“Alemania es, sin duda, la nación más poderosa del mundo en la aviación militar y su margen de liderazgo aumenta cada mes que pasa”, escribió Lindbergh. “En varios campos, los alemanes ya están por delante de nosotros y están reduciendo rápidamente el liderazgo que ahora tenemos en muchos otros.”
Arnold, en el trabajo poco más de un mes, se tomó muy en serio la advertencia de Lindy. Convocó a la Academia Nacional de Ciencias a un grupo de investigadores y administradores universitarios, entre los que se encontraban el presidente del MIT, Vannevar Bush, y los físicos del Instituto Tecnológico de California, Robert Millikan y Theodore von Kármán. Algunos militares pensaron que Arnold perdía el tiempo hablando con “cabellos largos”. Invitado por su viejo amigo a almorzar con los científicos, el general George C. Marshall se negó. “¿Qué demonios estás haciendo con gente como esa?” Marshall preguntó.
“Usando sus cerebros para ayudarnos a desarrollar aparatos y dispositivos para nuestros aviones que son demasiado difíciles de desarrollar para los ingenieros de la fuerza aérea”, respondió Arnold.
A los oficiales de la doctrina no se les ocurrió buscar en el campus ayuda para ganar guerras, pero para Arnold el salto era lógico. Como uno de los primeros pilotos con licencia del mundo, formado en la propia escuela de vuelo de los hermanos Wright y consciente de que el poderío requiere ciencia, tecnología y un diseño y planificación sólidos, Arnold concibió una visión de Estados Unidos como una potencia aérea y, al mismo tiempo, equilibrando las necesidades inmediatas con la necesidad de mirar hacia el futuro, alimentó a un pequeño y débil servicio armado en una armada aérea capaz de ganar una guerra mundial.
La carrera de Hap Arnold comenzó con una decepción. Hijo de un cirujano que cumplió el sueño de su padre al graduarse en West Point en 1907, Arnold amaba la caballería, atraído por su prestigio y su amor por la equitación. En la graduación ordenó con orgullo un nuevo uniforme con rayas de “glorioso amarillo de la caballería”.
Cuando Arnold recibió su comisión, sin embargo, encontró que los grados medios y una historia de bromas lo habían relegado a la poco glamorosa infantería de paz. Devastado pero decidido, se ofreció como voluntario para ir a Filipinas en una expedición cartográfica, la opción más exótica disponible. Arnold impresionó tanto a su supervisor que en 1911 el capitán rescató del aburrimiento de los cuarteles al joven de Pensilvania, que ahora se encontraba en Governors Island, en el puerto de Nueva York.
El Congreso acababa de gastar 25.000 dólares para comprar tres biplanos Wright y dos de Glenn Curtiss, y los soldados iban a aprender a pilotarlos en la fábrica de los hermanos Wright…
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