Hola a todos y bienvenidos una semana más. ¿Qué tal ha ido el finde? Yo estoy contenta, ha sido de reuniones familiares y de encuentros, desde el viernes hasta hoy, y el jueves retomaremos las comidas en familia.
Hoy vengo con uno de mis relatos. Ya sabéis que me da muchísima vergüenza compartirlos y lo paso fatal, pero de vez en cuando me animo, así que ya que me ha entrado el valor aprovecho.
Siempre pongo los que me han premiado hace mucho y ya no hay problemas con los derechos o los que no me han premiado o no he enviado ni tengo pensado enviar, porque ya sabéis que en muchos concursos los piden inéditos y si ven que están en un blog pueden descalificarme.
Y sin más rollo empezamos.
Este relato en concreto lo escribí hace tiempo para un concurso de relatos de miedo con una longitud concreta, creo que eran 5 páginas a doble espacio aunque al ponerlo aquí el formato me ha cambiado un poco. Es un relato que no resultó premiado(pasó algunas cribas pero no es premiado) y no creo que me atreva a enviarlo a ningún sitio así que puedo compartirlo. Y allá voy.
*Os advierto que es muy larguito, quizás os apetezca leerlo en varias veces.
RAÍCES
Marga sonríe mientras abre todos los maravillosos regalos de boda que invaden la habitación de casa de sus padres. Le han regalado muchas cosas, demasiadas, hay paquetes de todos los tamaños y formas, eso sí, todos envueltos en papeles brillantes, con grandes y lazos y acompañados de tarjetas en las que les reiteran una y otra vez los mejores deseos a los novios.
Poco a poco va colocando los regalos abiertos en otra habitación para poder ver los que aún quedan por abrir. Y entre un enorme paquete, que claramente era el jarrón que quería con los animales de Poe; con el gato negro, el cuervo, el escarabajo y el mono, y otro que parecía una bandeja, lo vio. Allí, en una maceta blanca y dorada estaba un árbol realmente bonito que no sabría identificar.
No era un abeto, ni una sequoia, ni tampoco parecía un árbol frutal, era extraño pero hermoso y llevaba un gran lazo entrelazado en las ramas y una tarjeta que decía; “Os deseo toda la felicidad, espero que pronto puedas escribir tu libro y tener un hijo, por ahora puedes empezar plantando un árbol. Con todo mi cariño R.”
Marga se sorprende ante el regalo, es de lo más original e inesperado, y sonriendo, piensa que es el más acertado hasta ahora. Le gusta todo lo recibido, pero ya está un poco cansada de cafeteras de cápsula y licuadoras maravillosas, quiere algo que perdure, y ese árbol será el que indique el principio de su nueva vida.
Y llevando la maceta a la otra habitación para trasladarla a su nueva casa y plantarla lo antes posible, piensa en el autor o autora del regalo. ¿Quién es R? Sabe que no es ni su hermana Rosa ni su prima Raquel, porque ellas le han dado otros regalos que ya ha guardado, y ambas firman con su nombre. Sus amigos Roberto y Rubén tampoco son porque le han regalado un fin de semana en un Spa y su amiga Rebecca le ha regalado el velo que llevará, que perteneció a su abuela. Y todos han firmado los regalos.
No sabe qué pensar, seguramente lo envía alguien de parte del novio, Alejandro. En su familia no conoce a nadie cuyo nombre empiece por R, y entre sus amigos están Ramón y Raúl, que también le han dado su regalo, pero quizás tenga algún conocido, un compañero de trabajo o alguien a quien no recuerda.
Echando un vistazo a la habitación y viendo todo lo que falta por abrir, sacude las dudas de la cabeza y sigue con su labor.
Por fin llega el día tan esperado y la boda es perfecta, al igual que la luna de miel, nada falla y todo pasa en un suspiro.
En cuanto vuelven del viaje se instalan en su nueva casa, una cabañita de madera a la orilla de un lago, el sueño de toda su vida.
Alejandro empieza a trabajar de nuevo justo al día siguiente, pero Marga aún tiene unos días de vacaciones así que se dedica a colocar por la casa los regalos de boda con toda su ilusión.
Pronto la cafetera, el exprimidor, la bandeja y los mil y un cachivaches empiezan a atiborrar la casita, en realidad la atiborran demasiado, a Marga le producen cierta angustia, parece que todos esos objetos inanimados la observan desde la penumbra.
En silencio, mete bastantes cosas en el armario y solo deja fuera el jarrón con los animales de Poe y la cafetera, lo demás lo sacará cuando lo necesite.
Con la sensación del deber cumplido se sienta a tomar un café, y entonces ve el árbol que le había regalado el invitado misterioso.
Está ahí, en una esquina, medio seco y con el lazo que se entrelaza en las ramas, lo que le da un aspecto tétrico y deprimente. Marga se siente mal, se ha olvidado completamente del árbol y no lo ha cuidado en todos esos días. Suspirando, deja el café, coge la planta y la lleva al fregadero para regarla. En cuanto el agua entra en contacto con la tierra el árbol parece revivir, la chica le arranca el ridículo lazo de las ramas y ya no se ve tan tétrico.
Animada, sale a buscar el sitio perfecto para plantarlo, y tras pensarlo decide ponerlo a la izquierda del porche, así cuando crezca les regalará una bonita sombra.
Los días van pasando, Marga se reincorpora al trabajo y disfrutan de la casita los fines de semana; los saborean bañándose en el lago, tomando el sol en el embarcadero y comiendo en el porche.
Algunos meses después las cosas cambian, Marga descubre que está embarazada. Es una gran noticia, desde niña ha querido ser madre, y ha tenido la suerte de conseguirlo rápido. Se siente tan feliz que hasta su trabajo le parece divertido.
Otro de sus sueños infantiles era ser azafata, pero tras mucho estudiar ha acabado en el aeropuerto, sí, pero encargándose de las reservas, cambiando billetes e informando de los posibles overbooking, en eso consiste su trabajo, en ver caras de enfado y escuchar quejas durante todo el día, algo que odia.
Pero eso va a cambiar, va a ser madre y ya nada le parece tan malo.
Uno de esos días, a la hora de la comida, nota que el arbolito ha crecido mucho, quizás cuando nazca el bebé ya podría regalarles una buena sombra. La verdad es que le parece un poco extraño, pues aunque no entiende de botánica sabe que el crecimiento de los árboles es lento, pero seguro que hay una explicación, quizás este pertenece a una raza diferente, tal vez es de crecimiento rápido.
El tiempo pasa y uno de esos días el bebé nace. Todo sucede muy rápido, los primeros dolores llegan dos semanas antes de la fecha que le había dicho la doctora, Marga está sola en casa y no puede coger el coche para ir al hospital. Desesperada, llama a una ambulancia, pero ésta no llega a tiempo y la criatura nace en el porche, justo al lado del árbol. Es un niño y ella quiere llamarlo Manuel, como su abuelo.
Cuando llega la ambulancia ya ha acabado todo así que los traslada al hospital, y ella les dice que el niño se llama Manuel, y en el hospital, al rellenar el impreso del ingreso repite el nombre.
Unos días después se va para casa con su marido y su hijo, dispuesta a disfrutar de la vida. Al recoger los papeles del alta, sorprendida, lee que han inscrito al niño como Rodrigo. Ella les explica que es un error, está segura de que lo ha llamado Manuel, y la enfermera de mostrador, una mujer seria y con cara de pocos amigos le enseña el formulario de ingreso y el de la ambulancia; en ambos ha llamado al niño Rodrigo. Marga, desesperada, pregunta si puede cambiarle el nombre. La enfermera dice que debe ir al Registro Civil a informarse, ellos solo han enviado los papeles que ella firmó.
Al entrar en casa, y después de pasarse el viaje preguntándose cómo es posible, pues está totalmente segura de que ella había puesto Manuel en todos los impresos, dejan al bebé en la cuna que con tanto esmero ha preparado, con su nombre bordado y muchas puntillas. Ahora tendrá que volver a bordar, o cambiar el nombre al niño, no quiere que su hijo duerma en unas sábanas que llevan otro nombre, le da muy mala espina.
Mientras el bebé duerme ellos toman un zumo en el porche y comentan lo mucho que ha crecido el árbol y lo bien que les vendrá para dormir al niño durante el verano.
Cuando ya llevan un tiempo relajados sienten llorar al bebé, seguramente es la hora de comer. Marga se acerca tarareando y con muchas ganas de cogerlo. Con cuidado aparta las mantitas y lo coge. Al mirar hacia el hueco que acaba de quedar en su cuna descubre horrorizada que en la almohada, en el lugar donde antes ponía Manuel, con una letra de lo más primorosa, ahora hay una R. Chillando se acerca a su marido, que se ha levantado y ya va a su encuentro.
─¿Has cambiado tú las sábanas del niño? ¿Las has mandado bordar?¿Es cosa tuya lo del nombre? ─Chilla ella desesperada─ Querías llamarlo Rodrigo y no te atreviste a decirlo, y por eso me estás haciendo esto.
─Cálmate ─ pide Alejandro realmente asustado─ y dime lo que ha pasado. Yo no he cambiado nada y no quiero llamar al niño de ninguna manera, sabes que estaba de acuerdo contigo.
─Pues entonces dime que ha pasado, ¿ha entrado alguien en casa?¿Te ha regalado alguien más sábanas? ─Pregunta ella con la voz realmente aguda y llena de miedo.
─No sé lo que ha pasado. ─Yo no he hecho nada y no me han regalado nada. Tranquilízate y da de comer al niño que iré a cambiar las sábanas ─. Sentencia él.
Realmente asustado, Alejandro va a la cuna, arranca las sábanas y la funda de la almohada con la odiosa R y abre el armario para coger otro juego de sábanas.
Al abrir la puerta observa con cariño todas la ropa de cuna primorosamente colocada en el estante, y coge el juego de sábanas de arriba. Cuando va a ponerlo ve que también hay una R bordada en la funda de almohada, y asustado lo tira y coge otro juego, que también tiene una R. Desesperado coge todos los juegos de sábanas del armario, y todos, sin excepción, tienen una R bordada.
Muerto de miedo abre el cajón de la ropita del niño, y en todos los baberos, camisetitas y gorritos que su mujer había bordado Manuel, encuentra la maldita R, una letra que le da miedo, mucho miedo.
Cuando sale de la habitación y ve a Marga con el bebé en brazos no sabe qué pensar, quizás se está volviendo loca y ha bordado esas R, por mucho que ella crea que no. O tal vez quiere volverle loco a él para arrebatarle a su hijo, ya que su deseo de ser madre se estaba convirtiendo en una obsesión. No sabe que pasa y tendrá que ir con cuidado así que respira hondo, pone su mejor pose y sonriendo se acerca a ella y con calma le pide que no se preocupe porque todo se arreglará, y la mujer, más tranquila y también agotada, lo deja estar.
Los días siguientes pasan entre tomas, baños y sueños a medias, así que Marga y Alejandro se olvidan momentáneamente del asunto de las sábanas. Ambos han decidido llamar al niño Rodrigo, el nombre les gusta y no quieren pasarse las horas muertas con trámites burocráticos.
La primavera se acerca y el árbol del porche ha crecido mucho, tanto que ya tienen que agacharse para pasar a su lado, porque no solo crece a lo alto, también a lo ancho, y la caída de las frondosas ramas empieza a ocupar una buena parte del porche.
Rodrigo es un niño bueno, pero solo quiere estar en casa; en cuanto se acercan al porche se pone a llorar con todas sus fuerzas y lleno de angustia, así que han optado por hacer vida dentro de casa hasta que crezca un poco y se enamore del lugar, como lo hicieron ellos.
Una de esas tardes, mientras toman café en el porche, o más bien en el minúsculo rincón que les queda libre, ven que se ha levantado una esquina del suelo.
Al principio piensan que han comprado madera de mala calidad que no ha resistido la intemperie, pero al ir a comprobar se dan cuenta de que es un trozo de la raíz del árbol, que ha empezado a expandirse y ha llegado hasta allí. Y como quien no quiere la cosa empiezan a hablar del origen del árbol.
Alejandro cree que se lo ha regalado alguien de la familia de Marga, cosa que ella niega, diciendo que lo ha llevado algún invitado de parte de él. El hombre está seguro de que nadie de su familia le haría un regalo así sin entregárselo personalmente, y de esa conversación no sacan nada en claro.
Esa noche Marga saca la lista de los invitados de boda, que guarda en su álbum como recuerdo, y los repasa uno por uno. Todos cuyos nombres empiezan por R son personas muy cercanas, y saben perfectamente qué regalo les han hecho. Solo se le ocurre que la R sea el apellido, y al revisar sabe lo que le han regalado todos excepto dos, que es incapaz de recordar.
A la mañana siguiente llama a los dos cuyos regalos no recuerda, con la excusa de agradecer el regalo y su presencia en la boda, y de ambas conversaciones puede deducir que ninguno de ellos le ha regalado un árbol, en realidad nadie de aquella lista lo ha hecho. Muy asustada pregunta a sus padres quien había llevado allí aquel árbol, pero ellos no lo saben, lo había entregado un mensajero. Y al llamar a la empresa de repartos solo pueden decirle que el encargo se había pagado con una transferencia que no aportaba datos, solo el nombre de una empresa que no existe, y no habían visto a nadie pues habían ido a recoger el árbol a un apartado de correos y habían hecho la entrega siguiendo las instrucciones que habían dejado enganchadas al árbol. Nadie sabe nada, es un misterio.
Al llegar a casa ese día Marga observa que el suelo de la cocina está empezando a levantarse. Asustada comprueba que es la raíz del árbol, que pugna por salir sin importarle todo lo que pueda llevarse por delante.
Cuando llega su marido deciden cortar el árbol, todo ha empezado con él y necesitan arrancarlo de sus vidas para siempre.
Alejandro golpea con el hacha y con todas sus fuerzas en el grueso tronco, pero apenas logra hacer un rasguño. Desesperado golpea una y otra vez sin que el hacha penetre en el tronco, esa corteza es dura como el pedernal. Después de más de una hora de dura lucha, sudando y desesperado, va al garaje a por la motosierra, hay que cortar por lo sano.
Cuando vuelve cargado con la herramienta comprueba, perplejo, que el árbol, en los minutos en los que él ha estado en el garaje ha crecido aún más y las ramas invaden ya todo el porche. Hecho una furia intenta cortar alguna rama, ya que no puede acceder al tronco, y lo único que consigue es hacer un rasguño del que brota un gran chorro de sangre que le empapa de arriba a abajo.
Asustado y lleno de sangre entra en casa, necesita reunirse con su mujer para buscar una solución.
Nada más verla sabe que algo ha pasado, su cara es el vivo retrato del terror. Sin mediar palabra ella le tiende un papel que está leyendo.
Señora Marga;
Sé que usted no me recuerda, seguramente soy un número más de su larga lista de números. Claro, en su mundo feliz no importa que una madre le ruegue y suplique que cambie el vuelo de su hijo porque tiene que llegar antes, pues su abuelo está agonizando. Supongo que no importa que le pida por favor que haga una excepción, da igual que le implore que usted ni siquiera revisa, no comprueba si hay plazas libres, dice que es demasiado tarde, que los cambios se hacen con una antelación de 24 horas, como si uno pudiera elegir cuando se muere, y sin ninguna compasión me ignora y le pide al siguiente cliente que pase. Pues sepa que mi hijo no solo no llegó a despedirse de su abuelo, no solo se perdió el último aliento de aquel que lo quiso como un padre, también perdió su vida en ese odioso accidente. Mi hijo iba en ese avión que se estrelló nada más arrancar, él, mi niño de manos regordetas con hoyuelos, la luz de mis ojos que empezaba una vida y un futuro, murió porque una mujer egoísta no quiso revisar la lista de pasajeros para cambiar su vuelo.
Pero yo no la ha olvidado, ni él tampoco, ha de saber, querida señora, que vive con usted, parte de sus cenizas reposan en la tierra del árbol que le enviamos como regalo de boda, mi Rodrigo está ahí, vigilante, y hará que pague por lo que hizo, así aprenderá a escuchar a una madre. Fdo; Reyes.
El color ha huido de la cara de Alejandro. Sin saber qué decir se abraza a Marga, y ambos aprietan al bebé mientras sienten como se levanta el suelo de toda la casa, asomando unas raíces gigantescas por cada hueco, y ven también que el techo está empezando a hundirse.
Rápidamente van a la puerta e intentan abrirla, pero las ramas se han enredado en ella y es imposible. Apenas queda espacio entre el suelo y el techo, y tienen que agacharse. El porche está destrozado y el paseo del embarcadero ha desaparecido. El agua del lago empieza a entrar en la casa, y allí agachados, y sabiendo que todo se acaba, Marga ve por la ventana a una mujer de gafas y cabellos grises sentada en una de las ramas del árbol. En la mano tiene algo que parece una urna funeraria.
Entonces, al ver su cara, la recuerda; es la mujer que insistía en cambiar el vuelo de su hijo, un vuelo que acabó en tragedia.
Mientras el agua invade la casa la mujer, sentada en la rama y balanceando las piernas como si estuviese en un columpio, saluda con la mano y sonríe, aunque Marga ya no puede verla.
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Bueno, pues hasta aquí el relato, espero que no os haya resultado muy pesado. Por supuesto, como siempre digo, me encantará leer todas las opiniones y críticas constructivas que me gusta aprender y mejorar.
Muchísimas gracias por leerme y comentar y nos vemos el miércoles.
Y vosotros; ¿recibisteis algún regalo de boda o cumpleaños de origen desconocido?¿Os gustan los relatos de miedo?
¡¡¡¡¡Hasta el miércoles!!!!