Hola a todos y bienvenidos un día más. Ya estamos a jueves, es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Demasiado rápido. Por eso hay que aprovecharlo y disfrutar.
Ya estoy aquí con una infusión(me ha regalado mi hermana una de frambuesa y tomillo que está buenísima), pocas ideas y muchas ganas de escribir, así que sin más rollo, empezamos.
Hace mucho que no comparto ningún paseo. No es que no salgamos a pasear, es que muchas veces no hay nada interesante que contar y otras ya ha pasado demasiado tiempo, así que hoy me apetecía contar un paseo rural que he dado para que sea un poco distinto.
Cuando tengo algo de tiempo libre me escapo a la finca familiar, que está cerquita de mi casa, y pasamos ahí la tarde, la mañana o el día. Pero desde bien pequeña me he acostumbrado a dar algún paseo por la zona y no me quedo solo por el prado.
El otro día por la tarde decidimos seguir uno de los caminos que más me gustaba cuando era pequeña, y lo disfruté mucho.
Salimos de la finca y fuimos bordeándola. Era raro observarla desde abajo. En realidad no se ve nada porque hay muro y seto, pero yo sabía más o menos a qué altura estábamos y se hacía raro.
Al poco de pasarla empezamos a ver fincas con cerezos en flor, con manzanos que también en flor y con mucho mucho color.
Esa mañana había llovido y aunque en ese momento hacía sol todo estaba verde y brillante.
A la derecha hay una finca a la que iba yo de pequeña a jugar con una niña, y otras veces venía ella a la nuestra porque tenía arenero. Ahora ella tiene un niño y yo tengo a mis hijos mayores, ¡cómo cambia la vida!
Al pasar por delante hablamos unos momentos, nos mandamos recuerdos a nuestras respectivas familias y seguimos paseando.
Unos metros más adelante vemos a una pareja con un perro, y este viene corriendo a mi encuentro. No sé si por mi gran carisma o porque estaba comiendo algo rico; vale, sé que fue por lo último.
Tras compartir mi merienda con el bichito y cruzar unos saludos con los dueños continuamos el camino.
Íbamos por una carretera asfaltada pero apenas pasaban coches, y los pocos que había eran de la gente de la zona.
Caminábamos en silencio para deleitarnos con los pájaros, los mujidos de las vacas, el ruido de nuestros pasos y el olor a naturaleza y vida que nos rodeaba.
Un poco más adelante vi una casita pequeña y delante había una mesa con muchas personas alrededor. Estaban los abuelos, algunas parejas jóvenes y varios niños, y me acirdé de mi infancia.
Algunos domingos nos juntábamos allí unos cuantos: mis abuelos, mis padres, mi tío, la hermana de mi abuela y su marido, la hermana de mi abuelo y su marido, mi hemana y yo y de tarde venía la hija d ela hermana de mi abuelo con su marido y su hija y la vecina con su marido, además de la niña que os contaba antes.
Aquellos tiempos eran de felicidad absoluta, al igual que ahora, pero de aquellos años solo quedamos mi madre, mi herman y yo y la hija de la hermana de mi abuelo con su hija. El resto ya se han ido.
Sacudo enseguida los pensamientos tristes y mi marido me dice que recuerde la cantidad de años buenos que pasamos, y los que vinieron luego, ya con mis hijos y con él. Y es que aunque a veces la vida es muy dura e imperfecta siempre podemos encontrar un hueco para lo bueno.
Volviendo a mi camino veo un gato y no puedo evitar mirarlo un buen rato entusiasmada. Es tan bonito, y tan gordote. Los gatos de la zona son todos enormes y preciosos, qué pena que los míos no sean sociables y no hagan amigpos.
Caminando poco a poco llegamos a una bifurcación y emepzamos a dudar. ¿Vamos al lavadero, que tras la lluvia está precioso, con sus muros grises, su hiedra y el rumor del agua?¿O mejor al río, ese en el que me bañaba de pequeña aunque solo me cubría por los tobillos?
Al final decidimos ir hasta el río para lanzar unas piedras y relajarnos. Al verlo me digo que esta vez me llegaría hasta un poco más arriba, sin duda la lluvia ha hecho muy bien su labor.
Tras lanzar piedras y coger unas flores por la zona de alrededor seguimos nuestro camino.
Es la hora de la vuelta a casa de las vacas y las ovejas. Alguna vez he compartido las fotos de ellas cuando regresan porque son muy bonitas. Coincidimos en una zona estrecha y nos apartamos para que puedan pasar sin problemas. Las ovejas van brincando pero las vacas son más remolonas y van comiendo aquí y allá, lentas, siempre lentas.
Y unos metros por detrás su dueño va en el coche. Cuando pasa a nuestro lado envía recuerdos a mi familia y continúa su camino.
Durante años el momento de retirada de las vacas significaba que había que empezar con las cenas. Ahora todo ha cambiado y yo había terminado de merendar así que cenaremos un poco más tarde.
La carretera ya empieza a dejar de serlo y decidimos coger un camino que va a dar al lavadero.
Pasamos junto a muchas casas que ya empiezan a preparar la cena. Todo huele a humo, a hogar y a comida rica. Además de los pájaros ya empezamos a oír el rumor del entrechocar de los platos, de batir huevos con un tenedor y ese sonido mágico que hace el aceite bueno al freír.
A pesar de tener la merienda casi encima me muero de hambre, ainnnns cuántas tentaciones a mi alrededor.
Y pensando en prepararme algún picoteo nos detenemos unos momentos en el lavadero. Está muy lleno de agua y la fuente cantarina escupe líquido con una fuerza increíble. La hiedra y el muro gris brillan por la lluvia caída, es todo una estampa preciosa.
Y caminando despacio volvemos a la finca. Nada más llegar saco un par de sillas y miro a ver qué tenemos. No hay gran cosa, unas aceitunas rellenas de piientos y patatitas sabor ajo y perejil. Pues nada, lo vierto todo en los platos de plástico(no me apetece sacar los de loza y tener que fregar antes de ir a casa) y un par de cervezas y convertimos un picoteo de lo más pobre en un momento inolvidable, hablando de lo divino y de lo humano, de lo bueno y de lo bueno. Si, no me confundo, en momentos así no cabe hablar de lo malo.
Y vemos atardecer con toda la ciudad al fondo, con el mar lleno de retales rojos y el cielo mezclando azules y naranjas. Y cuando la luna empieza a asomar emprendemos el regreso a casa.
Sé que no ha sido nada del otro mundo pero esos momentos así son los mejores, los que no necesitan nada.
El otro día celebramos el cumple de mi hijo. Ellos hacen algo con sus amigos pero el día exacto hacemos un picoteo en casa. Pues nos pasó de todo, entre otras cosas que perdimos el mando de la tele. Y mi tele no se puede apagar sin el mando. Yo tenía la tele muy alta porque unos momentos antes puse la emisora regional porque iba a salir mi hijo. Pues decidimos comer igual con la tele, y lo curioso es qu eal final ni la oíamos. Fue una cena muy normal pero lo que nos reímos...tengo dos minivídeos con los ataques de risa, estaba intentando grabar y no podía. Y al verlos ahora, con la tele de fondo penso qu eparecemos una familia de locos, pero eso es lo que mola.
Y cuando veo los víeos normales, los que grabé de recuerdo, veo personas felices.
Ahhhhh, el mando estaba en la nevera. Prefiero no pensar mucho en ello.
Os dejo los minivídeos que son chorrada chorrada, pero bueno, ya que salieron así.
Bueno, no quiero enrollarme más así que me despido. Mil gracias por leerme y nos vemos el sábado con el resumen semanal y un especial, seguramente haré la segunda parte del especial turismo.