Forbantes. Capítulo 1

Liberando libros

Iniciamos la saga con Forbantes, aquí puedes ver de qué va y la historia de este libro.

Recuerda que cada miércoles y cada domingo publicaré un nuevo capítulo. Te dejo con el prólogo y el capítulo 1, que lo disfrutes:

Prólogo

En la vida real, la división del mundo en dos bandos no tiene sentido. No existe un grupo de personas buenas y otro de personas malas. No es una lucha sin cuartel en la que se defienda la bondad por una parte y la maldad por otra.

Cada bando cree simplemente que lo que defiende, su verdad, es la verdad absoluta y trata de imponérsela al otro grupo de personas empecinadas en defender la suya.

Pero, aunque así fuese, aunque un bando conociese la verdad absoluta, ¿acaso todos los seguidores de esa verdad serían unos iluminados?, ¿no es cierto que en toda lucha hay gentes buenas y gentes malas que arriman el hombro y pelean juntos?

No se puede juzgar a nadie por el grupo al que pertenezca puesto que la etiqueta de un grupo no dice nada, sólo es el cartel que pone galletas, nombrando lo que hay dentro de un bote, una montaña de galletas, si, pero unas sabrosas y otras resesas.

En realidad no hay personas buenas y malas, todos tenemos esa parte buena que nos empeñamos en mostrar, y esa parte mala que, por todos los medios, tratamos de esconder. Es cierto que hay personas que se dejan dominar por su lado bueno y otras que le dan libertad absoluta a su lado malo.

Todos somos libres de escoger el lado que nos domina y todos estamos en una lucha interna constante, pero no podemos olvidar que la división maniquea del mundo sólo existe en los libros, los juegos y las películas…

25 Agosto 1723

El puerto de Mahanoro era un hervidero. Más de una docena de barcos se preparaban para zarpar de uno de los lugares de comercio más importante de Madagascar. Era uno de esos escasos puertos, junto con el de la ciudad de Androka y el de Mozambique, en el que los comerciantes se sentían protegidos de piratas y ladrones, puesto que, como la ciudad sobrevivía a costa de los altos impuestos que pagaban los viajantes, la seguridad debía ser máxima para tenerlos contentos.

Algunos barcos estaban en el puerto para ser reparados, como el jabeque del viejo “Billy Young”, otros esperaban a que la gabarra transportase sus mercancías para poder zarpar, y unas cuantas chalupas completaban la flota habitual del puerto. Pero había dos barcos que llamaban la atención de los mahanoreños: uno era una corbeta francesa capitaneada por el almirante Ezequiel, temido por todo pirata, corsario o filibustero conocido.

No era la primera vez que el almirante visitaba la ciudad en una misión encomendada por el rey de Francia, pero en esta ocasión era diferente…Aunque oficialmente hacía escala allí para, cargado de munición, salir hacia Isla Mauricio en busca de un “ladrón del mar” que atemorizaba a todos los mercantes, extraoficialmente se rumoreaba que la parada se debía a una mujer: la hija del Gobernador.

Y, a pesar de que los chismes solían partir de la imaginación desbordada de los pueblerinos, en esta ocasión el rumor no era tan descabellado: el oficial era ya un hombre en edad casadera cuya gallardía atraía a las damas y cuya posición pedía mantener a una familia. Además aquella escala era innecesaria, puesto que la isla estaba a sólo 1250 Km. en el mismo paralelo, un recorrido que ningún esfuerzo significaba para un barco de guerra de aquella envergadura.

De la mujer poco se sabía, sólo que era bella, lo que era más que suficiente, pues de quien dependía la decisión no era de ella, sino de su padre, un hombre caprichoso y autoritario que estaba acostumbrado a que sus órdenes se acatasen sin rechistar. A él era a quien le correspondía decidir si aquel matrimonio sería un negocio rentable para él o no.

Pero había otro barco que, por notable y misterioso, aguijoneaba la curiosidad general. Era un bello galeón holandés de tres palos, ligero y robusto, que haría las delicias de cualquier capitán. El afortunado era un joven caballero inglés del que sólo se sabía su nombre (Sir Guillermo) y que tenía buen gusto y bolsillo, a juzgar por el aspecto de su barco, cuidado hasta el más mínimo detalle.

Por si las mujeres casaderas del pueblo aún no se decidían, era apuesto, vigoroso y galante. En resumen, una joya que todas las posibles suegras intentaban conquistar. Pero el caballero, aunque aguantaba estoicamente a las señoras las pocas veces que bajaba del barco, no se dejaba engatusar, y eso hacía que encandilase todavía más a las pobres madres.

Su nave, en cuestión, se llamaba “El Francés” y su tripulación, de lo más variopinta (aunque intentando mostrar elegancia y finura), se afanaba cargando provisiones para un largo viaje…a las aspirantes a suegra se les acababa el tiempo y, en consecuencia, el almirante Ezequiel y su prometida cayeron en el olvido.

Esa misma tarde el mar estaba en calma y, de no ser por las crestas de espuma que aparecían aquí y allí, a los principiantes les pasaría desapercibido lo picado del mar. Pero el hombre que subía a la cubierta de “El Francés” no era un principiante. En su cara, junto a las marcadas arrugas, se apreciaba la seguridad que destilaban sus ojos, seguridad que sólo la experiencia otorga.

Se dirigió decidido al camarote del capitán; los marineros que se cruzaban con él lo saludaban y le franqueaban el paso. Abrió la puerta y entró.

A pesar de ser el camarote de un barco, en él dominaba la sensación de comodidad y el lujo. El camarote del capitán estaba situado frente al palo de mesana, disfrutando de unas bellas vistas gracias a las ventanas de popa, ojos de buey que permitían que la luz inundase la estancia y las velas (tan peligrosas en un barco) fuesen innecesarias.

En una esquina, pegada a la pared, se hallaba la hamaca (un cajón bastante amplio con un colchón en su interior) cubierta con una gruesa colcha bordada. Unos grandes cortinajes delimitaban el espacio de la cama, pero lo que en realidad dominaba el lugar, era una lujosa mesa situada sobre una amplia alfombra persa, que portaba todos los mapas, diarios de a bordo y demás información.

El capitán se levantó de la silla y, dejando los papeles a un lado, acudió a recibir al anciano.

– ¡Mi querido y viejo Elías! ¿Te lo has pensado ya? Ven, siéntate.

– ¡Ay, joven Guillermo! Que fácil sería para ti tomar esta decisión, pero yo ya no soy tan joven, ni tan valiente y quizás no resista el viaje, es evidente que mi tiempo se acaba.

– Pues con más razón debes intentarlo. Balbina te espera en casa, deja ese trabajo que ya no necesitas, ¿no deseas volver, descansar y morir en tu hogar junto a tu mujer?

– Cierto, ganas tengo de volver con mi esposa; y no temo a la muerte en el mar porque el mar fue mi hogar durante mucho tiempo.

– Te entiendo perfectamente. Pero entonces no me explico porqué no te vas, ya nada te retiene aquí.

– Te equivocas Guillermo, – le dijo el anciano muy serio – mi pupilo se encuentra en una situación muy complicada. No puedo irme y dejarlo aquí, cuando todo me iba mal quiso que fuese su maestro, oponiéndose a toda su familia.

– ¿Tu pupilo? ¿Qué le ocurre?

– Bueno…digamos que su padre le tiene deparado un futuro brillante, pero no de su gusto y pretende rebelarse, pero el único que le apoya soy yo…como su padre es el Gobernador los demás tienen miedo de perder su puesto si hacen algo. ¡Pero a mí me da igual! ¡No soy tan cobarde como para temer a un hombre sólo porque tenga más doblones de oro que yo! – afirmó enfadado.

– ¡Bien viejo loco! – rió el capitán al ver su enfado – ¿Qué insensatas ideas has metido en la cabeza de tu pupilo?

– Libertad. – dijo Elías, sincera y parcamente, con un brillo de emoción en los ojos.

– ¡Bella palabra en verdad! – el capitán guardó silencio unos instantes sopesando los pros y los contras y al fin se decidió, no podía dejar que Elías muriese en aquella tierra extraña – Si tu pupilo se merece tu respeto y protección, creo que también se merece el mío. Proponle que venga. Seguro que encontrará trabajo en…

– Ya he pensado en eso. Al llegar allí viviría con nosotros. Se lo propuse a Balbina en la última carta y está encantada, pero…

– ¿Balbina está de acuerdo? Pero si dijo que no metería a ningún hombre más en su casa ¡O mucho te echa de menos o el escriba al que le dictó eso estaba muy borracho! – ambos rieron la ocurrencia – Si Balbina está de acuerdo no veo cuál es el pero.

– Pues hay tres. El primero es que no podrá pagarte el viaje y no es justo que tengas que alimentar dos bocas más gratuitamente.

– Hace tiempo que el dinero dejó de ser un problema. Pero eso tiene fácil solución. ¿Sabe algo de navegación? Podría echar una mano.

– Cierto, – pensó ilusionado Elías – nunca en su vida ha estado en un barco, pero sabe leer, escribir, parchear velas… podría ser tu ayudante – Guillermo afirmó, le vendría bien descansar un poco – pero todavía quedan dos peros. Uno de ellos bastante grave: su padre podría darte problemas.

– ¿Bromeas? Soy un respetable caballero – dijo muy serio – y tu pupilo se esconderá esta noche en mi camarote contigo y no saldrá hasta que estemos en alta mar la noche siguiente. – completó en voz baja.

– ¿Y si la tripulación se va de la lengua?

– La tripulación tendrá la noche libre y esperareis a que estén entretenidos con las mujeres. Yo te esperaré aquí… pero, de todas formas aún no hemos solucionado el tercer pero….

– Ese será más conflictivo porque depende de ti.

– ¿De mí? No te preocupes por eso, te he dicho que haré lo posible por aceptarlo.

– Quizá cuando lo veas cambies de idea, su aspecto es un poco especial.

– Por muy terrible que sea no me asustaré, – bromeó Guillermo – he visto hombres terriblemente mutilados y la mitad de mi tripulación murió de sífilis y escorbuto, no fue agradable a la vista, ¿acaso tu pupilo supera eso?

– Ya lo verás…ya lo veremos… -dijo pensativo Elías mientras se levantaba – Iré a preparar las cosas.

– Elías, no intentes ocultar sus defectos, quizá lo hagamos a ojos de la tripulación, pero yo…prefiero saber a qué me enfrento.

– Bien, pues prepárate porque no sabes lo que te espera. – dijo el viejo enigmáticamente, y se fue dejando a Guillermo sumido en sus pensamientos.

La luna estaba oculta entre las nubes, era la noche perfecta para una incursión de ese tipo. El pupilo de Elías estaba a su lado, escondido entre los barriles, nervioso y aterrado…empezaba su aventura, sólo esperaba que el capitán fuese clemente.

La tripulación ya se había ido, un farol manejado hábilmente por el dueño del galeón así lo confirmaba; estaba en la proa del barco, como comprobándolo todo para poder partir al día siguiente (lejos de la pasarela que utilizarían los dos polizontes para colarse en el camarote). A una nueva señal de éste, los dos hombres salieron de su escondite, pero al llegar a la rampa escucharon unos pasos…eran dos alguaciles que se acercaban por la parte delantera del barco. Si seguían adelante los descubrirían…

Guillermo también los vio venir y les cubrió la retirada con una sencilla maniobra: dejándose ver, era un caballero y los dos alguaciles, por cortesía, estaban obligados a dirigirle la palabra.

– Buenas noches capitán.

– Buenas noches caballeros. – dijo el capitán desde el barco – Hoy parece que el puerto está tranquilo.

– Eso parece. – contestó uno de los hombres.

– ¿Ultimando preparativos? – preguntó el otro.

– Sí, partimos mañana, antes de que el mar se ponga furioso.

– Que tenga buen viaje señor.

– Gracias caballeros. Buenas noches.

Los guardias inclinaron la cabeza cortésmente y siguieron su camino, pero ya los dos intrusos estaban a salvo en el camarote del capitán.

Guillermo entró y vio a Elías sentado en la silla sonriendo mientras su pequeño pupilo cubierto con una túnica negra se ocultaba entre las sombras.

– Bien, capitán, – le dijo Elías – prende los candelabros para que puedas ver bien a mi pupilo.

Así lo hizo el capitán y, aunque estaba preparado para ver a la persona más repulsiva del mundo, aquello lo cogió desprevenido…el pupilo de Elías se quitó la túnica…era… ¡Una bella mujer!

– ¿Qué? – gritó furioso sin poder dejar de mirarla – ¡Una mujer! ¡Una maldita mujer en mi barco! ¡Jamás! Váyase de mi barco ahora mismo señorita. – le dijo mirando a sus hermosos ojos azules mientras le señalaba la puerta con una mano.

Ella bajó la mirada avergonzada, todas sus esperanzas se derrumbaron. Cabizbaja y desesperada se dio la vuelta para irse.

– ¡Espera! – pidió Elías – Ya te dije que él no esperaba que fueses una mujer – se acercó a ella y le cogió la mano – y que reaccionaría así al principio.

– Al principio y al final, mantendré mi postura. ¡Jamás una estúpida mujer ha pisado mi barco! – dijo cruelmente mirándola.

La mujer miró duramente al capitán y, agitando su rubia cabellera, negó con la cabeza mirando tristemente al anciano, no quería darle más problemas.

– No importa maestro, no quiero causarle más problemas. Cuando llegue a casa, – dijo quitándose una pulsera de oro – désela a Balbina y dele las gracias por todo. Cuídese mucho maestro.

– Lo haré pequeña, pero…si te vas ahora…tendrás que casarte con el almirante…

El capitán se quitó la chaqueta y se remangó la camisa. Llenó un vaso de agua y comenzó a beber, sabía que ella no insistiría, estaba seguro de que por dentro era la mujer más feliz del mundo por ser la elegida para ser esposa de aquel estúpido y rico “personaje”.

– No tengo más remedio que aceptar que mi destino es casarme con ese imbécil. – el capitán levantó la vista y la observó – Pero juro por mi honor – continuó furiosa – que no seré sumisa ni servicial y preferirá estar en el infierno antes que en mi presencia. – y dicho esto se dirigió a la puerta bajo la apenada mirada de su maestro.

Guillermo escupió la bebida de golpe, jamás había escuchado a una mujer de la nobleza hablar así, y mucho menos de su fulgurante prometido.

– ¡¡¿Cómo?!! – explotó – ¡Espere! – ella se volvió y lo miró a los ojos, desafiante – No lo entiendo, cualquier mujer mataría por estar en su piel. Tiene todo lo que podría desear, marido, fama y dinero, o es una hipócrita, o…

– No me juzgue capitán, usted no me conoce. Cualquier mujer pagaría por ser el nuevo trofeo de ese depravado almirante y dedicarse a tener a sus hijos, ¡pero yo no!

– ¡No me lo puedo creer! – exclamó Guillermo, y se dirigió a Elías – ¡Bonita jugada! Le has hecho aprenderse el discurso perfecto para captar mi atención ¿no?

– ¡No soy un loro que repita lo que le digan! Aunque usted lo olvide, las mujeres, también tenemos cerebro. – gritó ella en su defensa. Estaba furiosa. ¿Qué se creía aquel estúpido?

– No me levante la voz, querida. – le advirtió en voz baja recalcando la última palabra para molestarla sonriendo con sorna.

– ¡Guillermo! – reprendió Elías – Deja de incomodarla.

El capitán entrecerró los ojos para observar la mirada centelleante de rabia de la muchacha.

– Lo has conseguido Elías, si se queda me traerá muchos problemas, pero has despertado mi curiosidad. ¿Qué sabe hacer señorita?

– Ella es muy cuidadosa, no molestará, además aprende rápido…

– ¡Maldita sea! – exclamó el capitán, se levantó y se acercó a la puerta – Elías ve a revisar las provisiones de agua.

– ¿Qué? Pero…

– Yo hago las entrevistas a mi tripulación y no acepto abogados defensores, si se quiere quedar tendrá que saber defenderse sola.

Elías deseó suerte a la mujer y salió del camarote preocupado, estaba seguro de que su pupila había impresionado al capitán con su carácter, pero ni eso lograba tranquilizarle.

El capitán cerró la puerta y se dio la vuelta. Apoyado en ella dirigió la mirada hacia la mujer y recorrió su cuerpo observándola descaradamente. Ella mantenía las manos tras la espalda, se había cambiado de sitio y se había situado delante de la mesa.

– ¡Deje de hacer eso!

– ¿El qué? – preguntó él socarronamente acercándose – Todavía no me ha dicho su nombre, señorita. – le recriminó.

– Me llamo Andrea…Usted tampoco me ha dicho el suyo. – continuó, no estaba dispuesta a dejarse intimidar por aquel hombre.

– Ya ha oído mi nombre.

– Sí, pero yo no tengo con usted tanta confianza como mi maestro y…

– Eso podemos arreglarlo. – dijo cercándola contra la mesa, ella dio un paso atrás – Deje el sable encima de la mesa, conmigo no le valdrá de nada.

La mujer levantó el sable y apuntó al pecho del capitán, pero apenas tenía fuerza y él, de un manotazo en el canto romo, la desarmó. Ella, aterrada, dio un paso atrás topando con la mesa mientras el hombre, de una patada, alejaba el arma.

– ¿Me tiene miedo Andrea?

– No. – dijo, pero su voz tembló traicionándola, no sabía lo que se atrevería a hacer aquel hombre, pero observó los poderosos músculos de sus brazos y se sintió perdida.

– Norma número uno: ¡nunca muestre miedo ante un hombre! A partir de ahora estará rodeada de ellos y lo que yo le he hecho no es nada comparado con lo que querrán hacerle, sobretodo si les apunta con un arma. Al menos debería apuntarles con algo que sepa usar.

Andrea, más tranquila al saber que sólo la había puesto a prueba, se relajó y se apoyó sobre la mesa. Entonces él se abalanzó sobre ella poniendo sus manos sobre el mueble, a ambos lados del desprevenido cuerpo femenino, impidiéndole la huída. Acercó su boca a los labios femeninos ignorando los esfuerzos de ella por apartarlo, y le dijo mirándola a los ojos:

– Norma número dos: ¡nunca baje la guardia! – se apartó de ella que, como pudo, recuperó la compostura – Siéntese, la lección ha acabado por hoy, pero tenemos mucho de que hablar para saber si puede quedarse aquí. ¿Sabe hacer algo además de tocar el piano? – preguntó despectivamente.

Aquello fue el colmo, primero la atacaba como un salvaje y ahora intentaba humillarla, pero no se dejaría acobardar. Sabía que su futuro dependía de aquel endemoniado hombre.

– Sé escribir y leer, coser, fregar y cocinar.

– ¿Fregar y cocinar? Las mujeres como usted no saben hacer eso.

– No debería olvidar que tengo a Elías como maestro, capitán.

– Cierto. – afirmó el capitán, sería difícil que la tripulación aceptase a una mujer en el barco, pero él estaba intrigado, jamás había conocido a una muchacha que estuviese tan loca como aquella  y quería ponerla a prueba. – Pero aún así no creo que usted aguante una travesía en mi barco.

– Lo haré capitán, por la cuenta que me tiene lo haré, no molestaré mucho, no me quejaré. Además ya he cometido el sacrilegio de pisar su barco siendo una mujer y todavía no se ha hundido.

– ¿Quién sabe? A lo mejor, en este momento, hay una vía de agua en el casco. – dijo divertido y se levantó para mirar por una de las ventanas pensativo.

– Capitán por favor, usted es el único que puede ayudarme y prometo no importunarle. – rogó la muchacha.

– Andrea – dijo volviéndose, se dirigió a la mesa y se apoyó en ella mirándola – sabe que su bienestar en “El Francés” no depende de mí…ni de usted.

Ella apenada pensó en la tripulación y le dio la razón.

– Entiendo. – dijo poniéndose en pie – Gracias capitán. – y le tendió una mano.

– ¿Por qué? – preguntó extrañado, pensando que ahora era cuando iba a explotar despechada.

– Por tomarme en serio y por ser sincero.

Guillermo estrechó su mano sintiendo el tacto de su suave piel, sorprendido por su entereza.

En ese momento petaron a la puerta, ambos miraron la entrada y, Guillermo, pensando que era Elías, contestó:

– Adelante.

– Capitán, ¡Estoy harto! – exclamó un hombre de mediana estatura (cuyo rasgo de distinción era una pata de palo) que se quedó extasiado observando a la mujer cuya mano todavía sostenía el capitán.

– Macario, cierre la puerta y entre; – ordenó el capitán. Soltó la mano de la mujer y se sentó en la mesa – y no diga ni una sola palabra de la presencia de la señorita en cuanto salga, ¿entendido?

– Sí mi capitán, pero…

– ¿Pero? – preguntó, aunque sabía cuál era el pero: llevaba un sencillo vestido azul y tenía cuerpo de mujer.

– Ella…es la hija del Gobernador. – dijo mirándola con recelo.

– Cierto, pero no fue eso lo que te trajo a aquí, ¿verdad? – el marino afirmó – ¿De qué estás harto?

– De que los demás critiquen mi trabajo. ¡Todos dicen que mi comida no es buena y hoy ninguna mujer quiso acercarse porque les dijeron que yo había envenenado a la tripulación con mis potingues! – exclamó enfadado – Yo no escogí este trabajo, ni que me arrancasen la pierna.

La mujer dirigió su mirada hacia él, entre apenada y horrorizada por lo que acababa de decir el hombre.

– Los demás murieron de sífilis y tú no tuviste nada que ver, en cuanto a tu comida…

– ¿Y los del escorbuto, capitán? Esa enfermedad pudo ser por la comida. – dijo desconsolado.

– ¿Comían fruta los marineros? – preguntó la mujer, y los dos hombres volvieron la vista sorprendidos.

– ¿Cómo? – preguntó el capitán.

– Si comían fruta…El escorbuto también se sufre en tierra, el médico del pueblo dice que lo padece la gente que no come fruta – explicó mientras el marino la observaba desconfiado.

– Contéstale Macario, no te va a morder. – dijo, aunque no era en el escorbuto en lo que pensaba en ese momento.

– No, lo único que podemos llevar en el barco sin que pudra son limas y los hombres se niegan a comerlas.

– Quizá con un buen reclamo no se nieguen; – contestó el capitán mirando a la mujer, a la que se le subían todos los colores en ese instante – dices estar harto de la cocina, pero ¿volverías a cocinar si tuvieses un ayudante?

– Nadie querrá ese puesto, capitán.

– A lo mejor la señorita lo acepta, ¿por qué no se lo preguntas? – lo animó mientras se sentaba tras la mesa.

– Capitán le hablo en serio. – dijo en voz baja mientras a Andrea se la carcomía la rabia.

– Yo también, ella dice que sabe cocinar y quiere embarcar con Elías.

– ¿Qué? – contestó el marino riéndose – Pero si va a casarse con el almirante, además es la hija del Gobernador y…

– ¿Se han dado cuenta de que aún estoy delante? – gritó enfadada Andrea – ¡No voy a casarme con ese imbécil y no soy inútil!

– Le presento a Lady Andrea, Macario, una mujer con carácter, – rió divertido el capitán – ¿cree que soportaría un viaje con nosotros?

– Entonces, ¿es verdad que se quiere escapar, señorita Andrea? – ella afirmó – y, ¿no le importaría… – iba a continuar la pregunta, pero antes miró al capitán que, con un gesto, dio su consentimiento – …ayudarme en la cocina?

– No, claro que no. – respondió esperanzada.

– Pero tenemos un problema Macario, tú eres un buen hombre, pero quizás los demás no estén de acuerdo…

– Al principio no lo estarán, – dijo Elías entrando en el camarote – pero ellos cumplen órdenes y bastará un mandato tuyo para que la respeten, sólo serán unos días. Buenas noches Maca.

– Buenas noches camarada. – le respondió éste dándole un efusivo apretón de manos.

– Entonces daré las órdenes necesarias y vosotros dos os encargareis de “escoltarla”. – resolvió el capitán – Bienvenida a bordo Lady Andrea – dijo y le tendió una mano, que ella estrechó agradecida, para cerrar el trato.

– Gracias capitán. – dijo mientras Macario se aferraba a su bastón dispuesto a abandonar el camarote.

– Siento la incomodidad que le causará esta orden, pero le prohíbo salir de este camarote hasta nuevo aviso.

– Déjate de formalidades y caballerismos Guillermo, ella lo sabe.

– ¿Qué es lo que sabe? – preguntó éste poniéndose en guardia, impidiendo a la mujer que liberase su mano sin dejar de mirarla, mientras Macario se paraba en seco y se daba la vuelta.

– Sabe que somos piratas. – aclaró Elías mientras los ojos de Macario se abrían desmesuradamente.

– Todos fuera. – dijo el capitán.

– Guillermo contrólate, ella no…- defendió Elías.

– ¡Todos fuera! – bramó Guillermo.

Elías ayudó a Macario y los dos salieron del camarote.

– ¿Sabía que éramos piratas? – le preguntó sin soltarla, clavándole la mirada.

– Sí capitán – dijo firmemente, aunque asustada por la reacción del hombre, no lo entendía. Él la apresó contra la pared.

– ¿Está intentando jugármela, señorita? – su tono de voz era amenazante – Él se rendiría a sus pies.

– ¿Qué quiere decir?

– La cabeza de un pirata sería un irresistible regalo de boda, ¿no cree?

– ¿Cómo se atreve? – dijo indignada dándole una bofetada con la mano que tenía libre – Yo no me vendo.

– Más le vale. – le dijo el pirata y se acercó más a ella aplastándola contra la pared – Y por su bien, no vuelva a hacer eso, recuerde que no soy un caballero y no me avergüenza pegarle a una mujer. – le susurró al oído y volvió a mirarla quemándole los labios con su aliento – ¿Lo has entendido?

– Sí, capitán. – dijo con un hilo de voz sin atreverse a sostenerle la mirada – No volverá a suceder.

– Bien Andrea, creo que tú y yo nos entenderemos bien. – afirmó burlón tuteándola mientras se apartaba de ella.

– ¿Puedo…puedo hacerle una pregunta, capitán? – preguntó después de un tenso silencio.

– Puedes preguntar lo que quieras, en mi barco todo el mundo es libre de opinar y preguntar, pero en tu caso, yo decidiré si debo contestar o no.

– Elías me dijo que “El Francés” no era exactamente un barco de piratas, sino de forbantes… ¿Cuál es la diferencia?

– Buena pregunta, – dijo pensativo – pero no sé si debería contestarla… ¿acaso tu prometido no sabía la diferencia?

– Ezequiel no trata esos temas conmigo capitán, al igual que usted, cree que soy una ignorante.

– ¿No? Es extraño – dijo desconfiado ignorando su último comentario – que un hombre de su talante no presuma de sus hazañas ante su prometida.

– No tenga duda de eso, él siempre habla de sus increíbles y valerosas aventuras, pero para él piratas, corsarios, filibusteros y demás son sólo un montón de escoria, ladrones del mar que él debe cazar y exterminar como si fuesen animales. – explicó mientras él la observaba pensativo – No creo que todos los piratas sean iguales, conozco a Elías y no es así…

– Bueno Andrea, creo que mereces una explicación, al fin y al cabo…  – la voz del capitán fue interrumpida por una campana – Mañana le explicaré lo que quiera, ahora es mejor que descanse. Quítese la ropa y métase en la cama. – ordenó mientras se quitaba la camisa.

– ¿Qué? ¡No pienso desnudarme ante usted! ¡Y me niego a compartir su cama! – exclamó sintiéndose ultrajada.

– A lo mejor lo que quieres es que la ropa te la quite yo, – dijo con un brillo peligroso en los ojos – en cuanto a lo de compartir cama… no lo había pensado, pero si sigues cuestionando todas mis órdenes no dudaré en ponerlo en práctica.

– ¡Guillermo! – increpó Elías que había entrado en la estancia – ¡Deja de molestarla! Debes ponerte otra ropa, – le explicó a Andrea – no puedes andar así por el barco, él te la traerá mañana. Y dormirás sola, él va a hacer el turno de noche y aquí estarás protegida, pero ¡deja de provocarle!

Guillermo se puso una chaqueta mientras la mujer seguía observándole con desconfianza, pero antes de salir se volvió y le dijo a Andrea:

– Y ya sabes, si estás intentando traicionarme piénsatelo antes o hazlo bien, porque si descubro que lo haces, yo mismo me encargaré de cortar ese precioso cuello.

– ¿Por qué no me cree? – preguntó ella a Elías.

– Acabas de llegar a su barco, no es fácil ganarse la estimación de Guillermo, él es un hombre de mundo, sabe que sus hombres dependen de él y que no puede confiar en nadie. Además…aunque te duela reconocerlo eres una mujer de la nobleza, y lo que haces no es demasiado creíble. Pero no te preocupes, en cuanto te conozca bien confiará en ti.

– Nunca confiará en mí. Cualquier día de estos me tirará por la borda.

– Tranquila pequeña – rió Elías – Si no confiase en ti ya lo habría hecho. Sólo te está poniendo a prueba.

– ¿A prueba? Se enfada por cada cosa que hago e intenta humillarme a cada paso. Eso no es ponerme a prueba, es…

– Entiéndelo, no sabe cómo tratar a una mujer como tú. Él está acostumbrado a impartir disciplina entre hombres y a tratar a las mujeres…

– Como simples muñecas descerebradas que sólo piensan en conseguir marido.

– Exacto. No seas impetuosa, dale tiempo. Confía en mí, si te ganas su respeto tendrás en él a un defensor implacable. Y ahora a dormir.

“Implacable…ese es el adjetivo perfecto para describirle”, pensó Andrea mientras sus ojos empezaban a cerrarse.



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