Fragmento del cuento de terror: TE AMARÉ POR SIEMPRE



Fragmento del cuento de terror: TE AMARÉ POR SIEMPRE del libro RELATOS ESPELUZNANTES de:
Fernando Edmundo Sobenes Buitrón (muy pronto a la venta)

SOLO PARA ADULTOS.


Por fin; después de dos años, había logrado reencontrarse con su amada. Es decir… a eso…, que se hallaba en el féretro.

La mezcla de fluidos preservantes que utilizó el obsesionado hombre para evitar la natural descomposición del cuerpo, había sido casi infructuosa. El cadáver, acusaba el desgaste y el paso del tiempo. El vestido con el que fue inhumado, se había convertido en jirones. La osamenta conservaba algo de piel; transformada en una especie de lúgubre costra marrón que la cubría desde la frente hasta la parte inferior de las fosas nasales y continuaba a lo largo del cuerpo; revistiendo en parte las raquíticas extremidades similares a palos, decoradas de manera espantosa por la yerma y repugnante capa oscura. Los cabellos se habían desprendido dejando a la vista el cráneo arrugado y marchito. Los ojos, consumidos por la muerte, desparecieron y su lugar fue ocupado por dos orificios negros. Los dientes amarillentos permanecían sujetos a las resecas y ennegrecidas encías, unidas en un gesto siniestro, dando la sensación que; en los últimos instantes de vida, la mujer hubiera experimentado un gran dolor. Desde el mentón hacía el vientre, se podía apreciar un enorme boquete por donde habían surgido los órganos inflamados como consecuencia de los gases pútridos que luego estallaron, salpicando el ataúd con su inmundicia, hasta derramarse al fondo del recipiente metálico.

… sin importar el aspecto dantesco de la momia, se inclinó y besó su frente con devoción. Acarició el rostro descarnado tratando de retirar algunos de los insectos muertos y levantó el cadáver con la mayor delicadeza que fue capaz retirándolo de su lugar; al tiempo que la capa que cubría las extremidades se deshacía entre sus dedos y algunos huesos caían sin sostén, quedando solo entre sus brazos, la cabeza y el tronco de su amada. Pero eso no lo amilanó. Colocó el despojo en la carretilla y luego regresó a recuperar los restos óseos, así como los cabellos esparcidos entre las emanaciones resecas y oscuras.

Después de comprobar que el ataúd no guardaba ningún resto humano, colocó la tapa en su lugar. Abrió la puerta y tomó la carretilla con su tenebrosa carga. Una vez afuera, volvió a cerrar con llave y marchó hacia su vehículo…

Aún era de noche cuando llegó a casa. Pese a que sudaba a chorros, sabía que no había tiempo que perder. Estacionó en la entrada y; oculto por las sombras, cargó con el lúgubre esperpento conduciéndolo a la alcoba. En ese lugar; al lado del lecho, había colocado una mesa con una serie de extraños objetos: alambres, una peluca, seda, ganchos, trapos, agujas, hilos, perfume, tubos y otros entre los que resaltaba; un vestido de novia.

Sin dilaciones; empezó su demencial y espantoso trabajo.

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