EVAN EL ENTERRADOR
Corrían los primeros años del siglo XIX en un modesto pueblo del condado de Berkshire al oeste de Londres. Un ser distante y apocalíptico hacía trabajos de sepulturero de la zona. Evan, siempre permanecía con semblante cabizbajo y sin mostrar jamás su rostro. Caminaba arrastrando los pies, vestido por completo de negro y con un mechón en la cara que dificultaba despejar esas dudas que le envolvían. No soportaba que le tocaran, ni le hablaran, tampoco aceptaba órdenes de nadie. En el pueblo conocían sus manías y excentricidades, pero lo respetaban más por recelo y desconfianza que por otra cosa. . Un pueblo pacífico en apariencia donde nadie preguntaba sobre el resto de sus semejantes y es que a nadie parecía interesarle realmente la vida de los demás
Evan disponía de una casucha de apenas cuatro paredes en el mismo cementerio y allí permanecía invariablemente sin abandonar el lugar bajo ninguna circunstancia. Miller, el viejo de la tienda de ultramarinos le hacía llegar su escueta lista de provisiones una vez por semana, dejándola siempre delante de su puerta.
Aquella tarde de enero el pueblo se llenó de policías y periodistas. El frio helaba sus voces cuando se dirigieron hasta la vieja casa del enterrador, era de allí de donde provenían los extraños sonidos que llevaban horas alertando a los habitantes del lugar. Ninguno sin embargo se atrevió a acercarse, mucho menos tocar el timbre de la casa de aquel iracundo ser. Unas luces intermitentes se movían a intervalos imprecisos e imágenes difusas garabateaban la incipiente noche. Estas se habían visto alrededor de la casa dando a todo tipo de especulaciones, pero sin que nadie hiciera nada al respecto. El lugar ya de por si tenebroso e inquietante, no ayudaba a que la curiosidad ganara terreno al temor que les producía tanto el cementerio, como su morador.
Cuando llegaron los agentes, acordonaron el lugar de inmediato y algunos vecinos indiscretos y envalentonados saltaron para curiosear. Los gritos aterradores eran en efecto de Evan que cruzaba en esos momentos, preso del pánico por toda la casa. Por primera vez pudieron ver su rostro. Una horrible cicatriz le cubría desde la sien derecha hasta la boca, sus ojos parecían salirse de sus cuencas y una visible espumilla emergía de su boca. De repente cayó al suelo ante un espasmo grotesco que le obligó a doblegarse sobre sí mismo como una inerte madeja.
Estaba muerto, el forense comentaría después que en apariencia se había desangrado. Era un cuerpo contraído, empequeñecido, que no disponía de una sola gota de ese líquido vital que le permitiera seguir con vida. Su rigidez y palidez evidenciaba llevar varias horas muerto, sin embargo todos habían presenciado como gritaba y corría por la habitación despavorido segundos antes de caer al suelo. No entendían nada, ni podían ofrecer una explicación lógica ante tal alarde de horror. Efectivamente había sangre por el suelo, apenas unas gotas, insuficientes para causar la muerte de Evan. Sin contar que al reconocerlo no se le apreciaron cortes, ni lesiones de ningún tipo. Nada, más allá de la falta absoluta de sangre.
La curiosidad, el asombro y desconcierto eran unánimes. El hueco en el suelo apareció por casualidad, siguiendo los detectives otras líneas de investigación y arrojó algunas respuestas a aquel enigma absurdo. Un fosco y húmedo agujero surgió ante ellos, de difícil acceso y angosto al paso. Entraron un par de hombres provistos de linternas y guantes para no tocar nada indebido. La pared rezumaba un líquido amarillento de pestilente hedor y el suelo estaba resbaladizo debido a una sustancia rojiza y pegajosa que lo cubría casi por completo. La visibilidad era escasa y la integridad de los que allí se encontraban no estaba asegurada. Costaba respirar.
A un lado del muro había una estantería de hierro repleta de grandes botes de cristal, todos ellos contenían un liquido trasparente. No era agua, con temor se acercaron a olfatearlo. Era formol. El tufo les hizo recular rápidamente, la concentración era muy alta. Sólo algunos estaban llenos, pero debido a la oscuridad del habitáculo no fueron conscientes de inmediato de su contenido, trozos de alguna extraña cosa flotaba dentro, al acercarse un poco más el investigador retrocedió mientras profería un grito de pánico. Era una mano, mejor dicho un muñón perteneciente a un puño cerrado. En el otro subsistía intacto, un pie y el siguiente cacharro contenía un par de ojos todavía en buen estado, de color oscuro. Salieron de allí a toda prisa, aunque conscientes que tarde o temprano deberían volver a bajar a tan espantoso escenario. Lo hicieron unas horas después, con ojos y mente muy abiertos, no había más remedio que enfrentarse al terrible holocausto humano que contenían aquellas paredes infectas. Era su trabajo. Pero sin imaginar que espeluznantes sorpresas aun les aguardaban. El resto de botellas de cristal estaban vacías, pero aun conservaban el líquido traslucido de olor penetrante. Justo al lado de una mesa se encontró una libreta negra manchada de sangre, la tomaron y añadieron así unas cuantas respuestas más al acertijo. Escrito a letra rápida y lectura complicada, decía:
-Ya tengo casi todas las partes de mi preciosa niña, la que será mi compañera y estará conmigo hasta el fin de mis días. Me ha costado años conseguirlo, pero al fin esta aquí. Una de las manos que debía utilizar al final se ha malogrado y me ha costado encontrar una nueva que resultara adecuada. Las últimas muertes acontecidas en el pueblo eran de mujeres muy ancianas y tenían las manos arrugadas o trabajadas en exceso debido a la faena del campo. Definitivamente no eran de mi gusto. He cambiado también sus ojos negros por otros verde mar, me parecían más acordes y quedando perfectos con el cabello rubio de la hija de Solans, una niña de belleza alabastrina muerta de tuberculosis. La verdad es que hubiera utilizado muchas de sus partes. Frágiles y apetecibles…
Pero por primera vez he tenido que matar para hacerme con ese tesoro inesperado. -los ojos- La chica a la que se le estropeó el coche delante de mi puerta los tenía de un turquesa irreal ¡Eran perfectos! Creo que nadie llegó a verla. Fue mía en apenas segundos. Pero me falta un último detalle y no quisiera demorar por más tiempo tu encuentro, deseo que te conviertas en mi amada, KAAMLA. No he elegido tu nombre arbitrariamente, significa, perfecta y tu lo eres. Colocaré el cerebro de esa misma chica y así acabaré por fin, no me gusta utilizar más de una parte de cada cuerpo, pero en este caso haré una excepción. El enorme deseo de concluir mi obra me consume. No esperare más…
Al agente le costaba leer las anotaciones con una mínima calma, le superaba la imagen que proyectaba su mente, cada frase macabra le torturaba y le obligaba a mirar a ambos lados de aquel escenario de tinieblas donde imaginaba tanto horror. Intentó continuar leyendo. La caligrafía había cambiado sensiblemente, haciéndose aun más ilegible. Esta vez las palabras se habían tornado en una súplica siniestra, pero lo que más le llamó la atención fue la fecha. 23 de enero de 1811. Correspondía a ese mismo día, el que murió Evan, sin duda eran sus últimas palabras.
-No puedo esperar más, daría mi vida si pudiera por verte, mi sangre si fuera preciso. Vendería mi alma al diablo cual hiciera Fausto ante el pacto del mismísimo Mefistófeles. Sí, mi sangre te daría si pudiera…
Ahí acababa todo. Ningún otro dato más que aclarara el misterio… Ni siquiera cual era el destino de las partes de esa extraña criatura que Evan mencionaba.
Silencio, sólo silencio…Y una turbadora presencia que lo envolvía todo…
©Samarcanda Cuentos-Ángeles.
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