Una película muy recomendable.
Holaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!
Un jueves más me he levantado tempranito y en el silencio y la penumbra, con mi café bien calentito y mi gato en el regazo me dispongo a dejar mi mente libre, expandiéndose sobre el teclado.
Antes de empezar quería dar las gracias por los comentarios que me dejáis siempre, y por leer mis artículos en la revista digital de la que ayer os dejé el enlace, sois maravillosos y me hace muy feliz saber que a alguien le gusta lo que escribo y que con mis ideas puedo ayudar aunque sea un poquito.
Hoy no sabía muy bien de que escribir, así que supongo que empezaré a divagar, y aunque tal vez no alcance ninguna conclusión interesante, seguro que empiezo el día llena de energía y positivismo.
Empiezo diciendo que el viernes vi Magia a luz de la luna, la última peli de Woody Allen y no os voy a mentir, mi principal reclamo era el prota, sabéis que Colin Firth me encanta, por él no he hecho muchas locuras como las que os contaba el martes, pero me gusta mucho mucho mucho.
Además la peli transcurre en el sur de Francia, concretamente en La Provenza, una zona que me encanta y que trae buenísimos recuerdos, así que no dudé.
No os quiero desvelar nada de la película pero a mí me gustó mucho, los paisajes son maravillosos, la música es genial y el vestuario llena la imaginación de tonos pastel. De Colin ya ni os digo...magistral.
Pero es que la película me hizo pensar, estuve dándole vueltas porque lo que parece una simple película romántica está llena de preguntas existenciales.
En un momento dado la protagonista dice más o menos(no he podido encontrar la frase exacta) que todos necesitamos mentiras en nuestra vida.
¿Es cierto? Yo soy antimentira totalmente y desde ese día me replanteo mucho esta cuestión.
Siempre he tenido miedo de la mentira, y nunca me lo había planteado seriamente hasta ahora ni lo había dicho en voz alta, es algo que está ahí y punto.
Sí que es cierto que a veces oculto cosas, este blog solo lo conocen mis hijos, padres y marido, pero porque no quiero que mis cuñadas o amigas sepan lo que me gasté en ciertos regalos, y en el fondo eso me pasa por contar la verdad, pero si lo descubren(que con los datos que doy no es difícil) diré que soy yo y punto.
Todo lo que digo en el blog es verdad. No me gustan las exageraciones, os cuento lo que hago alguna vez y suelo evitar lo triste, pero no para dar una sensación de irrealidad ni para que parezca que mi vida es maravillosa, ni mucho menos, de hecho he contado mil veces que lo abrí porque pasamos una racha larga e interminable muy mala, y ahí si que mentí un poco, pero no en el blog ni por vergüenza sino porque mis suegros padecen del corazón y preferí decirles las cosas de forma paulatina cuando ya estaban más o menos encarriladas, pero es que el médico siempre insiste en que evitemos los disgustos y ahí ya era un tema complicado.
Bueno, que me pierdo, jeje, decía que no cuento algunas cosas tristes, que afortunadamente no son demasiadas, porque busco alegrar a quien me lee, ya hay bastantes tristezas, pero sin mentir, y cuando he tenido problemas de salud familiares también lo he comentado.
Pero mi forma de ver la mentira se la debo fundamentalmente a alguien que tampoco era partidario de ella, que jamás me mintió, ni a mí ni a nadie, y es algo que tengo muy arraigado.
Supongo que alguna mentira decimos todos, y yo quiero acostumbrarme a decir alguna más si es necesario, pero admito que me cuesta.
Como la reflexión de hoy no quiere avanzar porque me he dejado llevar por los recuerdos y ya casi está amaneciendo, se me ha ocurrido rescatar una carta que escribí hace tiempo a la persona que nunca me mintió, una carta que escribí cuando me sentía muy triste, pero a pesar de la tristeza espero que os guste. La dejo para que la lea el que quiera, no es obligatorio como en el cole, jeje, aunque está llenísima de cariño y me gustará saber qué opináis. COLORES DE OTOÑO
No sé por qué, escribirte hoy esta carta me resulta más difícil que nunca y ni siquiera sé cómo voy a empezar. Supongo que es más fácil decir hola que adiós, y me imagino que también es más fácil esconder en el fondo de nuestro corazón lo que sentimos, es mejor parapetar los sentimientos que dejarlos volar como una cometa en medio de un cielo azul, sin nubes y brillante, un cielo como los que tú me enseñaste, lleno de luz.
Pero hoy tenía que decirte lo que siento. A pesar de lo mucho que duele recordar, a pesar del frío que sobrecoge mi alma al comprender que te has ido y me has dejado sola con mi dolor, quiero contarte todas esas cosas que nunca fui capaz de explicar.
En estos momentos estoy sentada en el mismo escritorio donde tú me veías estudiar, y el sol de otoño lanza preciosos destellos sobre las palabras que voy escribiendo, y sin quererlo yo, me alejo de la carta y empiezo a divagar. No puedo evitarlo, empiezo a viajar en el tiempo y me veo contigo, en una tarde de otoño, en una de esas tardes en que íbamos al monte a empaparnos del aroma a musgo y cogíamos setas y castañas. Los caminos estaban cubiertos de hojas que a mí me gustaba lanzar al aire una y otra vez. El viento soplaba suave, susurrante y en algunos momentos parecía que los árboles querían hablarnos, esos árboles que bordeaban el sendero y llenaban mi mundo de color. Algunos estaban desnudos, desprotegidos y sin ninguna hoja que quisiera guarecerlos del viento, otros en cambio tenían hojas amarillas colgando de sus retorcidas ramas, y algunos otros recorrían todas las tonalidades del ocre y del rojo. Y aquí, en esta solitaria tarde de otoño, me encuentro sola y taciturna buscando esos colores que no he vuelto a encontrar.
Tú siempre me entendiste, desde el primer día. No importaba lo que otros pensaran, tú me querías tanto que no podías enfadarte conmigo, no podías ver nada malo en mí. Nunca importo la diferencia de edad para que pudiéramos entendernos. Yo creo que en realidad ese fue el secreto, esa fue la razón de que nuestros corazones se entendiesen a la perfección. Yo era joven, impulsiva y ansiosa por comerme el mundo y tú me serenabas, y me hacías ver la vida con otros ojos. Eras mi pequeño remanso de paz.
Ahora que por fin he reunido el valor para escribir esta carta, no sé porqué no encuentro las palabras que tanto tiempo he estado guardando. En estos momentos estoy buscando intensamente en mi corazón y solo aparecen recuerdos, únicamente recuerdos y más recuerdos.
Mi mente viaja constantemente en el tiempo, y esta vez he dejado atrás las veredas pardas y rojizas del otoño para recordar los largos y cálidos días de verano. Recuerdo como me gustaba salir los sábados por la mañana a pasear. En los primeros días de junio, cuando la primavera aún no nos había abandonado, te esperaba impaciente con mi vestidito veraniego, ansiaba oír el timbre para salir al sol y al aire, y en cuanto ponía un pie en la calle empezábamos a charlar de mil y un cosas, como si hiciera mil años que no nos veíamos.
Unas veces caminábamos a la orilla del mar, cruzábamos lentamente el puerto mientras nos envolvía esa amalgama de olores que aún perdura, una mezcla de brea, grasa, cuerda y sal. El aire allí era tan denso que me daba la mágica sensación de que podía capturarlo, y me imaginaba que lo cogía y lo guardaba en una cajita de cristal. Y mientras yo intentaba acariciar el aire tú me hablabas de tu trabajo allí en otros tiempos, me contabas mil historias de "tus años mozos" como llamabas a tu juventud.
Y otras veces nos íbamos a esa colina que ya no existe, esa que hoy es una urbanización llena de preciosos chalets pero que entonces era una colina -con una suave inclinación y llena de prados de hierba alta que estaban salpicados de blanco y amarillo, de margaritas y dientes de león. Y cuando, cansados de caminar nos sentábamos junto a un matorral yo me sumía en un duermevela bajo el sol, aspirando profundamente el olor a "San Juanín", esa florecilla blanca que huele a verano, y que en realidad se llama aligustre, o al menos eso decía el diccionario cuando lo busqué para saber el verdadero nombre y poder decirte esa palabra larga y complicada. Y siempre volvía a casa con un ramo de flores, todas me gustaban, las campanitas de los matorrales, las amapolas, tan escasas, y cualquier flor que saliese al camino a saludarme. saludarme.
Espero que me perdones por salpicar con mis lágrimas esta carta, pero no puedo evitarlo. No me gusta llorar, tú siempre fuiste más sentimental que yo y no te importaba llorar si tu corazón así lo sentía, pero yo soy de otra forma y sin embargo no puedo contener mis lágrimas. No puedo pensar que nunca más volveré a verte, que jamás volveré a oír tu voz y que nunca volveré a oler el aroma de esa colonia que siempre te acompañó. No puedo aceptar que no volverás a escucharme y darme alguno de tus sabios consejos, y me cuesta imaginar mi vida sin contarte todo lo que voy a hacer. Todos me dicen que debo entenderlo, es ley de vida. Algunos incluso se atreven a decirme que es natural, tú así lo habrías querido, no podía irme yo antes. Pero eso no mitiga mi pena. Supongo que casi todos los nietos deben decir adiós a sus abuelos, pero creo que yo aún no estaba preparada para ello. Y aquí, bajo los tenues rayos del sol de otoño me despido, sin haber encontrado las palabras que te digan lo mucho que te añoraré y que jamás podré olvidarte. Con todo el cariño del mundo; Tu nieta.
Bueno, pues esta es la carta que escribí hace un montón a mi abuelo, la he copiado y pegado sin releerla porque lo paso mal, la verdad, pero me apetecía compartirla, seguro que muchos os sentís así al recordar algún ser querido.
Mil gracias por leerme y comentarme, y si os apetece ver una película de amor con un enfoque diferente y con el mejor actor del mundo, ya sabéis. Un besín y nos vemos mañana para terminar la semana. Os recuerdo que podéis contactarme en privado si queréis, con el formulario de contacto, que cuando alguien me escribe para darme las gracias me hace llorar.
Por cierto, al final no empiezo el día con positividad, me he puesto muy melancólica, pero seguro que cuando me empecéis a comentar me animo.
Besinoooooooos
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