A las 7 p.m. del martes 14 de agosto de 1945, días después de que las bombas atómicas incineraron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, dando inicio a la era nuclear, los reporteros se congregaron en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington, D.C., para cubrir una declaración del presidente Harry S. Truman.
“He recibido esta tarde un mensaje del gobierno japonés en respuesta al mensaje enviado a ese gobierno por el secretario de estado el 11 de agosto”, anunció Truman con su acento plano de Missouri. “Considero esta respuesta como una aceptación total de la Declaración de Potsdam, que especifica la rendición incondicional de Japón.”
Con ese breve anuncio, tres meses después de la derrota de la Alemania nazi, la Segunda Guerra Mundial había terminado. Para las fuerzas terrestres, navales y aéreas aliadas en el Pacífico, el respiro llegó al final de una larga y dura lucha, desde la ardiente humillación de Pearl Harbor y la vergüenza de Singapur hasta los sangrientos crisoles de Iwo Jima y Okinawa. La terrible decisión de desatar armas atómicas había evitado una costosa invasión de las islas natales japonesas. Era hora de regocijarse.
En la Flota de Guam el Almirante Chester W. Nimitz, el ampliamente respetado comandante en jefe de la Flota del Pacífico de los EE.UU., reaccionó en silencio ante la trascendental noticia de la rendición japonesa. “No se puso jubiloso ni saltó como vi a otros oficiales hacer”, recordó el oficial de inteligencia Edwin T. Layton. “Simplemente sonrió con su propia calma”.
A bordo del acorazado USS Missouri de 45.000 toneladas y 887 pies de eslora frente a la costa de Japón, el Almirante William F. “Bull” Halsey Jr., comandante de la Tercera Flota de los Estados Unidos, tuvo una respuesta muy diferente. Estaba desayunando cuando el Tte. Cmdt. H. Douglass Moulton, su jefe de operaciones aéreas, irrumpió, trayendo la noticia del anuncio de Truman. En su propio relato, Halsey pensó: “Gracias a Dios, nunca tendré que ordenar a otro hombre que muera”. El combativo almirante entonces gritó, “¡Yupi!” y golpeó exuberantemente cada hombro a su alcance. Halsey ordenó el izado de las banderas de señal de “Bien hecho”. Fue un día singular para el hombre que había prometido, “Antes de que terminemos con ellas, el idioma japonés sólo se hablará en el infierno”.
En Tokio, los miembros del gabinete de guerra y el cuerpo de oficiales de Japón eligieron de forma variada la dimisión o el suicidio después de una emisión a la nación del Emperador Hirohito, un discurso en el que el monarca dijo a su pueblo que el camino hacia la paz consistía en “soportar lo insoportable y sufrir lo insoportable”. Poco sabía Hirohito que él también tendría que sufrir lo insufrible, en semanas sería efectivamente usurpado como gobernante japonés por el General O…
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