lugares tranquilos, como ahora, y escuchar el canto de los pájaros. Hay un petirrojo que se es nuestro amigo, y camina a saltitos a nuestro lado mientras desayunamos, podamos o arreglamos el huerto.



En ocasiones, me siento a leer acompañada del canto del carbonero, y el vuelo de la pareja de ferres (gavilanes) me resulta hipnótico, a veces planean tan cerca que distingo sus preciosas caras. En el abeto han anidado unas pegas (urracas) y me he enganchado a sus discusiones. Además, me encanta salir a pasear a media mañana y pararme a saludar a las ovejas, abrazar a los burros o charlar con las vacas. Adoro acercarme a la fuente y beber agua fresca de manantial, para volver haciendo ramos de flores silvestres.



Cuando estoy en la ciudad me gusta pasear por las calles bulliciosas, que huelen a colonia, a pan recién hecho y a café del rico. A veces disfruto perdiendo mis minutos en tiendas que venden cositas artesanas, o ropa bonita. Y si rematamos tomando una cerveza o una buena sidra en una terraza, ya tengo un día completo.

También me gusta pasear por la nieve o la montaña en pleno día, para empaparme del olor a tierra, a musgo y pino, para ver a las ardillas, a los corzos y a los buitres. En febrero todos estos bichitos han querido saludarme, además de los jabalíes.

Pero no puedo evitarlo, adoro la noche. El atardecer es la más bella de las despedidas, es ese momento que nos reconecta, que nos traslada.



Si estoy en el campo puedo ver a las jinetas, que atraviesan la carretera, y cruzan los prados. Si tengo suerte también veo a los tejones, asustadizos y adorables. Últimamente estoy de suerte y he visto también búhos. Cuando miro al cielo lo descubro cuajado de estrellas, y pienso en mi madre, que distinguía las constelaciones y me las enseñaba. Mis favoritas eran las dos osas y Casiopea. Y me encantaba cuando íbamos a ver planetas, cuando me arme de valor me gustaría ver mis vídeos viendo Venus, en familia.

En verano podemos ver luciérnagas, y escuchar los mil y un ruiditos que nos regala el campo.

Pero si estoy en la ciudad también disfruto de la noche. Los paseos perrunos están llenos de magia. Me gusta caminar por zonas tranquilas, alejadas del centro. En Navidad me dejo envolver por las luces de las calles y de las casas, y por el olor a frío y a cenas. Cuando veo luz en alguna ventana me imagino la vida de esas personas, me encanta inventar historias acerca de los habitantes de esos hogares. En verano el aroma de las flores lo invade todo, en especial los jazmines y los Dondiegos, y me gusta respirar profundamente. A veces también huele a cena, y se escuchan risas y murmullos.



Los murciélagos acompañan muchos de mis paseos, y las conversaciones de la noche me ayudan a relajarme y a dormir mejor.

Ah, y no nos olvidemos de mis charlas con los serenos, que son muy divertidas.



A veces me gustaría ser Edward Cullen para no dormir nunca y disfrutar del día y de la noche (lo sé, Crepúsculo es lo peor pero a mí me enganchó, y ya era bien mayor), para saborear intensamente todo lo que la vida quiera regalarme.

Como por ahora no he encontrado a nadie que quiera vampirizarme me dedicaré a disfrutar de lo que pueda, mientras pueda. Ahora toca disfrutar de un café con mi petirrojo preferido, a media mañana seguramente abrazaré a algún burro y por la noche me dejaré llevar por calles silenciosas, y charlaré mientras el retumbar de nuestros pasos acompaña la conversación.

Y hasta aquí el post de hoy. Muchísimas gracias por leerme y nos vemos la semana que viene.

Muy feliz finde a todos.

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