Ella quería sentirse libre. Y él estaba convencido de que juntos podían encontrar esa libertad. Pero ese sólo era un desvío más de sus caminos. Después de diez años, el tiempo era su mejor confidente. Pero también un monólogo que se llenaba de respuestas vacías, huecas, desnudas.
Los dos cumplen años el mismo día. Y ese día es hoy. Esta vez son treinta pero al menos él, cada vez que ha celebrado un año más, no ha dejado de preguntarse si aparecerá. La verdad es que está convencido de que a estas horas, tan tarde, la promesa se ha quedado en nada. Ha desaparecido como quien pisa un castillo de arena. Quizá sea el momento de empezar a cumplir años de verdad pero, qué diablos, en el fondo quiere quedarse ahí y esperar.
Ahora no hay nadie. Sólo una camarera que coloca las sillas, una por una, encima de cada mesa. Se sabe el ritual como si lo hubiera aprendido sin darse cuenta. No parece que tenga prisa y eso a él le tranquiliza, aunque sólo sea un poco.
-Disculpa, ¿cierras ya?
La chica no responde. Cuando llega a su mesa, no sube las sillas. Esta vez se sienta delante de él. Primero suspira. Luego le mira. Le mira como si no hubiera podido mirarle durante diez años. Y aunque podría decirle muchas cosas, empieza por lo importante:
-Feliz cumpleaños.